LA FILOSOFIA HERMETICA
II. LA COSMOGONIA HERMETICA
La cosmogonía hermética es la parte más elaborada del sistema y la que se encuentra más semejante a sí misma en los diversos adeptos. Aunque los autores, sobre todo en los siglos XVI y XVII, han desarrollado sistemas a menudo muy complicados en sus detalles, los rasgos principales han permanecido siempre iguales, y es posible descubrir las tesis fundamentales alrededor de las cuales gravitan todas las especulaciones.
RASGOS CARACTERISTICOS DE LA COSMOGONIA HERMETICA.
1º Esta Cosmogonía ("nacimiento del mundo") es al mismo tiempo una teogonía. Gracias a la Creación, Dios se afirma y se revela. Dios es el principio del ser y de lo posible. Todo lo que existe, todo lo que se ve actualmente, fue primero invisible en Dios. El Principio único engendró todas las cosas diferenciadas por transformaciones sucesivas:
"Así como todas las cosas han provenido y provienen de Uno, todas han nacido de esta Cosa única por adaptación".
2º El proceso de creación se opera gracias a la separación y luego a la unión de dos Principios: el Fuego7, que cumple la función de macho, y la Materia, principio hembra comparable a una inmensa matriz. El Fuego, primer aspecto de la emanación divina, fecunda la materia y engendra así todos los seres que integran el universo. Siempre se vuelve a encontrar el esquema.
– Materia prima, caos indiferenciado, del cual surgirá la diversidad universal:
"Todas las cosas vienen de la misma simiente, todas fueron en su origen engendradas por la misma madre8."
– División de esa materia prima en elementos;
– Formación de los cuerpos a partir de estos elementos.
3º La creación realiza el pasaje de la potencia al acto. Es una explicación en el sentido etimológico (latín explicare = desplegar), un despliegue de las posibilidades del ser.
4º El cosmos, es decir, el universo ordenado, es no sólo extraído del Caos, sino producido a partir del Caos, y no a partir de la nada (ex nihilo). La vibración original del fiat lux ígneo determina el comienzo del proceso por el cual el Caos se organiza para transformarse en el cosmos, aunque nada sustancial agrega a las posibilidades existentes en el Caos "informe y vacío".
Sobre estas teorías básicas los hermetistas elaboraron síntesis, a veces muy complejas pero en las que persisten las líneas generales de la cosmogonía primitiva, expresada con ayuda de símbolos extremadamente antiguos tomados del lenguaje de la generación (cf. el antiguo símbolo del huevo del mundo, del cual el "huevo filosófico" es una imagen, y que se encuentra en las cosmogonías hindúes, caldeas, egipcias, etc.). He aquí, a título ilustrativo, una breve exposición de las ideas de Paracelso sobre la génesis del mundo, que ejercieron gran influencia en los alquimistas posteriores.
LAS IDEAS DE PARACELSO. Al comienzo sólo existe la suprema Unidad cósmica indiferenciada, el Yliaster, la "materia prima" de todas las cosas, el "gran Misterio" (Mysterium magnum), incognoscible y sin forma, prodigiosa reserva de posibilidades y de fuerzas que comunicarán a todos los seres sus propiedades infinitamente diversas. En esas tinieblas primordiales, sustancia de todo lo que el ser podría devenir, pero en estado de posibilidades virtuales e indiferenciadas, se halla inscripto en estado de nada todo el desarrollo ulterior del ser. Este principio unitario, para manifestarse, se polariza por diferenciación binaria de un principio negativo, femenino, pasivo (Cagaster), y de un principio positivo, masculino. Su unión engendra el Caos o Ideos. El Yliaster, dividido y descompuesto, hizo brotar de su seno esa materia primitiva (Hyle) que Paracelso compara a las Aguas de que habla el Génesis, que contenían la sustancia de todas las cosas. La acción de la Luz activa sobre ese Limbus maior lo descompone en tres principios (Azufre, Mercurio, Sal), cuya unión produce la materia, ahora corporal (Yliadus), con sus cuatro elementos o "rnadres" de las cosas. El proceso de la creación culmina en la aparición de diferentes seres del universo, gracias a la división y a la evolución en los mysteria specialia: la fuerza vital se refleja en las simientes terrestres (Limbus minor), que tienen su origen en la Tierra.
LAS TEORIAS ALQUIMICAS
LA UNIDAD DE LA MATERIA.Ya hemos observado que uno de los fundamentos de la filosofía hermética era la afirmación de la unidad de la materia, que los adeptos representaban por el antiguo símbolo de la serpiente que se muerde la cola (uróboro). Esta afirmación reaparece como postulado fundamental de la alquimia teórica: la materia es una, decían los alquimistas, pero puede adoptar diversas formas y en estas nuevas formas combinarse consigo misma y producir nuevos cuerpos en cantidad indefinida. A esta "materia prima" le daban los nombres más diversos: simiente, caos, sustancia universal, absoluto9, etc. En verdad, esta teoría no es específicamente alquímica: ya Platón en su Timeo había desarrollado la noción de la materia prima común a todos los cuerpos y capaz de tomar todas las formas; pero los alquimistas la desarrollaron considerablemente y la llevaron hasta sus últimas consecuencias.
Todo pasa y cambia en el mundo, todo está sujeto a perpetua transformación, pero nada muere, nada desaparece. El uróboro es el símbolo de la evolución que renace sin cesar de su propia destrucción, en un movimiento sin fin.
"Todo lo que lleva el carácter del ser o de la sustancia -escribe d'Espagnet en su Enchiridion physicae restitutae- ya no puede abandonarlo y, por las leyes de la naturaleza, no le está permitido pasar al no-ser10."
Por otra parte es menester que la materia en sus diversas formas, sea reductible a un constituyente común para que la transmutación resulte posible. Como lo hace notar Sinesio, en la experiencia alquímica el adepto no crea nada: sólo modifica la materia cambiando su forma.
LOS TRES PRINCIPIOS: AZUFRE, MERCURIO Y SAL. Los alquimistas, sin embargo, distinguen dos principios opuestos: el Azufre y el Mercurio, a los cuales asocian un término medio: la Sal. Fue Paracelso quien popularizó la famosa división tripartita: Azufre, Mercurio, Sal (llamada también Arsénico) que había sido desarrollada antes de él por Géber, Roger Bacon y Basilio Valentino.
Desde ahora debe advertirse que los nombres Azufre, Mercurio, Sal (o Arsénico) no designan los cuerpos químicos de igual denominación, sino que representan algunas cualidades de la materia: el Azufre designa las propiedades activas (por ejemplo combustibilidad o poder de ataque sobre los metales); el Mercurio, las propiedades llamadas "pasivas" (por ejemplo, fulgor, volatilidad, fusibilidad, maleabilidad); en cuanto a la Sal, es el medio de unión entre el Azufre y el Mercurio, comparada a menudo con el espíritu vital que une el alma al cuerpo. El Mercurio es la materia, el principio pasivo, femenino; el Azufre, la forma, el principio activo, masculino; en cuanto a la Sal, es el movimiento, por medio del cual el Azufre da a la materia toda clase de formas (este tercer término no desempeña una función teórica de primer plano y lo que interesa conocer es, principalmente, el dualismo Azufre-Mercurio).
El Azufre y el Mercurio simbolizan así las propiedades opuestas de la materia.
"Yo dije: Hay dos naturalezas, una activa y otra pasiva. El maestro me preguntó: ¿Cuáles son esas dos naturalezas? Y yo respondí: Una es la naturaleza del calor; la otra, la del frío. ¿Cuál es la naturaleza del calor? El calor es activo y el frío pasivo11".
El Azufre es el principio fijo; el Mercurio, principio volátil. De ahí el siguiente cuadro:
De esto los alquimistas deducen toda una teoría sobre la génesis de los metales (cf. más adelante), de donde provienen los calificativos de padre y de madre de los metales, dados al Azufre y al Mercurio, principios activo y pasivo, respectivamente. Separados en el seno de la Tierra y atraídos incesantemente uno hacia el otro, los dos principios se combinan en diversas proporciones para formar metales y minerales por influencia del fuego central. Y, según la expresión de Alberto Magno en su Compuesto de los compuestos,
"la diferencia sola de cocimiento y de digestión produce la variedad en la especie metálica".
LOS CUATRO ELEMENTOS. Los alquimistas retoman la vieja teoría griega de los cuatro elementos (tetrasomía). Para evitar equívocos, conviene insistir sobre el siguiente punto: los cuatro elementos (Agua, Tierra, Aire, Fuego) no designan las realidades concretas cuyos nombres llevan. Son estados, modalidades de la materia.
"Los cuatro elementos responden, en efecto, a los estados generales y apariencias de la materia. La Tierra es el símbolo y el soporte del estado sólido. El Agua, símbolo y soporte de la liquidez. El Aire, de la volatilidad. El Fuego, más sutil todavía, responde al mismo tiempo a la noción sustancial del fluido etéreo, soporte simbólico de la luz, del calor, la electricidad, y a la noción fenomenológica del movimiento de las últimas partículas de los cuerpos12."
Los alquimistas distinguen dos elementos visibles: la Tierra y el Agua, continentes de dos elementos invisibles, el Fuego y el Aire; y hacen corresponder estos cuatro elementos con las cuatro cualidades tradicionales: cálido, frío, húmedo y seco (fig. 3). En correspondencia con la Sal, se suele describir un quinto elemento, el Éter o Quintaesencia, especie de mediador entre los cuerpos y la fuerza vivificante que los penetra.
Concepción utilizada con frecuencia es el llamado ciclo de Platón: hay cambio periódico continuo entre los elementos (el Fuego se condensa en Aire; el Aire se cambia en Agua; el Agua, solidificada se transforma en Tierra; la Tierra se trueca en Fuego; luego la transformación se reproduce en sentido inverso).
fig. 3. Los cuatro elementos.
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Por otra parte, los alquimistas se empeñan en relacionar la clasificación Azufre-Sal-Mercurio con la teoría de los cuatro elementos; de ahí este cuadro.
En fin, la génesis de los cuatro elementos preocupa mucho a los adeptos, lo que motiva múltiples interpretaciones de la "Tabla de Esmeralda". He aquí al respecto, una tentativa de elucidar un pasaje oscuro de dicho escrito, suministrada por uno de los intérpretes modernos de las doctrinas alquímicas, el doctor Lambert:
"Parece, en nuestra opinión, fácil de interpretar ese pasaje si se lo relaciona con la emanación primordial o Telesma, que, proveniente del Sol, pasa por los cuatro estados de materia de que hemos hablado: el fuego, el aire, el agua y la tierra. El Sol es el padre de ese Telesma y lo emite en estado de fuego... 'El Viento lo ha llevado en su vientre', dicho de otro modo ese Telesma, al abandonar el estado de fuego, pasa al de aire simbolizado por el viento. 'La Luna es su madre': aquí se trata, verosímilmente, del pasaje al estado de agua. 'La Tierra es su nodriza'; es decir que ese Telesma recibe su materialización última en sustancia sólida, representada por la tierra" (fig. 4).
fig. 4. Los cuatro elementos según R. Lulio.
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LOS SIETE METALES. Los alquimistas distinguían siete metales, dos de ellos perfectos, es decir, inalterables: el oro y la plata, simbolizados por el Sol y la Luna; y cinco imperfectos, simbolizados por los planetas y representados por los signos de estos últimos.13
fig. 5. Metales y correspondencias planetarias. |
Cada metal está así en relación con un planeta, lo que entraña un vínculo entre la alquimia y la astrología. Los adeptos estudian así las influencias planetarias sobre la formación de metales en el seno de la Tierra. Ya el filósofo neoplatónico Proclo, escribía:
"El oro natural, la plata y cada uno de los metales, como las otras sustancias, han sido engendrados en la tierra por influencia de las divinidades celestes y de sus efluvios. El Sol produce el oro; la Luna, la plata; Saturno, el Plomo, y Marte, el hierro14".
Los metales son considerados seres vivos:
"El bronce, como el hombre, tiene un cuerpo y un alma. El alma es el vapor que se eleva en el curso de la destilación y de la sublimación; el cuerpo es lo que queda en la retorta; ... reunidos el cuerpo y el alma, resucitan los cuerpos muertos" (Turba).
Y los alquimistas desarrollan todo un conjunto de curiosas teorías sobre el origen de los metales, del cual daremos lo esencial: los metales, dicen, como todos los seres creados, tienen el mismo origen: la materia prima;
"los metales son todos semejantes en su esencia, solamente se diferencian en su forma15".
El oro es la perfección del reino metálico, el fin constante de la naturaleza. Pero ese fin es postergado por múltiples accidentes y vicisitudes que originan la aparición de metales inferiores: El oro, fin viviente de la perfección metálica, se forma en las entrañas de la Tierra a partir de una materia prima que maduran los astros; pero hay metales "enfermos", es decir, metales viles. Pese a todo, los metales tienden activamente a la perfección mediante el ciclo hierro cobre plomo estaño mercurio plata oro; la transmutación se opera así gradualmente en el transcurso de los siglos en las entrañas de la Tierra. Algunos autores, como Glauber en su libro Opus minerale (La obra mineral, Amsterdam, 1651), llegan a una concepción cíclica de aquélla: una vez alcanzado el estado de oro, los metales recorren el ciclo en sentido inverso, en una progresiva imperfección hasta llegar al hierro, para recuperar gradualmente su perfección y así indefinidamente; hay en esto como un remoto presentimiento de los conceptos modernos sobre la radioactividad y la transmutación espontánea de los cuerpos.
Las doctrinas alquímicas sobre los metales fueron violentamente combatidas desde el siglo XVI. Así Tomás Erasto, uno de los más virulentos adversarios de Paracelso, niega la posibilidad de la transmutación metálica cuando afirma que cada metal, en su propia forma, es incapaz de transformarse en otro metal. Las críticas dirigidas a la doctrina de la transmutación fueron, por otra parte, formuladas desde el principio no en nombre de la experiencia, sino de la religión, que declaraba los poderes del hombre limitados e incapaces de modificar la esencia de los cuerpos naturales.
ALQUIMIA Y QUIMICA. Suele vincularse la alquimia con la química moderna y, en efecto, fácil es hallar en los adeptos el presentimiento de ciertas teorías contemporáneas: la unidad de la materia, la posibilidad de transmutar los elementos, etcétera. Se les debe también el descubrimiento de muchos cuerpos nuevos: el ácido sulfúrico, el antimonio, etcétera, y la invención de procedimientos técnicos bastante perfeccionados. Pero, en realidad, se trata de dos concepciones del saber diametralmente opuestas:
"Nuestras ciencias modernas -escribe el doctor Sauné- proceden ante todo por análisis; nosotros dividimos todo el estudio en muchos dominios distintos, en el interior de los cuales todo resulta simple; al mismo tiempo que se acrecientan las adquisiciones de las ciencias, se ve multiplicada la cantidad de tales dominios tanto como la de los términos empleados. Por el contrario, los alquimistas suponían un paralelismo perfecto entre todas las manifestaciones naturales y hasta sobrenaturales. Las mismas palabras sirven para órdenes de fenómenos muy diferentes".
Aun si, al considerar la alquimia, se hace abstracción de sus aspectos filosóficos y místicos, no deja de existir un abismo entre los fines de los alquimistas y los del químico moderno: en el plano material, el propósito del adepto es purificar las sustancias materiales, combinarlas y exaltar sus cualidades para llevarlas a una etapa más avanzada de evolución. Por lo demás, su dominio primordial no consiste en las sustancias materiales propiamente dichas, sino en las energías latentes que ellas encierran. Por actuación de las fuerzas espirituales, el alquimista puede sublimar elementos materiales en elementos invisibles y materializar sustancias invisibles; de ahí la posibilidad de lo que se ha llamado las palingénesis: según Paracelso, si un objeto pierde su sustancia material, su forma invisible permanece en la naturaleza y, si se llega a revestir esa forma de materia visible, se le permite reaparecer (así es cómo los alquimistas mencionados por Kircher en su Mundus subterraneus pretendían reconstituir una flor a partir de sus cenizas).
"La química vulgar -dice Pernety en sus Fables grecques et égyptiennes dévoilées- es el arte de destruir los compuestos que la naturaleza ha formado; y la química hermética es el arte de trabajar con la naturaleza para perfeccionarla."
Y F. Hartmann nos dice:
"Es un error confundir la alquimia y la química. La química moderna es una ciencia que se ocupa únicamente en las formas exteriores en que se manifiesta el elemento de la materia. Jamás produce algo nuevo. Se puede mezclar, componer y descomponer, dos o muchos cuerpos químicos infinidad de veces, y hacerlos reaparecer en formas distintas, pero al fin de cuentas no habrá aumento de sustancia ni nada más que la combinación de sustancias empleadas al comienzo. La alquimia nada mezcla ni compone; hace que lo que existía ya en estado latente crezca y se vuelva activo. En consecuencia, la alquimia es más comparable a la botánica o a la agricultura que a la química. Y, de hecho, el crecimiento de una planta, de un árbol o de un animal es un proceso alquímico que se propaga en el laboratorio alquímico de la Naturaleza, y es ejecutado por el Gran Alquimista, el poder activo de Dios sobre la Naturaleza."
En último análisis, lo que diferencia la química de la alquimia es el vitalismo de esta última. La química lleva las manifestaciones orgánicas hacia las reacciones químicas, mientras la alquimia asimila las manifestaciones del mundo inanimado a los fenómenos biológicos. De ahí surgen fórmulas como la de Paracelso en su Archidoxum magicum:
"Nadie puede demostrar que los metales estén muertos y privados de vida... En cambio, yo lo afirmo audazmente, los metales y las piedras, lo mismo que las raíces, las hierbas y todos los frutos, son ricos de su propia vida."
Comenzamos ahora a familiarizarnos con los fines perseguidos por los adeptos y vamos a poder considerar la alquimia práctica, la Gran Obra propiamente dicha.
Traducción: Carlos Nogués.
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