Las furiosas sacudidas de cabeza, el acento italiano, las letras osadas de las canciones más pegadizas incluyendo alguna magia inexplicable hicieron de Raffaella un icono gay internacional que por una larga temporada llegó a posarse en nuestras tierras. El espectáculo homenaje a la dorada Raffaella vuelve a la calle Corrientes, con la música y los bailes que “llenan el pensamiento cuando el deseo se hace violento” e incita a recordarla otra vez, fantástica, fantástica como antes.
Dos tremendas morochas enmarcan la escena donde el centro está vacío. Falta la estrella del show. Cae una peluca rubia, símbolo de “ella”. Entonces, como se sabe, el show debe seguir. La petisa y la alta (Ivanna Rossi y Natalia Cociuffo) y un asistente (personaje cómico que interpreta Dan Breitman) se disputan en los sucesivos números el protagonismo de este tributo a Raffaella Carrá, que se repone por estos días en El Nacional. Ella también había sido morocha. Cuando era joven y actriz se lució, nada rubia, junto a Sinatra en una coproducción y con Mastroianni en Los compañeros, de Mario Monicelli, donde adhería a la lucha de trabajadores socialistas. Eran los tempranos ’60 y Mina reinaba como la máxima estrella del pop italiano antes de convertirse en una gran diva de la canción. Raffaella compartió la efervescencia con sus primeros éxitos en la segunda mitad de la década. Además de ir convirtiéndose en un icono gay en su país y en España, la italiana logró con los argentinos una historia fascinante que ha hecho perdurar hasta nuestros días sus éxitos de los ’70 y ’80 en fiestas, casamientos y boliches dicharacheros. Desde siempre adorada por los sectores populares y por una clase media que bailaba mirando de reojo, quienes fuimos niños y niñas o adolescentes durante la dictadura la imitamos como locas capturados por sus enérgicas danzas y pegadizos temas. Hubo una época posterior en que su mito se fue apagando. Crecimos con culpas relacionadas con la alta cultura que tildaba de “grasa” y “oscurantista” su música desenfrenada. Con furiosas sacudidas de cabeza, ajustadísimo vestuario y el delicado kitch de su acento se presentaba en shows televisivos de ATC, que emulaban los deslumbrantes musicales de la década anterior en la RAI. En 1980 filmó en estas pampas esa preciosa joya bizarra que todavía podemos disfrutar en alguna tarde por Volver, Bárbara, con Jorge Martínez, una fábula que batió records en la taquilla. Hay muchos hits, romance familiar y una trama policial que incluye, en sus primeras armas como actor cinematográfico, al laureado director teatral Rubén Szuchmacher como un peligroso y torpe villano que persigue a la estrella.
Para hacer bien el amor
El auge de Raffaella coincidió con los años de la dictadura que se inició en el país en 1976. Sus canciones, que incluían relaciones entre muchachos, pedidos de tratos sádicos, e invitaciones a buscar buenas relaciones sexuales en la zona sur del mapa, sufrieron evidentemente algunos retoques de la censura local. Todavía algunos desconocen que las versiones de muchos temas de la Carrá que se escuchaban en Argentina por esos días eran muy distintas de las del resto del mercado latino. En uno de sus grandes éxitos, mientras nosotros cantábamos “para enamorarse bien hay que venir al sur”, la propuesta original consistía en encontrar el mejor sitio “para hacer bien el amor”. Comparando se puede advertir que todas las letras estaban retocadas de manera escandalosa. En la misma canción amputaron cualquier referencia a una sexualidad vivida libremente: “lo importante es que lo hagas con quien quieras tú” fue reemplazado por “... es que tú vayas cuando quieras tú”. La mucho más lanzada “Santo Santo”, exigía de ese marido que salía temprano y volvía destruido todo “el sadismo y el masoquismo” que le había prometido, mientras que aquí conservaba sólo la métrica y las vocales para no romper la rima pero pedía “el cariño y el amor mismo”. (!) Bueno, lo cierto es que la pobre rubia se adaptó perfectamente a las épocas de represión y censura, y pasado este mal trago, con su encanto y vitalidad logró ganar nuestros corazones. Lo que ella pedía que le ayudáramos a entender en “Lucas” lo convertimos en un himno, donde con picardía poética nos contaba su frustrado romance con un chico gay, y en “Pedro” (“el mejor de toda Santa Fe”), el pequeño playboy enloquecía a la extranjera, nos hacía imaginar el encuentro en nuestra principal avenida de levante. El no tan difundido “¡¡Qué loca estoy!!”, necesita una urgente revisión en estos días porque es un verdadero manifiesto para sensibilidades diferentes.
Para hacer bien de Raffaella
El espectáculo sobre Raffaella que vuelve a la calle Corrientes está sustentado por coreografías de las canciones donde cada cuadro es un estallido de sensualidad y destreza de su protagonista, y sobre todo del cuerpo de baile, integrado por doce varoncitos. Sin emular directamente a los “chicos” de la diva, se lucen por sus físicos bien torneados y su notable presencia vocal en momentos corales destacados. En “Lola” unos masculinos mineros se convierten en el estribillo en descontroladas reinas de la pista. El vestuario de Walter Jara, excelente en todo el elenco, es impactante en estos efebos en los trajes rosas de “Rumore” (idénticos a los del video de la diva). ¡Y esperen los pantalones blancos sobre el final!
Hace casi cinco años, el mismo equipo creativo con Valeria Ambrosio a la cabeza presentaba, también en formato de musical, un homenaje a otro icono gay que nos legaron los tanos. Mina... che cosa sei? fue un riesgo dentro del panorama musical porteño del que todos salieron airosos. Elena Roger luego protagonizó Evita en Londres y la directora se hizo cargo de la actual versión de Rent, entre otros muchos proyectos dentro del género. Allí, grandes melodías con sutiles dramatizaciones hacían de cada canción un momento íntimo y emotivo en tributo a una de las voces femeninas más dotadas del siglo XX.
Esta vez el show tiene la estética apabullante que reclamaba la chica del eterno carré platinado. En la primera parte –aunque sin intervalos, hay dos partes bien distintas– se suceden sus éxitos en castellano, algunos en versiones musicalmente sorprendentes. En el “0303456”, con un arreglo de voces buenísimo, hasta las luces nos cuentan la espera del llamado, en clave de reggae. Gaby Goldman, el director musical, encontró temas menos conocidos para una segunda parte en italiano. Desde la fingida torpeza de los primeros cuadros, donde deben resolver la “ausencia” de la estrella convocada, a la destreza impecable de los cuadros finales, nada detiene la espectacularidad de la propuesta. Cuando cada una de las chicas se destaca con su voz y su presencia, llega el varoncito que con humor inteligente se calzará la peluca rubia y los tacos para interactuar con video y hasta con Photoshop, en el crescendo de divertidas escenas.
Elizabeth de Chapeaurouge, en la coreografía, y Sandro Pujía, en la iluminación, se superan en cada cuadro. Una escalera y pantallas de video delimitan el espacio que ellos llenan de brillo y potente seducción. Momento epifánico: un audaz contrapunto de ellas en rojo y negro. Cada una con su hit con nombre de varón y con su banda de chicos, la Rossi y la Cociuffo llevan el auténtico duelo de “Pedro” / “Lucas” a lo más deslumbrante que se ha visto en la escena musical de Buenos Aires desde el Chicago de 2001.
Y en todo momento hay detalles para sorprenderse. Un poco del estilo de Bob Fosse, algo de Madonna, de Marilyn, de tango, de disco, en batas o en soirée. Propuestas ingeniosas en esta fantástica, fantástica fiesta que pone mucho talento al servicio de la diversión.