ESCRITO II CONOCIMIENTO.- LA TORRE MAGDALA
Un pequeño paseo por los jardines aledaños a la iglesia de
Rennes-le-Chteau nos llevó hasta situarnos frente a una torre
amurallada, que según nos contaba un vecino del lugar, fue
ordenada construir a finales del siglo XIX por el mismo sacerdote
que mandó restaurar la iglesia, Torre Magdala la llamó.
Se podía visitar, por lo tanto, decidimos entrar en ella. Denotaba
ser un lugar de estudio y recogimiento. Sobrio, con unas librerías
que aún conservaban algunos ejemplares en sus estantes, pero que al parecer no eran los que originalmente habían sido consultados por el sacerdote.
Una escalera de caracol nos trasladó a una segunda planta, una
amplia terraza desde donde contemplamos toda la comarca. Nos
quedamos ensimismados con el paisaje. Desde este punto la
Tierra nos hacía sentir lo infinitamente pequeños que somos, unas
simples criaturas del universo rodeadas de una naturaleza que nos
invita a fundirnos en ella.
Los gorriones vestidos como antiguos monjes mendicantes
alabando con su piar a la vida; los viñedos amamantándose de la
tierra, prestos a ofrecernos su jugo en unos meses; los árboles
incitándonos a elevarnos junto a ellos hasta el cielo.
Nuestras almas se sentían unidas con el entorno…
Un leve susurro y... la Madre Tierra comenzó a hablarnos:
«Como veis, mis pequeños — una dulce y suave Voz femenina
parecía salir tanto del entorno como de nuestro interior—, no me
presento bajo el manto de una virgen como hice en otro tiempo.
Me estáis viendo a través de vuestros ojos, contempláis mi ropaje
en la naturaleza que os rodea y, sobre todo, me sentís en la
profundidad de vuestro ser.
Cerrad los ojos y percibiréis una llama que arde en vosotros, que
asciende desde mi esencia, desde lo más profundo de esta tierra,
su núcleo, que sube por vuestra columna alumbrándoos en la
oscuridad de vuestras noches. Una llama que crece día a día a
través de las edades y que hoy a vosotros, a todos mis pequeños,
está permitiendo que os sintáis más y más unidos, no sólo unos
hermanos con otros, sino con todos mis hijos. Sí, con los que
llamáis animales irracionales, con los árboles y demás plantas que
pueblan este planeta, con los minerales que creéis inertes y con
aquellos seres aún invisibles a vuestros ojos.
Todo está vivo en mí, y está llegando el momento en que yo
también despierto de mi ensueño.
Un amanecer nuevo, una nueva era comienza y aunque algunas
heridas tengo en mi cuerpo, nada podrá impedir que éste crezca.
Vosotros me ayudaréis a sanarlas al igual que yo ayudo a sanar
las vuestras.»
Un breve silencio colmó el lugar y la Voz femenina continuó:
«No os dejéis llevar por el desaliento quedándoos sólo con el
acontecer superficial ya que es necesario que se produzcan
algunos cambios, pero nada que os haga pensar que la vida aquí
desaparecerá. Haced oídos sordos a quienes anuncian un final
apocalíptico, pues éstos solamente viven y sienten bajo el antiguo
sistema del temor… Un sistema que tiene el tiempo contado.
Mi llama arde cada vez con más poder, está ascendiendo y me
elevará a mí con todas mis criaturas. Yo os protejo, pero ya es
llegado el momento en que seáis dueños de vuestro propio
destino. Aunque sigáis viviendo en el seno materno conoceréis
que la vida trasciende los límites de mi cuerpo.
Desde hace millones de años mis “hermanas” y yo
intercambiamos la vida que nos habita, que somos, al igual que en
vosotros vuestras células se intercambian de unos a otros. Nada
habéis de temer, pues lo iréis experimentando según vuestra
capacidad de entendimiento.
Todo en el universo es comunión, no hay nada que viva aislado,
esto sólo es producto del estado mental en que os sumisteis y del
que estáis, estamos, emergiendo.
Estamos ahora viviendo en una comunión cada vez mayor.
Así, como tenéis una Madre y un Padre que se manifiesta ante y
en vosotros, hay un modelo de Hija-Hijo, un ideal que está
grabado a fuego en vosotros y que se manifiesta a través de las
edades. Según crecéis, maduráis, le sentís cada vez más próximo,
está en vuestros genes. La presencia de mi Hijo manifestada hace
dos mil años volverá a vosotros para que crezcáis con Él y en Él
en una nueva conciencia más incluyente, más amorosa y
comprensiva de la Vida. Su presencia es sentida en el corazón de
muchos de vosotros y cada día lo será aún más. Su comunión es
vivida y conocida en quienes mi llama asciende y ha ascendido
hasta fundirse en ellos con el Cielo.
No veáis a mi Hijo independiente de vosotros, ajeno a vuestras
vidas, como un ser lejano e inalcanzable. No penséis que Él sólo
vendrá desde el exterior, olvidad esa visión infantil. Le
contemplaréis en vosotros y os mostrará un rostro sin igual, un
semblante que señalará el primer paso del siguiente peldaño de la
humanidad donde se funden el día y la noche. Un rostro que será
el vuestro y que… no olvidaréis.
Mi Hijo sois todos.
El Cielo y la Tierra se unen cada día un poco más.
Yo, vuestra Madre, estoy en vosotros al igual que vuestro Padre
lo está.
Mis pequeños… ¡Ascended conmigo!
¡Soy el Amor!»
Y la Voz cesó.
Una fina lluvia empezó a deslizarse sobre nuestros cuerpos,
sentimos su frescura penetrando como un bálsamo nuestras almas.
El cielo no distingue y a todos nos impregna por igual con su
savia.
Nos miramos y salimos de la Torre Magdala caminando sin
prisas, empapados de Vida. Un rosal lucía sus mejores galas, sus
flores con sus pétalos escarlatas al igual que llamas vivas
destacaban en el jardín, recordándonos que aún hay mucho
trabajo por hacer hasta que la llama de la Vida se instale en todos
los corazones.
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