Malaquías II, 10: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?”.
Mateo XXIII, 9: “Y no llaméis a nadie su padre en la tierra, porque uno solo es su Padre, el que está en los cielos”.
V, 16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.”.
V, 48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto”.
VI, 26: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?”.
Juan XX, 17: “Jesús le dijo: Suéltame, porque aún no he subido al Padre. Pero vé a mis hermanos y diles: "Yo subo a mi Padre y su Padre, mi Dios y su Dios."
Mateo VI, 9: “Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos: Santificado sea tu nombre”.
Juan X, 31-39 (también Jn V, 16-18; Sal LXXXII, 6): “… No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia, porque tú siendo hombre te haces a ti mismo Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra Ley: yo dije, dioses sois? Si llama dioses a aquellos que se dirigió la palabra de Dios [y no puede fallar la Escritura] ¿cómo decís que aquel a quien el Padre a santificado y enviado al mundo blasfema por haber dicho: yo soy hijo de Dios?...”.
Mateo V, 9: “Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Filipenses II, 6: “…sentid entre vosotros lo mismo que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios”.
Es muy simple, es el mismo Jesús el que ordena llamar “padre” solo a Dios. Y él lo ejemplifica con su persona todo el tiempo, además, según Pablo no presumía ser Dios. Es por eso que hace notar a los judíos su falsa acusación, declarando él, tener todo el derecho de autonombrarse “hijo de Dios” por lo escrito en las Escrituras. Pero es intrigante, cómo cristiano alguno no perciba la universalidad de este hecho y continúe adjudicándoselo a un particular, Jesús.
Padre mío, Padre vuestro, Padre nuestro.
Que todo sea para bien.
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