El Sadismo y el Masoquismo en las Relaciones
El sadismo también puede representar una clase de actividad disfuncional, como la de utilizar a alguien como “cabeza de turco” o como “chivo expiatorio”. Sentimientos displacenteros como la rabia o la culpa son desplazados hacia fuera de la persona que los siente y proyectados en otra persona: el chivo expiatorio. Ésta es una práctica antigua y con raíces profundas. De acuerdo con el Levítico, Dios les dijo a Moisés y a Aaron que sacrificasen a dos chivos (cabras) cada año. El primer chivo era para ser sacrificado y su sangre derramada en el Arca de Noé. Entonces el Sumo Sacerdote pondría sus manos sobre la cabeza del segundo chivo y confesaría los pecados de la gente. Este segundo chivo, con más suerte que el primero, no sería asesinado, sino que sería abandonado en el desierto llevando la carga del pecado, que es por lo que se le acabaría conociendo como el “chivo expiatorio”. El altar que hay en cada iglesia es un recordatorio simbólico de esta práctica de sacrificio, siendo el último objeto del sacrificio, el propio Jesús.
Para el masoquista, tomar el rol de la subyugación y la impotencia puede ofrecer una liberación frente al estrés o la carga de la responsabilidad o la culpa. También puede evocar sentimientos infantiles de dependencia, seguridad y protección, que pueden servir como un sustitutos de la intimidad. Además, el masoquista puede obtener placer de ganarse la aprobación de la sádica, solicitando su plena atención, y con ello, controlándola.
En casi todas las relaciones, una compañera está más apegada que la otra, llevando a la que está menos apegada a ser la dominante, mientras que la más apegada se infantiliza y se vuelve sumisa para conseguir pacificar, complacer y seducir. Al final, es más que probable que la menos apegada se agobie y tome distancia, pero si se aleja demasiado, la más apegada puede que se enfríe, se cierre o se vaya. Esto puede provocar que la menos apegada cambie de rol y se vuelva la más entusiasta de las dos en la relación. Al final, el equilibrio se restablece, hasta que ocurre algo que rompe ese equilibrio, y así ad infinitum. La dominación y la sumisión son elementos que se encuentran en la mayoría de las relaciones, pero esto no es óbice para que estos componentes las hagan agotadoras, estériles, y, parafraseando a Freud, inmaduras.
En lugar de jugar al gato y al ratón, los amantes necesitan tener confianza (en sí mismos y en el otro) y el valor para elevarse por encima del juego. ¿Cómo? Aprendiendo a confiar cada uno en el otro y atreverse a mirarse como los dos seres humanos de completos que en realidad son, finales en sí mismos y no medios para conseguir un fin. El amor verdadero consiste en respetar, compartir, nutrir y facilitar. ¿Cuántas personas tienen la capacidad y la madurez para esta clase de amor transpersonal?
En cualquier caso, es un baile que bailan dos.