El 20 de julio de 1969, unos minutos antes de que la humanidad asistiera perpleja a los primeros pasos de un hombre en la Luna, Buzz Aldrin sacó una pequeña bolsa de plástico y procedió a extraer su contenido ante la mirada atenta y respetuosa de Neil Armstrong. Allí, en el interior del módulo lunar, y a 300.000 kilómetros de la Tierra, Aldrin sacó un pedazo de pan y un recipiente con vino y procedió a tomar la comunión. “Me gustaría pedir unos momentos de silencio”, comunicó por radio, “e invitar a quienes nos escuchan, quienes quiera que sean y estén donde estén, a detenerse un momento para pensar en los acontecimientos de las últimas horas y dar las gracias, cada uno a su manera”.
El pan y el vino los habría transportado con conocimiento de la NASA, pero el episodio no se conoció hasta meses después, cuando Aldrin lo reveló en una entrevista. El material para la liturgia cristiana se lo había proporcionado el pastor de la iglesia presbiteriana de Webster, en Houston, quien conserva el cáliz con el que el astronauta comulgó y celebra cada mes de julio un domingo de comunión lunar en recuerdo de aquel gesto. “Vertí el vino en el cáliz que nuestra iglesia me había dado”, explicó Aldruben en 1970 “En la gravedad de 1/6 de la luna el vino trepaba lenta y graciosamente por uno de los lados de la copa. Era curioso pensar que el primer líquido vertido en la Luna, y el primer alimento comido allí, fueran los elementos de la comunión”. Durante el ritual, Aldrin también tuvo tiempo de leer un salmo con un texto dirigido al Creador que luego dejó sobre la superficie del satélite: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes?