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Cada mes de abril, desde hace más de un siglo, San Marcos desciende, sino del cielo, de su nicho en la iglesia que lleva su nombre, en la ciudad que también lo lleva, en el departamento de Carazo, Nicaragua, para celebrar en grande su onomástico.  La verdadera historia de cómo llegó este santo al pueblecito enclavado en las estribaciones de las sierritas de Managua, nadie la sabe en realidad.  Algunos “historiadores” lo atribuyen al padre español de apellido Osorio, que llegó al pueblo en el año 1893 y que producto de la ingesta de una tamuga que le llevaron de Masatepe, tuvo la premonición de que iba a ocurrir un sismo de proporciones gigantescas, por lo cual se arrodilló en el lugar en donde ahora se encuentra la iglesia exclamando: ¡San Marcos, sálvanos! y en virtud de no haber ocurrido el terremoto, ni el cura perecido de una indigestión, el pueblo fue dedicado al evangelista.  Otros cronistas más serios, narran que mucho tiempo antes de la aventura del padre Osorio, unos lugareños araban la tierra y se encontraron una imagen que llevaron al cura del pueblo, supuestamente el padre Cayetano Campos y a pesar que la imagen correspondía a San Lucas, porque a sus pies yacía un buey, el cura se hizo ídem y declaró que era San Marcos.  De esta forma, la primera iglesia se construyó, dedicada a San Marcos, en el año 1886 por el padre Eduardo Urtecho, a quien los “historiadores” tratan de borrar del mapa, seguramente por sus deslices al estilo de Fernando Lugo.

La fiesta religiosa formal de San Marcos inicia el domingo previo al 24 de abril, cuando después de la misa de ocho de la mañana, se practica el rito de la bajada del santo, pues de manera solemne se baja a San Marcos de su nicho y después de una mini procesión alrededor de la iglesia, se deja junto al pilar a la derecha del altar mayor.

La fiesta oficial que por mucho tiempo fue patrocinada por la alcaldía del pueblo, iniciaba con la recepción de la “música” en donde las autoridades locales, personalidades y público en general se reunían en La Primavera, hacienda colindante con la estación del ferrocarril, en donde se encontraban con los “chicheros” de Masatepe, ahora elevados al rango de filarmónicos, quienes descendían del autobús después de la subida de Carlos Romero y entraban triunfalmente caminando al pueblo, interpretando alguna marcha y después de una nutrida descarga de pólvora se unían a la comitiva y se dirigían a la casa del mayordomo.

En las festividades de San Marcos, el mayordomo es la figura central.  Tradicionalmente, la mayordomía era un título al que se optaba con mucha antelación a la fiesta y un comité revisaba las solicitudes y en consideración a la trayectoria de los solicitantes, su imagen y liderazgo, se seleccionaba y nombraba de manera solemne.  El mayordomo recibía las ofrendas o “presentes” que los ciudadanos pudientes hacían al santo patrono, ya fuera por algún favor recibido, por tradición familiar o por simple orgullo y consistían desde una res, un cerdo, aves, alimentos en general y lo principal, el “guaro” que en un tiempo se manejaba por pipas.

El día 24, la víspera de la fiesta del santo, se realiza el famoso “tope” en donde el evangelista se reúne con la Virgen de Montserrat, patrona de La Concepción, San Sebastián, patrono de Diriamba y Santiago, patrono de Jinotepe.  Como dicen, ladies first, así que San Marcos se dirige a las pilas de Sapasmapa, lugar de añejos enfrentamientos con los habitantes de La Concepción en donde se “topa” con la Virgen de Montserrat, luego juntos se dirigen a El Guachipilín, en donde se realiza el “tope” con San Sebastián y luego los tres juntos van a encontrarse con Santiago en El Mojón.  Luego los cuatro se dirigen al pueblo en donde entran con pompa y circunstancia a la iglesia, que después de trescientos años, es la única del pueblo.

En el “tope” se estila que todos los asistentes bailan cuando los santos van en su procesión hasta la iglesia y es de rigor el acompañamiento de bailes folklóricos entre los que destaca el baile de La Vaca, una derivación del baile del Torovenado de Masaya que fue adaptado, producido y dirigido por una de las figuras legendarias de San Marcos:  Manuel “Mito” Escobar.  Este popular personaje, que sin ser folklorista, simplemente un enamorado de su pueblo y sus costumbres, allá por los años cincuenta armó una comparsa y sacó en plena procesión del “tope” la primera versión del baile de La Vaca.  El párroco, padre Marcial Baltodano al ver que iban hombres disfrazados de mujeres, fue al comando de la Guardia Nacional a ordenar que arrestaran a los “depravados”.  Sin embargo, tiempo después, Mito le confió a mi abuelo que esa noche fue a la iglesia y pidió confesión al padre Baltodano, quien no sospechaba que Mito conocía todas sus andanzas y en la confesión le hizo saber con pelos y señales todos los movimientos clandestinos del cura.  A la mañana siguiente, previo a la procesión, el Padre Baltodano manifestó su confusión del día anterior y permitió el baile de La Vaca, que desde entonces es una tradición en el pueblo.

Durante las festividades todo el pueblo come y bebe en casa del Mayordomo.  Dependiendo de las ofrendas recibidas, se reparte un menú más o menos amplio, sin embargo, la comida típica de las fiestas de San Marcos es la “masa de cazuela” un guisado a base de masa de maíz y carne de res, sazonados con achiote, cebollas, tomates, yerbabuena, ajo, naranja agria y chiltoma.  La receta de este platillo se ha transmitido de generación en generación de tal manera que es muy difícil encontrar una “masa de cazuela” que le llegue en sabor a la de San Marcos, misma que se sirve con una ensalada “callejera” y guineo.  También se preparan deliciosos nacatamales, chicharrones, pollo en diversas formas, tallarines y de beber, además del guaro, se reparte chicha de maíz.

El día 25 que es la fiesta propiamente dicha, a las cinco de la mañana, los chicheros ejecutan una diana por las principales calles del pueblo, en la que participan todos los ciudadanos que están hábiles para hacerlo.  A las diez de la mañana, se oficia una misa solemne que se le denomina “función” y que le corresponde celebrar a la máxima autoridad eclesiástica del país, es decir el Arzobispo de Managua y en algún tiempo era la ocasión para realizar las confirmaciones de todo el año.  La misa muchas veces concelebrada dura cerca de dos horas y al final se entona el himno a San Marcos:  Gloria, gloria, al apóstol querido, a San Marcos Patrono de Amor, que protege a su pueblo escogido y a sus hijos los lleva al Señor…

Cerca del mediodía sale la procesión y era costumbre la detonación de una carga cerrada, bombas de regular intensidad, situadas a cierta distancia y que le daban unos dos o tres segundos entre detonación y que en tiempos de bonanza le daba dos vueltas al parque, es decir unos setecientos metros de extensión.  Luego van saliendo uno a uno los santos, la Virgen de Montserrat, San Sebastián y Santiago, para luego salir de manera triunfal San Marcos, con capas multicolores cubriéndolo y una innumerable cantidad de cintas de donde penden “milagros”.   La procesión recorría las principales calles del pueblo, mientras los asistentes bailaban alrededor de los santos, otros de rodillas pagaban una promesa desplazándose hacia el Santo.   Hasta los años sesenta/setenta, cuando no había las famosas “hípicas” los sanmarqueños que tenían caballos acompañaban al “tope” y a la procesión montados en sus mejores equinos.

Las fiestas finalizaban con la octava, en donde se despedía a los distinguidos santos visitantes y se consumían los restos de la comilona y el guaro.

Tuve la suerte de vivir las fiestas de San Marcos cuando estaban en todo su esplendor, es más, estuve presente el año en que según muchos, se dio la mejor fiesta de todos los tiempos.  Fue en el año de 1976, y el mayordomo fue José de Jesús Reyes Somoza, conocido como “Chepe Chú” hijo de doña Amalia Somoza García, hermana de Anastasio Somoza García. “Chepe Chú” había sido mucho tiempo diplomático en Alemania y tenía mucho dinero y para ese año fue nombrado mayordomo de las fiestas y echó la casa por la ventana.  La noche del 24 de abril hubo una fiesta en el Town Club, amenizada nada menos que por Barrunto Persuasión, que al ser en su mayoría sanmarqueños, tocaron con el alma y después de finalizar el tiempo de su contrato, Chepe Chú los persuadió para que tocaran hasta el amanecer.  Salimos de la fiesta directo a la diana, en donde bailamos al son de los chicheros y levantamos al pueblo entero.

También conocí de cerca a Mito Escobar, pues había trabajado en un tiempo para mi abuelo y llegaba constantemente a su botica.  Mi abuelo siempre le ayudaba para el baile de la vaca y en una ocasión, tendría yo unos ocho años, Mito me regaló una máscara de calavera, parecida a la de la muerte quirina de su baile.  Cuando Mito hacía remembranzas de las fiestas de abril, siempre contaba jocosamente la ocasión en que se había ingerido tanto licor que no hubo quien llevara de regreso a San Sebastián a Diriamba, por lo que se les hizo fácil mandarlo manifestado por el ferrocarril, lo que provocó la ira de los diriambinos que se retiraron de las fiestas por varios años.  También se recordaba la ocasión en que le correspondió la mayordomía a doña María Caldera, maestra muy estricta que consideró que el guaro desvirtuaba el espíritu de la fiesta y no aceptó su distribución, brindando en su lugar café con leche, lo que ocasionó que muchos devotos casi murieran del síndrome de abstinencia.

Ahora las cosas han cambiado mucho, podría decirse que las fiestas de abril han perdido su encanto.  En parte porque el alma del pueblo que eran los sanmarqueños de corazón se han muerto o han emigrado.  Luego llegaron oleadas de inmigrantes para el terremoto de 72 o en los años ochenta que nunca llegaron a asimilar el espíritu de arraigo y pertenencia.

Dese hace algunos años la designación de un mayordomo ha sido un dolor de cabeza, pues la crisis ha ahuyentado la voluntad de comprometerse a repartir un capital en comida y bebida y las ofrendas no pasan de una que otra gallina.  Los únicos valientes han sido los “hermanos lejanos” como llaman en El Salvador a los paisanos que han emigrado a los Estados Unidos y que la nostalgia los ha motivado a establecer una peregrinación para las fiestas de abril.  Así fue que familias como los Martínez Alvarez y los Lacayo Morales salvaron las fiestas, a costa de un ojo de la cara, pues fueron por San Marcos y les salió la virgen.  Sin embargo, en otros años ha llegado marzo y no se ha ofrecido nadie como mayordomo, lo que ha obligado al pueblo entero, como Fuenteovejuna, a echarle la vaca entre todos para rescatar la fiesta.

En lo particular, siento que las fiestas de abril son otra cosa.  Las hípicas como elemento aislado de las fiestas, son como las caravanas del Moto Club en pueblo ajeno.  Uno de estos años, el “tope” tuvo invitados especiales y los cuatro santos salieron a recoger a cuanto patrono fueron encontrando en el camino a Masaya, un poco más y se van hasta Rivas a traer al Señor del Rescate.  Las pipas de guaro que se estacionaban en El Porvenir desaparecieron y en su lugar cada quien amarra su gallo. Ahora, a la salida de la procesión del 25 la carga cerrada ha sido sustituida por tres morterazos y Las Mañanitas, interpretadas por unos “mariachis” disfrazados de Tigres del Norte, tal vez para hacerle compañía al León de San Marcos.  Lo que no cambia y siempre emociona, es el himno a San Marcos, que entona el pueblo entero al unísono, que hace que los hermanos lejanos escondan sus lágrimas detrás de los visores de plasma de sus videocámaras High Defintion.

Aun así, creo que iré a la procesión de San Marcos, más que nada a colgarle una cinta, sin reproches de ninguna especie, simplemente por el hecho de que mi familia y mis amigos, sin importar la distancia, han estado cerca de mí cuando más lo he necesitado.

 
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