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Cristo nuestro salvador viene pronto prepárate.
El nacimiento de Jesús
En la pequeña ciudad de Nazaret, situada entre los cerros de Galilea, se encontraba el hogar de José y María, quienes fueron después conocidos como los padres terrenales de Jesús. CNS 7.1
Este José era del linaje, es decir, de la familia de David; y cuando se promulgó un decreto para levantar el censo con el objeto de repartir los impuestos, tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, para ser empadronado. CNS 7.2
Viaje penoso era aquél, en las condiciones en que se hacía en tan remotos tiempos. María, que acompañó a su esposo, estaba muy cansada al subir la ladera sobre la cual se extiende Belén. CNS 7.3
¡Cuánto anhelaba encontrar un sitio donde descansar holgadamente! Pero las posadas estaban ya llenas de gente, y mientras que los ricos y pudientes estaban bien provistos de todo, esta humilde pareja tuvo que guarecerse en un tosco edificio donde se cobijaba el ganado. CNS 7.4
José y María no eran enteramente pobres; pues aunque tenían pocos bienes terrenales, Dios los amaba, y eso les daba felicidad y paz. Eran hijos del Rey de los cielos, quien les iba a honrar más que a cualesquiera otros seres humanos. CNS 7.5
Los ángeles los habían guardado durante su viaje, y cuando se detuvieron para descansar en su pobre alojamiento, no estaban solos, pues los ángeles les hacían compañía. CNS 7.6
Fué allí, en aquel humilde establo, donde nació Jesús nuestro Salvador, donde le acostaron en un pesebre. En tan dura cuna fué arrullado el Hijo del Altísimo, Aquel cuya presencia había llenado de gloria las cortes celestiales. CNS 8.1
Antes de venir a la tierra, Jesús era el jefe de las huestes celestiales. Los más encumbrados y gloriosos de los hijos de la mañana pregonaron su gloria en el momento de la creación. Se cubrían el rostro ante él mientras estaba en su trono, echaban a sus pies las coronas que ceñían y cantaban los triunfos de él al contemplar su grandeza. CNS 8.2
Empero este Ser tan glorioso amaba al pobre pecador, y tomó sobre sí la forma de siervo para sufrir y morir por nosotros. CNS 8.3
Jesús podría haber permanecido al lado del Padre, ciñendo la corona real y revestido del regio manto; pero por amor a nosotros prefirió a la magnificencia del cielo las miserias de la tierra. CNS 8.4
Prefirió a su elevada posición de autoridad y a la adoración de las huestes celestiales la burla y el escarnio de los malvados. Por amor a nosotros aceptó una vida de penalidades y una muerte ignominiosa. Todo esto lo hizo Cristo para mostrar cuánto nos ama Dios. Vivió en la tierra para enseñarnos a honrar a Dios, obedeciendo a su voluntad. Lo hizo para que nosotros, al seguir su ejemplo, podamos finalmente vivir con él en su hogar celestial. CNS 8.5
Los sacerdotes y los príncipes de los judíos no estaban preparados para dar grata acogida a Jesús. Sabían que el Salvador estaba por venir, pero esperaban que sería un gran rey que los haría ricos y poderosos. Eran demasiado orgullosos para pensar que un niño pobre y débil pudiese ser el Mesías. CNS 8.6
Así que cuando nació el Cristo, Dios no se lo reveló a ellos sino que dió las alegres nuevas a unos pastores que cuidaban sus rebaños en las alturas cercanas a Belén. Eran ellos hombres piadosos, y mientras velaban sobre sus ovejas de noche, solían hablar juntos del Salvador prometido, y oraban con tanto fervor por su venida, que Dios les mandó brillantes mensajeros desde su propio trono de luz para anunciársela. CNS 9.1
“Y un ángel del Señor se puso junto a ellos, y la gloria del Señor brilló en derredor de ellos; y temieron con gran temor. CNS 9.2
“Pero el ángel les dijo: ¡No temáis! pues, he aquí, os anunció buenas nuevas de gran gozo, el cual será para todo el pueblo de Dios; porque hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el cual es Cristo, el Señor. CNS 9.3
“Y esto os será la señal: Hallaréis a un niñito envuelto en pañales y acostado en un pesebre. CNS 9.4
“Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, alabando a Dios, y diciendo: ¡Gloria en las alturas a Dios, y sobre la tierra paz; entre los hombres buena voluntad! CNS 9.5
“Y aconteció que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se decían unos a otros: ¡Pasemos ahora hasta Belén, y veamos esta cosa que acaba de suceder, la cual el Señor nos ha hecho saber! CNS 9.6
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La preparación de los doce
Para continuar su obra, Cristo no escogió la erudición o la elocuencia del Sanedrín judío o el poder de Roma. Pasando por alto a los maestros judíos que se consideraban justos, el Artífice Maestro escogió a hombres humildes y sin letras para proclamar las verdades que habían de llevarse al mundo. A esos hombres se propuso prepararlos y educarlos como directores de su iglesia. Ellos a su vez habían de educar a otros, y enviarlos con el mensaje evangélico. Para que pudieran tener éxito en su trabajo, iban a ser dotados con el poder del Espíritu Santo. El Evangelio no había de ser proclamado por el poder ni la sabiduría de los hombres, sino por el poder de Dios. HAp 15.1
Durante tres años y medio, los discípulos estuvieron bajo la instrucción del mayor Maestro que el mundo conoció alguna vez. Mediante el trato y la asociación personales, Cristo los preparó para su servicio. Día tras día caminaban y hablaban con él, oían sus palabras de aliento a los cansados y cargados, y veían la manifestación de su poder en favor de los enfermos y afligidos. Algunas veces les enseñaba, sentado entre ellos en la ladera de la montaña; algunas veces junto a la mar, o andando por el camino, les revelaba los misterios del reino de Dios. Dondequiera hubiese corazones abiertos a la recepción del mensaje divino, exponía las verdades del camino de la salvación. No ordenaba a los discípulos que hiciesen esto o aquello, sino que decía: “Seguidme.” En sus viajes por el campo y las ciudades, los llevaba consigo, para que pudiesen ver cómo enseñaba a la gente. Viajaban con él de lugar en lugar. Compartían sus frugales comidas, y como él, algunas veces tenían hambre y a menudo estaban cansados. En las calles atestadas, en la ribera del lago, en el desierto solitario, estaban con él. Le veían en cada fase de la vida. HAp 15.2
Al ordenar a los doce, se dió el primer paso en la organización de la iglesia que después de la partida de Cristo habría de continuar su obra en la tierra. Respecto a esta ordenación, el relato dice: “Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar.” Marcos 3:13, 14. HAp 16.1
Contemplemos la impresionante escena. Miremos a la Majestad del cielo rodeada por los doce que había escogido. Está por apartarlos para su trabajo. Por estos débiles agentes, mediante su Palabra y Espíritu, se propone poner la salvación al alcance de todos. HAp 16.2
Con alegría y regocijo, Dios y los ángeles contemplaron esa escena. El Padre sabía que la luz del cielo habría de irradiar de estos hombres; que las palabras habladas por ellos como testigos de su Hijo repercutirían de generación en generación hasta el fin del tiempo. HAp 16.3
Los discípulos estaban por salir como testigos de Cristo, para declarar al mundo lo que habían visto y oído de él. Su cargo era el más importante al cual los seres humanos habían sido llamados alguna vez, siendo superado únicamente por el de Cristo mismo. Habían de ser colaboradores con Dios para la salvación de los hombres. Como en el Antiguo Testamento los doce patriarcas eran los representantes de Israel, así los doce apóstoles son los representantes de la iglesia evangélica. HAp 16.4
Durante su ministerio terrenal, Cristo empezó a derribar la pared divisoria levantada entre los judíos y gentiles, y a predicar la salvación a toda la humanidad. Aunque era judío, trataba libremente con los samaritanos y anulaba las costumbres farisaicas de los judíos con respecto a ese pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía junto a sus mesas, y enseñaba en sus calles. HAp 16.5
El Salvador anhelaba exponer a sus discípulos la verdad concerniente al derribamiento de la “pared intermedia de separación” entre Israel y las otras naciones,—la verdad de que “los Gentiles sean juntamente herederos” con los judíos, y “consortes de su promesa en Cristo por el evangelio.” Efesios 2:14; 3:6. Esta verdad fué revelada en parte cuando recompensó la fe del centurión de Capernaum, y también cuando predicó el Evangelio a los habitantes de Sicar. Fué revelada todavía más claramente en ocasión de su visita a Fenicia, cuando sanó a la hija de la mujer cananea. Estos incidentes ayudaron a sus discípulos a comprender que entre aquellos a quienes muchos consideraban indignos de la salvación, había almas ansiosas de la luz de la verdad. HAp 16.6
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—El Calvario
“Y como vinieron al lugar que se llama de la Calavera, le crucificaron allí.” DTG 690.1
“Para santificar al pueblo por su propia sangre,” Cristo “padeció fuera de la puerta.”1 Por la transgresión de la ley de Dios, Adán y Eva fueron desterrados del Edén. Cristo, nuestro substituto, iba a sufrir fuera de los límites de Jerusalén. Murió fuera de la puerta, donde eran ejecutados los criminales y homicidas. Rebosan de significado las palabras: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición.”2 DTG 690.2
Una vasta multitud siguió a Jesús desde el pretorio hasta el Calvario. Las nuevas de su condena se habían difundido por toda Jerusalén, y acudieron al lugar de su ejecución personas de todas clases y jerarquías. Los sacerdotes y príncipes se habían comprometido a no molestar a los seguidores de Cristo si él les era entregado, así que los discípulos y creyentes de la ciudad y región circundante pudieron unirse a la muchedumbre que seguía al Salvador. DTG 690.3
Al cruzar Jesús la puerta del atrio del tribunal de Pilato, la cruz que había sido preparada para Barrabás fué puesta sobre sus hombros magullados y ensangrentados. Dos compañeros de Barrabás iban a sufrir la muerte al mismo tiempo que Jesús, y se pusieron también cruces sobre ellos. La carga del Salvador era demasiado pesada para él en su condición débil y doliente. Desde la cena de Pascua que tomara con sus discípulos, no había ingerido alimento ni bebida. En el huerto de Getsemaní había agonizado en conflicto con los agentes satánicos. Había soportado la angustia de la entrega, y había visto a sus discípulos abandonarle y huir. Había sido llevado a Annás, luego a Caifás y después a Pilato. De Pilato había sido enviado a Herodes, luego de nuevo a Pilato. Las injurias habían sucedido a las injurias, los escarnios a los escarnios; Jesús había sido flagelado dos veces, y toda esa noche se había producido una escena tras otra de un carácter capaz de probar hasta lo sumo a un alma humana. Cristo no había desfallecido. No había pronunciado palabra que no tendiese a glorificar a Dios. Durante toda la deshonrosa farsa del proceso, se había portado con firmeza y dignidad. Pero cuando, después de la segunda flagelación, la cruz fué puesta sobre él, la naturaleza humana no pudo soportar más y Jesús cayó desmayado bajo la carga. DTG 690.4
La muchedumbre que seguía al Salvador vió sus pasos débiles y tambaleantes, pero no manifestó compasión. Se burló de él y le vilipendió porque no podía llevar la pesada cruz. Volvieron a poner sobre él la carga, y otra vez cayó desfalleciente al suelo. Sus perseguidores vieron que le era imposible llevarla más lejos. No sabían dónde encontrar quien quisiese llevar la humillante carga. Los judíos mismos no podían hacerlo, porque la contaminación les habría impedido observar la Pascua. Entre la turba que le seguía no había una sola persona que quisiese rebajarse a llevar la cruz. DTG 691.1
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En ese momento, un forastero, Simón cireneo, que volvía del campo, se encontró con la muchedumbre. Oyó las burlas y palabras soeces de la turba; oyó las palabras repetidas con desprecio: Abrid paso para el Rey de los judíos. Se detuvo asombrado ante la escena; y como expresara su compasión, se apoderaron de él y colocaron la cruz sobre sus hombros. DTG 691.2
Simón había oído hablar de Jesús. Sus hijos creían en el Salvador, pero él no era discípulo. Resultó una bendición para él llevar la cruz al Calvario y desde entonces estuvo siempre agradecido por esta providencia. Ella le indujo a tomar sobre sí la cruz de Cristo por su propia voluntad y a estar siempre alegremente bajo su carga. DTG 691.3
Había no pocas mujeres entre la multitud que seguía al Inocente a su muerte cruel. Su atención estaba fija en Jesús. Algunas de ellas le habían visto antes. Algunas le habían llevado sus enfermos y dolientes. Otras habían sido sanadas. Al oír el relato de las escenas que acababan de acontecer, se asombraron por el odio de la muchedumbre hacia Aquel por quien su propio corazón se enternecía y estaba por quebrantarse. Y a pesar de la acción de la turba enfurecida y de las palabras airadas de sacerdotes y príncipes, esas mujeres expresaron su simpatía. Al caer Jesús desfallecido bajo la cruz, prorrumpieron en llanto lastimero. DTG 691.4
Esto fué lo único que atrajo la atención de Cristo. Aunque abrumado por el sufrimiento mientras llevaba los pecados del mundo, no era indiferente a la expresión de pesar. Miró a esas mujeres con tierna compasión. No eran creyentes en él; sabía que no le compadecían como enviado de Dios, sino que eran movidas por sentimientos de compasión humana. No despreció su simpatía, sino que ésta despertó en su corazón una simpatía más profunda por ellas. “Hijas de Jerusalem—dijo,—no me lloréis a mí, mas llorad por vosotras mismas, y por vuestros hijos.” De la escena que presenciaba, Cristo miró hacia adelante al tiempo de la destrucción
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La segunda venida de Cristo Apocalipsis 1:7 .
Una pequeña nube negra es la señal de la venida de Jesús—Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador.—El Conflicto de los Siglos, 698. SVC 31.1
Luego se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, por donde había aparecido una negra nubecilla, del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, y que era, según todos comprendíamos, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose más y más brillante y esplendorosa, hasta que se convirtió en una gran nube blanca con el fondo semejante a fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la diestra tenía una hoz aguda y en la siniestra llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y con ellos escudriñaba a fondo a sus hijos.—Notas Biográficas de Elena G. de White, 72, 73.
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Jesús regresa en gloria rodeado por una nube de ángeles—Con cantos celestiales los santos ángeles, en inmensa e innumerable muchedumbre, le acompañan en el descenso. El firmamento parece lleno de formas radiantes—“millones de millones, y millares de millares”—. Ninguna pluma humana puede describir la escena, ni mente mortal alguna es capaz de concebir su esplendor... A medida que va acercándose la nube viviente, todos los ojos ven al Príncipe de la vida. Ninguna corona de espinas hiere ya sus sagradas sienes, ceñidas ahora por gloriosa diadema. Su rostro brilla más que la luz deslumbradora del sol de mediodía... SVC 32.2
El Rey de reyes desciende en la nube, envuelto en llamas de fuego. El cielo se recoge como un libro que se enrolla, la tierra tiembla ante su presencia, y todo monte y toda isla se mueven de sus lugares. “Vendrá nuestro Dios, y no callará: fuego consumirá delante de él, y en derredor suyo habrá tempestad grande. Convocará a los cielos de arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo”. Salmos 50:3, 4.—El Conflicto de los Siglos, 699.
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Cristo llama a sus santos que duermen—Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpagos y el fragor de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los santos dormidos. Dirige una mirada a las tumbas de los justos, y levantando luego las manos al cielo, exclama: “¡Despertaos, despertaos, despertaos, los que dormís en el polvo, y levantaos!” Por toda la superficie de la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivirán. Y toda la tierra repercutirá bajo las pisadas de la multitud extraordinaria de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la prisión de la muerte sale revestida de gloria inmortal gritando “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?” 1 Corintios 15:55. Y los justos vivos unen sus voces a las de los santos resucitados en prolongada y alegre aclamación de victoria. SVC 35.2
Todos salen de sus tumbas de igual estatura que cuando en ellas fueran depositados. Adán, que se encuentra entre la multitud resucitada, es de soberbia altura y formas majestuosas, de porte poco inferior al del Hijo de Dios. Presenta un contraste notable con los hombres de las generaciones posteriores; en este respecto se nota la gran degeneración de la raza humana. Pero todos se levantan con la lozanía y el vigor de eterna juventud. Al principio, el hombre fue creado a la semejanza de Dios, no sólo en carácter, sino también en lo que se refiere a la forma y a la fisonomía. El pecado borró e hizo desaparecer casi por completo la imagen divina; pero Cristo vino a restaurar lo que se había malogrado. El transformará nuestros cuerpos viles y los hará semejantes a la imagen de su cuerpo glorioso. La forma mortal y corruptible, desprovista de gracia, manchada en otro tiempo por el pecado, se vuelve perfecta, hermosa e inmortal. Todas las imperfecciones y deformidades quedan en la tumba. Reintegrados en su derechoal árbol de la vida, en el desde tanto tiempo perdido Edén, los redimidos crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de la raza humana en su gloria primitiva. Las últimas señales de la maldición del pecado serán quitadas, y los fieles discípulos de Cristo aparecerán en “la hermosura de Jehová nuestro Dios”, reflejando en espíritu, cuerpo y alma la imagen perfecta de su Señor. ¡Oh maravillosa redención, tan descrita y tan esperada, contemplada con anticipación febril, pero jamás enteramente comprendida!—Spiritual Gifts 4:463, 464. SVC 36.1
El primer pensamiento de los resucitados—En el momento en que sean despertados de su profundo sueño, [los justos] reanudarán el curso de sus pensamientos interrumpidos por la muerte. La última sensación fue la angustia de la muerte. El último pensamiento era el de que caían bajo el poder del sepulcro. Cuando se levanten de la tumba, su primer alegre pensamiento se expresará en el hermoso grito de triunfo: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde está, oh sepulcro, tu victoria?”—El Conflicto de los Siglos, 606. SVC 36.2
La muerte, un asunto poco importante—Para el creyente, Cristo es la resurrección y la vida. En nuestro Salvador, la vida que se había perdido por el pecado es restaurada; porque él tiene vida en sí mismo para vivificar a quienes él quiera. Está investido con el derecho de dar la inmortalidad. La vida que él depuso en la humanidad, la vuelve a tomar y la da a la humanidad. “Yo he venido—dijo—para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. “El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero”. SVC 37.1
Para el creyente, la muerte es asunto trivial. Cristo habla de ella como si fuera de poca importancia. “El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre”, “no gustará muerte para siempre”. Para el cristiano, la muerte es tan sólo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios y “cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. SVC 37.2
La voz que clamó desde la cruz: “Consumado es”, fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a los que dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. En ocasión de la resurrección de Cristo, unas pocas tumbas fueron abiertas; pero en su segunda venida, todos los preciosos muertos oirán su voz y surgirán a una vida gloriosa e inmortal. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero.—El Deseado de Todas las Gentes, 730, 731.
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CRISTO ESTA EN EL CIELO POR SU PUEBLO QUE LE ESPERA.
El ministerio final de Cristo en el santuario celestial
La prédica de una fecha precisa para el juicio, en la proclamación del primer mensaje, fue ordenada por Dios. El cómputo de los períodos proféticos en que se basa ese mensaje, que colocan el fin de los 2.300 días en el otoño de 1844, permanece firme sin impugnación.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 510. CES 112.1
El profeta Daniel dice: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”. Daniel 7:9, 10. CES 112.2
Así se presentó a la visión del profeta el día grande y solemne en que los caracteres y vidas de los hombres habrán de ser revistados ante el Juez de toda la Tierra, y en el que a todos los hombres se los recompensará “conforme a sus obras”. El Anciano de días es Dios el Padre. El salmista dice: “Antes que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. Romanos 2:6; Salmos 90:2. Es él, Origen de todo ser y Fuente de toda ley, quien debe presidir en el juicio. Y “millares de millares... y millones de millones” de santos ángeles, como ministros y testigos, están presentes en ese gran tribunal. CES 112.3
“Y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Daniel 7:13, 14. La venida de Cristo descrita aquí no es su segunda venida a la Tierra. Él va al Anciano de días en el cielo para recibir el dominio y la gloria, y un reino, que le será dado a la conclusión de su obra como mediador. Es esta venida, y no su segunda venida a la Tierra, la que la profecía predijo que ocurriría al fin de los 2.300 días, en 1844. Acompañado por ángeles celestiales, nuestro gran Sumo Sacerdote entra en el Lugar Santísimo y allí, en la presencia de Dios, da inicio a los últimos actos de su ministerio en beneficio del hombre: cumplir la obra del juicio investigador y hacer expiación por todos aquellos que resulten tener derecho a sus beneficios.
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