Hace ya algunos meses, el pasado 7 de Abril, escribí un post titulado “La pirámide de I. M. Pei” en referencia a la famosa Pirámide del Louvre que ocupa el centro del Cour Napoleon y sirve, hoy día, de entrada principal al recinto museístico.
Advertí también, entonces, de la existencia de una segunda pirámide mucho menos conocida y mucho más enigmática que la ya mencionada.
A este enigma ha contribuído el libro “El Código Da Vinci” de Dan Brown, otorgándole un grado de notoriedad esotérica y religiosa que anteriormente no tenía.
Desde entonces, esta pirámide ha sido considerada como uno de los puntos de la ciudad más importante para visitar por los turistas llegados a la capital de Francia en busca de referencias físicas para la comprensión de dicho libro.
Nos estamos refiriendo a la Pyramide Inversée o Pirámide Invertida del Louvre.
Desde el exterior del edificio no es fácil distinguir la posición de la Pirámide Invertida, que como su nombre indica, es una pirámide que nace a ras de suelo y el vértice superior, en este caso inferior, está en el subterráneo.
Si nos situamos en el Arco del Triunfo del Carrousel y fijamos nuestra mirada en la Pirámide principal, nos encontramos a mitad de camino con una rotonda que soporta una gran circulación de vehículos, es la Place du Carrousel. Aparentemente es una rotonda como otra cualquiera que tiene en su circunferencia unos setos de aproximadamente un metro de altura. Pues bien, estos setos enmarcan la base cuadrada de la Pyramide Inversée.
Al igual que la principal, está fabricada en acero y cristal y su inclinación es de 51º, como las pirámides egípcias.
El vértice inferior de la misma no llega al suelo, sino que se queda aproximadamente a un metro y medio de distancia del mismo.
Justo debajo de la estructura modernista de cristal y acero, se construyó una pequeña pirámide de piedra que cubre esa distancia, dejando de separación entre ambos vértices el espacio aproximado de una cabeza.
A esta pequeña pirámide se refiere Dan Brown en su libro como el lugar donde se encuentra el misterio del Santo Grial, la tumba de María Magdalena.
A este punto, situado en el subterráneo del Museo del Louvre viajan al año millones y millones de turistas, unos simplemente para admirar la belleza de su construcción, otros, por el contrario, para conocer el lugar que el autor norteamericano eligió como escondite secreto del Santo Grial en su obra más conocida.
Después, muchos, reflejan su descontento al conocer la realidad de la construcción y la ficción del episodio novelado.
Antes de ver el texto donde aparece esta escena, si quieres conocer otros artículos publicados sobre París y “El Código da Vinci” puedes pinchar aquí La Virgen de las Rocas y “El Código Da Vinci”, o aquí En Saint Sulpice, “El Código Da Vinci” miente, o aquí “La Rue Haxo y El Código Da Vinci”.
El texto de El Código da Vinci dice así en sus dos últimas páginas:
Ahora, avanzando a toda prisa por la Rué de Rivoli, Langdon sentía que su destino estaba cerca. A menos de una travesía.
Bajo la antigua Roslin el Grial con impaciencia espera tu llegada.
Las revelaciones parecían sucederse las unas a las otras. La manera antigua de escribir Rosslyn… la espada y el cáliz… la tumba adornada por artes de maestros.
«¿Era por eso por lo que Saunière tenía que hablar conmigo? ¿Había adivinado yo la verdad sin saberlo?»
Empezó a correr, sintiendo que la Línea Rosa bajo sus pies le guiaba, le empujaba hacia su destino. Al entrar en el largo túnel del Passage Richelieu, el vello de la nuca empezó a erizársele de la emoción anticipada. Sabía que al final de ese túnel se encontraba el monumento más misterioso de París, concebido y encargado en la década de 1980 por la esfinge en persona, Francois Mitterrand, un hombre del que se rumoreaba que se movía en círculos secretos, un hombre cuyo legado final a París había sido un lugar que Langdon había visitado hacía sólo unos días.
«En otra vida.»
Con un esfuerzo final, Langdon salió del pasaje, llegó a una explanada que le resultaba familiar y se detuvo. Sin aliento, levantó la vista muy despacio, con cautela, intentando abarcar la brillante estructura que tenía delante.
«La Pirámide del Louvre.»
Iluminada en la oscuridad. La admiró sólo un instante. Estaba más interesado en lo que le quedaba a la derecha. Se volvió y notó que una vez más los pies se le movían solos por el camino invisible de la antigua Línea Rosa y lo llevaban hacia el Carrousel du Louvre —el enorme círculo de césped rodeado en su perímetro por unos setos bien cortados—, en otro tiempo escenario de primitivas fiestas de culto a la naturaleza… alegres ritos de celebración de la fertilidad y la diosa.
Al meterse entre los setos y acceder a la zona de césped, Langdon se sintió como si estuviera entrando en otro mundo. Aquel suelo horadado estaba rematado en la actualidad por uno de los monumentos más atípicos de la ciudad.
En el centro, hundiéndose en la tierra como un abismo de cristal, se encontraba la pirámide invertida que había visto hacía unos días al entrar en el la zona subterránea del Louvre.
«La Pyramide Inversée.»
Tembloroso, se fue hasta el borde y contempló el museo que se extendía a sus pies, iluminado por una luz dorada. No sólo se fijaba en la impresionante pirámide invertida, sino en lo que había justo debajo. Ahí, en el suelo de la sala se veía una estructura minúscula, una estructura que Langdon mencionaba en su texto.
La posibilidad de que aquello pudiera ser cierto lo mantenía plenamente despierto. Volvió a alzar la vista y contempló el museo y notó que sus enormes alas lo rodeaban… aquellos pasillos llenos de las mejores obras de arte…
Leonardo da Vinci, Boticcelli…
Adornada por artes de maestros, ella reposa al fin en su morada.
Maravillado, miró hacia abajo una vez más a través del cristal y vio la diminuta estructura.
«¡Tengo que bajar como sea!»
Salió de allí y cruzó la explanada en dirección a la pirámide que hacía las veces de entrada al museo. Los últimos visitantes de aquel día ya iban saliendo.
Empujó la puerta giratoria y bajó por la escalera circular. Notaba que el aire se iba haciendo más fresco. Al llegar abajo, entró en un largo túnel que, bajo el patio del Louvre, llegaba a La Pyramide Inversée.
Al otro lado del túnel había una sala grande. Delante de él, colgando desde las alturas, estaba la pirámide invertida, un asombroso perfil triangular hecho de cristal.
«El cáliz.»
Los ojos de Langdon siguieron su forma decreciente desde la base hasta la punta, suspendida más de dos metros por encima del suelo. Y ahí, justo debajo de ella, se encontraba la diminuta estructura.
Una pirámide en miniatura. De apenas un metro de alto. La única cosa en aquel inmenso complejo que se había hecho a pequeña escala.
El ensayo de Langdon, además de tratar sobre la colección artística dedicada a la diosa que albergaba el museo, hacía un breve comentario sobre aquella discreta pirámide.
«Esa estructura en miniatura sobresale del suelo como si fuera la punta de un iceberg, el ápice de una enorme sala piramidal sumergida debajo como una cámara oculta.»
Iluminadas con la luz tenue de aquel sótano desierto, las dos pirámides se apuntaban la una a la otra, y sus puntas casi se tocaban.
«El cáliz encima. La espada debajo.»
Custodios y guardianes de sus puertas serán por siempre el cáliz y la espada.
Langdon oyó las palabras de Marie Chauvel. «Un día lo entenderás.»
Estaba ahí de pie, bajo la antigua Línea Rosa, rodeado de «artes de maestros». «¿Qué mejor lugar que aquel para que Saunière pudiera estar siempre vigilante?» Ahora, al fin, le parecía que entendía el verdadero significado de los versos del Gran Maestre. Alzando los ojos al cielo, miró a través del cristal. La noche estaba cuajada de estrellas.
Y el manto que la cubre en su descanso no es otro que la bóveda estrellada.
Como los murmullos de los espíritus en la oscuridad, resonaron unas palabras olvidadas.
«La búsqueda del Grial es literalmente el intento de arrodillarse ante los huesos de María Magdalena. Un viaje para orar a los pies de la descastada, de la divinidad femenina perdida.»
Con repentina emoción, Robert Langdon cayó postrado de rodillas.
Por un momento le pareció oír la voz de una mujer… la sabiduría de los Tiempos… que susurraba desde los abismos más profundos de la tierra.
FIN.
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