Desde que Leonardo concluyó su célebre pintura en el siglo XV, se han tejido numerosos mitos y leyendas alrededor de esta obra de arte, considerada por los críticos como su “obra más serena y alejada del mundo temporal” y diseñada para poder ser observada en su totalidad y tener una sensación de inmersión. De partida, llama la atención la configuración de sus protagonistas: Jesús ocupa el centro de la escena, y a sus lados existe un equilibrio con seis discípulos a cada lado, agrupados de tres en tres. Los discípulos, según algunos estudiosos, estarían agrupados en “rectángulos”, cuyo significado es unidad y estabilidad. En el centro está Jesús y, al contrario que todos los demás, se encuentra circunscrito en un “triángulo equilátero”, que significa equilibrio perfecto, el triángulo donde reside la majestad y el poder de Dios. El número tres, por lo demás, representa al hombre (cuerpo, mente y espíritu) y a la deidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Al fondo del cuadro se puede observar tres ventanales que iluminan la parte central donde está Jesús y donde puede entreverse un paisaje que para algunos simbolizaría el Paraíso (algunos estudios recientes dicen que este paisaje podría corresponder a la zona norte del lago Como, en Italia). Además, con respecto a Judas Iscariote, se comenta que el modelo que Leonardo utilizó fue un verdadero criminal, pues da Vinci habría visitado distintas cárceles de Milán para tales efectos. Algunos también han postulado que el propio Leonardo Da Vinci se pintó a sí mismo en el rol del apóstol Judas Tadeo (un gran predicador que evangelizó a muchos pueblos y que fue el portador de la Sábana Santa después de la muerte de Cristo), aunque hay que consignar que la pintura data de 1495-1497, y en ese tiempo Leonardo tenía 45 años, mientras que el aspecto del apóstol, la penúltima figura de izquierda a derecha, es de mucha más edad.
La figura de Judas Tadeo, que en el extremo derecho del cuadro aparece conversando con el mismo Simón el Zelote, estaría basada por su parte en el filósofo Platón, un sabio que debido a sus planteamientos con respecto a la divinidad no era muy querido por la iglesia. Judas Tadeo y Simón el Zelote – o Da Vinci y Platón para algunos- a primera vista aparecen en “La última cena” manteniendo un tranquilo diálogo, ajenos a lo que sucede en la mesa, al revuelo creado, como si ellos estuvieran hablando de cosas más trascendentales e importantes.