Eran guerreros. Una sociedad religioso-militar. Sus iglesias y sus bancos eran sus plazas fuertes. Los templarios inventaron el concepto de banca moderna. Para la nobleza europea, viajar con oro era peligroso, por lo que los caballeros de la orden les permitían depositarlo en la iglesia del Temple más cercana y retirarlo en cualquier otra, en cualquier punto de Europa. Lo único que necesitaban era acreditarse mediante la documentación correcta, y pagar una comisión. Fueron los primeros cajeros automáticos. Se cree que su misión era proteger Tierra Santa. Eso es un error frecuente. La idea de la protección de los peregrinos era el disfraz bajo el que los templarios llevaban a cabo su misión. Su verdadero objetivo en Tierra Santa era rescatar los documentos enterrados debajo de las ruinas del templo. Para poder rescatarlos, el Priorato de Sión creó un brazo armado, un grupo de nueve caballeros llamado la Orden de los Caballeros Pobres de Cristo y del templo de Salomón. Más conocidos como los Caballeros Templarios. Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero en lo que todos los estudiosos coinciden es en que sí encontraron algo enterrado en las ruinas... algo que les hizo ricos y poderosos más allá de lo imaginable. Los caballeros informaron al rey que necesitaban de algún lugar donde guarecerse y le pidieron permiso para instalarse en los establos que había bajo las ruinas del templo. El rey Balduino lo concedió, y los caballeros ocuparon como residencia aquel devastado lugar de culto.
Se creía que los documentos que buscaba el Priorato estaban enterrados en aquellas ruinas, bajo el Sancta sanctórum o cámara sagrada. Durante casi una década, los nueve caballeros vivieron en aquellas ruinas, excavando en secreto entre los escombros. Al fin habían encontrado lo que estaban buscando. Sacaron el tesoro del templo y regresaron a Europa, donde su influencia pareció acrecentarse de la noche a la mañana. El papa Inocencio II dictó una insólita bula papal por la que se concedía a los caballeros un poder ilimitado y se los declaraba «una ley en sí mismos», un ejército autónomo, independiente de cualquier interferencia de reyes o clérigos, de cualquier forma de poder político o religioso.
Con su recién adquirida carta blanca otorgada por el Vaticano, los templarios se expandieron a una velocidad de vértigo, tanto en número como en peso político, acumulando la propiedad de vastas extensiones de tierra en más de doce países. Empezaron a conceder créditos a casas reales arruinadas y a cobrar intereses, estableciendo de ese modo el precedente de la banca moderna e incrementando aún más su riqueza y su influencia.
Durante más de mil años han circulado leyendas sobre este secreto. Toda la serie de documentos que revelan el secreto se conocen con el nombre de Sangreal. Godolfredo de Bouillon ordenó a los templarios recuperar estos documentos del Templo de Salomón para demostrar los vínculos hereditarios de los merovingios con Jesucristo. El Sangreal tiene que ver con la sangre real de Jesús y María Magdalena. La palabra Sangreal ha evolucionado hasta formar un término más moderno, el Santo Grial. Se creía que el Santo Grial era un cáliz y una serie de documentos que revelan un oscuro secreto. Pero los documentos son sólo la mitad del tesoro. Si esos documentos dieron tanto poder a los templarios fue porque descubrían la verdadera naturaleza del Grial.
Siempre se había creído que el Santo Grial era el cáliz en el que Jesús había bebido durante la última cena y con el que, posteriormente, José de Arimatea había recogido la sangre que le brotaba del costado en el momento de la crucifixión. Según el Priorato de Sión, el Santo Grial no es en absoluto un cáliz. Aseguran que la leyenda del Grial, que afirma que se trata de una copa, es de hecho una ingeniosa alegoría. Es decir, que la historia del Grial usa el cáliz como metáfora de algo mucho más poderoso, incluyendo sus referencias simbólicas a la divinidad femenina.
El Santo Grial fue probablemente el tesoro más buscado de la historia de la humanidad. Suscito leyendas, provocó guerras y búsquedas que han durado vidas enteras. ¿No sería absurdo que hubiera sido un cáliz?. De ser así, entonces habría habido otras reliquias que hubieran despertado un interés similar y hasta superior, como la corona de espinas, la cruz de la crucifixión, el título o inscripción INRI sobre la cruz, cosa que no ha sucedido, a lo largo de la historia. Se creía que el Grial estaba en algún lugar indeterminado de Inglaterra, enterrado en una cámara oculta, bajo una de las muchas iglesias de la Orden del Temple, y que había estado ahí escondido al menos desde el año 1500.
La época del Gran Maestro Leonardo da Vinci y que el Priorato, para mantener en secreto sus valiosísimos documentos, se había visto obligado a trasladarlos muchas veces. Hoy en día los historiadores plantean que, desde su llegada a Europa procedente de Jerusalén, el Grial había cambiado de sitio en al menos seis ocasiones. La última vez que fue avistado fue en 1447, cuando numerosos testigos oculares describieron un fuego que se declaró y casi destruyó los documentos, antes de que estos fueran trasladados en cuatro enormes arcones, tan pesados que para moverlos hicieron falta dieciséis hombres.
Después de aquello, nadie declaró haber vuelto a ver el Grial. Lo único que persistió fue el rumor ocasional de que estaba escondido en Gran Bretaña, la tierra del rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda. Fuera cual fuera la realidad, había dos hechos indiscutibles: Leonardo da Vinci conocía el paradero del Grial y probablemente, en la actualidad, ese lugar seguía siendo el mismo. Por tal motivo, los apasionados del Grial siguieron escrutando la obra pictórica y los diarios de Leonardo con la esperanza de desentrañar alguna pista secreta sobre su actual ubicación. Algunos aseguraron que el fondo montañoso de La Virgen de las rocas se correspondía con la orografía de una serie de colinas cavernosas que se encontraban en Escocia.
En el extraño mundo de los buscadores modernos del Grial, Leonardo da Vinci seguía siendo el mayor enigma por resolver. Su obra artística parecía siempre a punto de revelar un secreto, y sin embargo, lo que fuera que ocultaba permanecía oculto, tal vez bajo una capa de pintura, tal vez codificado a la vista de todos, o tal vez en ningún sitio. Quizá la gran cantidad de atractivas pistas no fuera más que una promesa hueca dejada para frustrar al curioso y provocar esa sonrisa en el rostro de la Mona Lisa. Circulaba el rumor de que el Priorato había jurado volver a trasladar a Francia el Grial, pero no había ninguna prueba histórica que indicara que eso había sucedido. E incluso en el caso de que la hermandad hubiera logrado traer el Santo Grial hasta Francia, el número 24 de la Rué Haxo, junto a unas pistas de tenis, no parecía un lugar lo bastante noble para su definitivo descanso. El Grial simboliza a la diosa perdida. Las leyendas de las búsquedas caballerescas del Grial perdido, eran en realidad historias que explicaban las hazañas para recuperar la divinidad femenina. Los caballeros hablaban en clave para protegerse de una Iglesia que había subyugado a las mujeres, prohibido a la diosa, quemado a los no creyentes y censurado el culto pagano a la divinidad femenina. La historia del Grial está en todas partes, pero oculta. Cuando la Iglesia prohibió hablar de la repudiada María Magdalena, su historia tuvo que empezar a transmitirse por canales más discretos... canales llenos de metáforas y simbolismo. El mundo de las artes. La reproducción de La última cena es un ejemplo perfecto. Algunas de las más destacadas obras pictóricas, literarias y musicales nos hablan secretamente de la historia de María Magdalena y de Jesús.
Las obras de Leonardo da Vinci, de Botticelli, de Poussin, de Bernini, de Mozart, de Víctor Hugo. En todas latía el intento por restaurar el culto a la prohibida divinidad femenina. Leyendas clásicas como las de Sir Gawain y el Caballero Verde, el Rey Arturo o la Bella Durmiente eran alegorías del Grial. El jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo, y La flauta mágica de Mozart estaban llenas de simbología masónica y de secretos. Una vez abrimos los ojos al Santo Grial, lo captamos por todas partes. En pinturas, en piezas musicales, en libros, en los parques temáticos, en las películas más populares y hasta en los dibujos animados.
A principios del siglo XIV, la autorización del Vaticano había permitido que los templarios amasaran tal poder que el papa Clemente V decidió que había que hacer algo. Con la colaboración del rey francés Felipe IV, el Papa ideó un ingenioso plan para neutralizar a los Caballeros de la Orden del Temple y hacerse con sus tesoros, pasando de paso a obtener el control sobre sus secretos. En una maniobra militar digna de la CIA, Clemente envió órdenes selladas a todos sus soldados, distribuidos por todo el territorio europeo, que no debían abrirse hasta el viernes 13 de octubre de 1307. Al amanecer de aquel día, los documentos sellados se abrieron y revelaron su sobrecogedor contenido.
En aquellas cartas, el Papa aseguraba que había tenido una visión de Dios en la que le advertía de que los templarios eran unos herejes, culpables de rendir culto al demonio, de homosexualidad, de ultraje a la cruz, de sodomía y demás comportamientos blasfemos. Y Dios le pedía al Papa que limpiara la tierra, que reuniera a todos los templarios y los torturara hasta que confesaran sus pecados contra Dios. La maquiavélica operación de Clemente funcionó con total precisión.
Aquel mismo día se detuvo a gran número de caballeros de la orden, se les torturó y fueron quemados en la hoguera acusados de herejes. En la cultura moderna aún persistían ecos de aquella tragedia; el viernes trece seguía considerándose día de mala suerte en muchos sitios. La orden de los templarios fue casi destruida durante la Inquisición, la Iglesia acusaba a los templarios de todo tipo de herejías. Inventaban toda clase de cargos contra ellos. Los condenaban por sodomía, por orinarse sobre la cruz, por rendir culto al diablo, la lista era extensa. Y en esa lista se incluía la veneración a falsos ídolos. Especialmente, la Iglesia acusaba a los templarios de celebrar en secreto ritos en los que veneraban una cabeza de piedra... Siguen existiendo, bajo diversas denominaciones.
A pesar de las falsas acusaciones de Clemente, que hizo todo lo posible por aniquilarlos, los templarios tenían poderosos aliados y algunos lograron escapar de las purgas vaticanas. El verdadero objetivo del Papa eran los poderosos documentos que habían hallado y que en apariencia eran su fuente de poder, pero nunca los encontró. Aquellos documentos llevaban ya mucho tiempo en manos de arquitectos clandestinos de los templarios, los miembros del Priorato de Sión, cuyo velo de secretismo los había mantenido a salvo de la masacre vaticana. Pero al ver que la Santa Sede iba cerrando cada vez más el cerco, el Priorato sacó una noche los documentos de la iglesia de París donde los escondían y los llevó a unos barcos templarios anclados en La Rochelle. — ¿Y adonde los llevaron?. La respuesta a ese misterio sólo la tiene el Priorato de Sión. Como esos documentos siguen siendo fuente de constantes investigaciones y especulaciones, se cree que han sido cambiados de sitio varias veces. Hoy en día, las conjeturas apuntan a que se encuentran en algún lugar del Reino Unido.
Está perfectamente documentado que Leonardo era un ferviente devoto de los antiguos cultos a María Magdalena. Su famoso fresco La última cena, es uno de los más sorprendentes homenajes a la divinidad femenina. Pues hay símbolos ocultos en sitios inimaginables. En La última cena aparecen trece hombres, seis discípulos a la izquierda y seis a la derecha y Jesús en el medio. El discípulo que está sentado en el puesto de honor, a la derecha del Señor es hombre o mujer?.
Al estudiar el rostro y el cuerpo, surge una oleada de desconcierto. Aquella persona tenía una larga cabellera pelirroja, unas delicadas manos entrelazadas y la curva de unos senos. Era, sin duda... una mujer. — ¡Es una mujer! No es un error. Leonardo sabía pintar muy bien y diferenciaba perfectamente entre hombres y mujeres. No podemos apartar la vista de aquella mujer sentada junto a Cristo. «En la última cena se supone que había trece hombres. ¿Quién es entonces esa mujer?» Aunque habíamos visto muchas veces aquella pintura, nunca nos había llamado la atención aquella evidente disonancia. Nadie se fija. Nuestras ideas preconcebidas de esta escena son tan fuertes que nos vendan los ojos y nuestra mente suprime la incongruencia. Es un fenómeno conocido como escotoma. El cerebro lo hace a veces con símbolos poderosos. La mujer a la derecha de Jesús es joven y de aspecto puro, con un rostro discreto, un hermoso pelo rojizo y las manos entrelazadas con gesto sereno, es María Magdalena la mujer capaz de destruir ella sola a la Iglesia. En La última cena prácticamente le está gritando al mundo que Jesús y Magdalena son pareja. —Fíjese en que uno va vestido casi como reflejo perfecto del otro. Las dos figuras del centro de la obra. Las ropas tienen los colores invertidos. Jesús lleva la túnica roja y la capa azul, mientras María Magdalena lleva una túnica azul y una capa roja. «El Yin y el Yang.» —Y si vamos ya a matices más sutiles, vea que Jesús y su esposa aparecen unidos por la cadera e inclinados en direcciones opuestas, como si quisieran crear claramente un espacio negativo entre ellos. La inequívoca forma de la V en el punto focal de la obra. Era el mismo símbolo, del cáliz y del vientre femenino. —Finalmente, si miramos a Jesús y a Magdalena como elementos de la composición más que como personas, veremos una letra del abecedario, ahí, destacada en el centro de la pintura, el trazo de una enorme y perfecta letra M. Los teóricos de las conspiraciones dicen que es la M de matrimonio o de María Magdalena, pero, nadie lo sabe a ciencia cierta.
Otras pinturas con la M.
Hay innumerables obras que contienen esa misma letra oculta de un modo u otro, ya sea en filigranas, en pinturas ocultas debajo de otras o en alusiones compositivas. La más ostentosa, claro, es la que hay grabada en el altar de Nuestra Señora de París, en Londres, diseñada por un anterior Gran Maestre del Priorato de Sión, Jean Cocteau. La M oculta es intrigante, pero nadie la pone como prueba de que Jesús y María Magdalena estaban casados. Aunque ese matrimonio está documentado en la historia. Es más, que Jesús fuera un hombre casado es mucho más lógico. Lo que es raro es la visión bíblica que tenemos de él como soltero. Esto porque Jesús era judío y las pautas sociales durante aquella época prácticamente prohibían que un hombre judío fuera soltero. Según la tradición hebrea, el celibato era censurable y era responsabilidad del padre buscarle una esposa adecuada a sus hijos. Si Jesús no hubiera estado casado, al menos alguno de los evangelios lo habría mencionado o habría ofrecido alguna explicación a aquella soltería excepcional.
Había dedicado su plácida existencia a trabajar para transmitir la historia del Santo Grial a las futuras generaciones. A lo largo de toda su vida a Disney lo consideraron siempre como «una versión moderna de Leonardo». Los dos se adelantaron mucho a su tiempo, los dos fueron artistas extraordinariamente dotados, miembros de sociedades secretas y notorios bromistas. Al igual que en el caso de Leonardo, a Walt Disney le encantaba incluir mensajes ocultos y símbolos en sus obras. Para el ojo entrenado del experto en simbología ver alguna de las primeras películas de Disney era quedar sepultado bajo un alud de alusiones y metáforas.
La mayor parte de sus mensajes trataban de la religión, de la mitología pagana y de las historias de la diosa sometida. No es casualidad que retomara los cuentos de la Cenicienta, la Bella Durmiente y Blancanieves; en las tres se trata el tema de la encarcelación de la divinidad femenina. Además, a nadie le hace falta saber mucho de simbología para entender que Blancanieves —una princesa que cayó en desgracia tras darle un bocado a una manzana envenenada— representa una clara alusión a la caída de Eva en el Jardín del Edén. Ni que la princesa Aurora de La Bella Durmiente —«Rosa», en nombre clave, y escondida en la espesura del bosque para protegerse de las garras de la bruja malvada, es la historia del Grial contada a los niños. A pesar de su imagen de seriedad corporativa, la factoría Disney ha mantenido siempre ese elemento fresco y desenfadado, y los creadores se divierten incorporando símbolos secretos a sus producciones. La Sirenita, por ejemplo, era un cautivador tapiz de símbolos espirituales relacionados hasta tal punto con la diosa que no podía ser obra del azar. El cuadro que decora el hogar submarino de Ariel no es otro que Magdalena Penitente, la famosa pintura de Georges de la Tour del siglo XVII. Un homenaje a la denostada María Magdalena, muy adecuado, por otra parte, teniendo en cuenta que la película resultaba ser un collage de noventa minutos con claras referencias simbólicas a la santidad perdida de Isis, de Eva, de Piscis, la Diosa pez y, reiteradamente de María Magdalena. El nombre de la sirenita, Ariel, poseía estrechos vínculos con la divinidad femenina, y en el Libro de Isaías era sinónimo de «La ciudad santa sitiada». Estaba claro, además, que el hecho de que la sirenita fuera pelirroja tampoco era casual.
Mitterrand fue un hombre osado. Se decía que el anterior presidente de Francia, que había encargado la construcción de la pirámide, tenía «complejo de faraón». Responsable máximo de haber llenado la ciudad de obeliscos, obras de arte y objetos procedentes del país del Nilo, Francois Mitterrand sentía una pasión tan desbocada por la cultura egipcia que sus compatriotas seguían llamándolo «La Esfinge». Un hombre del que se rumoreaba que se movía en círculos secretos, un hombre cuyo legado final a París fue La Pirámide. Al final del túnel del Passage Richelien se encuentra el monumento más misterioso de París, concebido y encargado en la década de 1980 por la esfinge en persona, Francois Mitterrand.
La pirámide. El nuevo acceso al Louvre se ha hecho casi tan famoso como el mismo museo. La polémica y ultramoderna pirámide de cristal diseñada por I. M. Pei, el arquitecto americano de origen chino, seguía siendo blanco de burlas de los más puristas, que creían que destrozaba la sobriedad del patio renacentista. Para sus críticos, la pirámide de Pei era como una uña arañando una pizarra. Sin embargo, también había admiradores que elogiaban aquella pirámide de cristal de más de veinte metros de altura y veían en ella la deslumbrante fusión de las estructuras antiguas con los nuevos métodos —un vínculo simbólico entre lo nuevo y lo viejo—. Aquella pirámide había sido construida por deseo expreso de Mitterrand con 666 paneles de cristal, ni uno más ni uno menos, curioso empeño que se había convertido en tema de conversación entre los defensores de las teorías conspiratorias, que aseguraban que el 666 era el número de Satán.
La pirámide inversa. El "Carrusel del Louvre", es un enorme circulo de césped rodeado en su perímetro por setos bien cortados. En la zona de césped el subsuelo horadado alberga los monumentos más atípicos de la ciudad. En el centro se hunde en la tierra como un abismo de cristal, la Pirámide Inversa hacía la zona subterránea del Louvre. La Pirámide Inversa o "El Cáliz" es una enorme claraboya invertida que cuelga del techo como una estalactita en una sala grande contigua del sótano. Está pirámide es un asombroso perfil triangular hecho de cristal colgando desde las alturas a más de dos metros del suelo.
La pirámide miniatura. Justo debajo de la pirámide inversa, en el suelo de la sala grande, se ve una diminuta estructura, la Pirámide miniatura de apenas un metro de altura. La única construcción hecha a pequeña escala en tan inmenso complejo.
Iluminadas con la luz tenue del sótano, las dos pirámides se enfrentan y sus puntas casi se tocan. "El Cáliz" encima, "La Espada" debajo. La Pirámide miniatura sobresale del suelo como la punta de un iceberg, como el ápice de un enorme sala piramidal sumergida, como una cámara oculta. Al alzar los ojos al cielo, desde allí, a través de los cristales, en noches claras, se observa un firmamento cuajado de estrellas.
En un monolítico palacio renacentista convertido en el centro de arte más famoso del mundo, en El Museo del Louvre, descansa la diosa María Magdalena