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El Arco de Constantino. 25 de julio de 315.
El Arco de Constantino se erigió para conmemorar la victoria de Constantino I sobre Majencio en el Puente Milvio que tuvo lugar el 28 de octubre de 312.
La Batalla tomó su nombre del Puente Milvio , una ruta importante sobre el Tíber . Constantino ganó la batalla y emprendió el camino que lo llevó a terminar con la Tetrarquía y convertirse en el único gobernante del Imperio Romano . Maxentius se ahogó en el Tíber durante la batalla; su cuerpo fue luego sacado del río y decapitado, su cabeza desfiló por las calles de Roma al día siguiente de la batalla.
Según cronistas como Eusebio de Cesarea y Lactancio , la batalla marcó el comienzo de la conversión de Constantino al cristianismo . Eusebio de Cesarea cuenta que Constantino y sus soldados tuvieron una visión enviada por el Dios cristiano . Esto se interpretó como una promesa de victoria si el signo de Chi-Rho , las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego , se pintaba en los escudos de los soldados. El Arco de Constantino, erigido en celebración de la victoria, ciertamente atribuye el éxito de Constantino a la intervención divina ; Sin embargo, el monumento no muestra ningún simbolismo abiertamente cristiano .
Aunque está dedicado a Constantino, gran parte del material decorativo incorporó trabajos anteriores de la época de los emperadores Trajano , Adriano y Marco Aurelio , y por lo tanto es un collage . El último de los arcos triunfales existentes en Roma, también es el único que hace un uso extensivo de la espolia , reutilizando varios relieves importantes de los monumentos imperiales del siglo II , que dan un llamativo y famoso contraste estilístico con la escultura recién creada para el arco .
Cualesquiera que sean las fallas de Maxentius, su reputación en Roma estuvo influenciada por sus contribuciones a la construcción pública . En el momento de su acceso al trono en 306, Roma se estaba volviendo cada vez más irrelevante para el gobierno del imperio, la mayoría de los emperadores eligieron vivir en otros lugares y se centraron en defender los frágiles límites , donde con frecuencia fundaron nuevas ciudades. Este factor contribuyó a su capacidad para tomar el poder. Por el contrario, Maxentius se concentró en restaurar la capital , siendo su epíteto conservator urbis suae (preservador de su ciudad). Así, Constantino fue percibido, entre otras cosas, como el deponente de uno de los mayores benefactores de la ciudad y necesitaba adquirir legitimidad. Mucha controversia ha rodeado el mecenazgo de las obras públicas de este período. El filósofo alemán Walter Benjamin observó que la historia se ve a través de los ojos del vencedor , y Constantino y sus biógrafos no fueron una excepción. Emitiendo una damnatio memoriae , se dispuso a borrar sistemáticamente la memoria de Majencio. En consecuencia, sigue existiendo una incertidumbre considerable con respecto al patrocinio de los edificios públicos de principios del siglo IV, incluido el Arco de Constantino, que originalmente pudo haber sido un Arco de Majencio .
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Publicado por Miguel Barrero
Torre Magdala (Chosovi CC)
Es inevitable que, a medida que el coche se va acercando a Rennes-le-Chteau, el viajero intente discernir, a la vista del difuso perfil del pueblo, la inequívoca silueta de la Torre Magdala, algo perfectamente normal si se tiene en cuenta que la estampa de la singular construcción de trazas neogóticas asomándose al vacío que a su alrededor conforman los valles del Aude y el Sals es uno de los iconos de la aldea, y que todo el que llega hasta este remoto rincón del mapa —anclado en un paraje inverosímil del Languedoc, a unas dos horas por carretera del Pirineo catalán— lo hace movido por el interés que despierta el personaje que la engendró y cuya biografía, aparte de avalar doctrinas heterodoxas y propiciar diferentes teorías ocultistas de mayor o menor fortuna, ha terminado constituyendo un mito en sí misma.
Puede que, cuando allá por 1891 empezó a acometer reformas en la iglesia —un edificio construido en época medieval, maltrecho a causa del implacable paso de los siglos y los estragos de la humedad—, el sacerdote François Berenger-Saunière, que había tomado a su cargo la parroquia de Rennes-le-Chteau en 1885, no fuese consciente de lo que aquella decisión iba a suponer en su vida, aunque si hay algo de cierto en esta historia es que en ella no puede darse nada por sabido: siempre quedará la duda de si todo se debió a una concatenación de azares y desvelamientos arqueológicos o si, por el contrario, los acontecimientos respondieron a una fabulosa maquinación urdida por un cura de pueblo cuyas artimañas se relacionarían tanto con la voluntad de perdurar en la memoria de sus vecinos como en su disconformidad con determinados aspectos de la doctrina eclesiástica. La cuestión es que los trabajos de los albañiles en el interior del templo dejaron al descubierto una oquedad en uno de los pilares del altar mayor, dentro de la cual se ocultaban dos pergaminos que hoy se conservan en el museo del pueblo y de cuya veracidad da fe el testimonio de dos de los obreros que participaron en aquella restauración y que, en 1958, refirieron el encuentro a Gérard de Sède, que consigna sus palabras en el libro El oro de Rennes. Además, apareció —al voltear una losa— una lápida medieval cuyo sentido apenas podía desentrañarse, dado lo muy erosionada que se encontraba su superficie, pero en la que se adivinaban las figuras de tres caballeros en una disposición un tanto atípica: dos cabalgaban a lomos de un mismo caballo y el otro portaba en su mano derecha un objeto redondo imposible de identificar. Berenger-Saunière fue consciente desde un primer momento de la importancia del hallazgo y quiso analizarlo a fondo. Se sabe que, tras el descubrimiento, visitó al obispo de Carcasonne para comunicarle la noticia y solicitar fondos adicionales para la restauración de la iglesia, y que después pasó tres semanas en París, donde se supone que, a lo largo de ese tiempo, habría visitado a varios expertos en criptografía con el fin de descifrar el contenido de aquellos inesperados documentos. De lo que sí ha quedado constancia es de las frecuentes visitas que en esos días realizó al Museo del Louvre, donde mostró especial interés por tres cuadros cuyas reproducciones terminaría adquiriendo antes de regresar a Rennes-le-Chteau para proseguir con sus tareas pastorales: un retrato anónimo del papa Celestino V, un San Jerónimo de Teniers y el muy conocido Los pastores de Arcadia, de Poussin.
François Berenger-Saunière.
Puede decirse que, a su llegada, todo comenzó de nuevo. Los vecinos de Rennes-le-Chteau —que, si bien habían estado siguiendo con interés las noticias relativas a tan sorprendentes descubrimientos, no veían en ellos más que una simple anécdota— pudieron comprobar pronto cómo aquellos sucesos que, en principio, presentaban un cariz meramente arqueológico terminarían por modificar rotundamente la historia y la idiosincrasia del pueblo. Lo menos extraordinario de todo fueron los largos paseos con los que Berenger-Saunière, a su vuelta de París, empezó a entretener las tardes por los alrededores del villorrio. Lo que sí sorprendió a todos, incluido el propio obispo de Carcassonne y el resto de la jerarquía eclesiástica francesa, fue el soberbio impulso económico que experimentaron las obras de reforma de la iglesia y el alto tren de vida en el que a partir de aquel momento se embarcó el sacerdote, cuyos honorarios, teniendo en cuenta la modestia de su rango y la humildad de la parroquia a la que se adscribía, solo podían alcanzar la categoría de modestos.
Berenger-Saunière compró terrenos y mandó levantar dos nuevas edificaciones: una fastuosa mansión que bautizó como Villa Bethania, a la que trasladó su residencia, y la muy peculiar Torre Magdala, que acogió su biblioteca. Asimismo, emprendió una serie de reformas en el cementerio del pueblo, donde cambió de sitio varias lápidas y llegó a borrar una por completo. Por último, no se limitó a restaurar el viejo templo medieval: en realidad, lo que hizo fue erigir una nueva iglesia siguiendo su propio criterio estético, que resulta más que dudoso, y dotándola de una serie de detalles que en principio se atribuyeron a su extravagancia pero en cuya disposición parecía residir algo más profundo que sembró la inquietud entre los habitantes de Rennes-le-Chateau y la discordia entre sus superiores jerárquicos. Entre esos detalles con los que intentó dar un nuevo sentido a la vetusta sede parroquial, destacaron y destacan dos que, por su propia naturaleza, resultan especialmente llamativos: la escultura de tintes demoníacos que, a la entrada del templo, sostiene la pila de agua bendita y la nada hospitalaria inscripción que, tallada sobre el pórtico, arroja una sentencia que sorprende y sobrecoge a partes iguales: «Terribilis Est Locus Iste». O, lo que es lo mismo, «Este lugar es terrible».
Son, como se ve, factores suficientes para explicar las suspicacias que, poco a poco, se fueron afianzando entre los vecinos: de un lado, la sospecha fundada de que algo turbio ocurría en torno a aquel párroco que había llegado al pueblo sin más patrimonio que el que le otorgaban su ínfimo sueldo y unos exiguos ahorros familiares y que, de pronto, no sóo emprendía ambiciosas construcciones, sino que llegaba a alternar con figuras de la sociedad y la cultura francesas que formaban parte de círculos ocultistas con los que el sacerdote habría entrado en contacto durante su estancia en París, y en los que incluso se inscribían miembros de la realeza europea (a mediados del pasado siglo, todavía algunos recordaban los lujosos coches que a menudo aparecían por las calles de Rennes-le-Chteau y aparcaban a las puertas de Villa Bethania; también las fiestas que se solían celebrar en el interior de la mansión y cuyos ecos resonaron durante más de una noche por las calles del pueblo); pero también, en la otra parte de la balanza, el respeto reverencial que casi todos empezaron a sentir hacia un hombre al que parecía haber sonreído la fortuna divina. De ello da fe el hecho de que, cuando en 1909 el tribunal eclesiástico de Carcassonne, harto de los desmanes del párroco y preocupado por el curso que estaba tomando su carrera, decidió condenarlo y apartarlo de sus labores, los vecinos de Rennes-le-Chteau acudiesen a las misas que Berenger-Saunière celebraba en su capilla privada de Villa Bethania y despreciaran las que su sustituto oficiaba en la iglesia. Ni siquiera se escapan a la leyenda las circunstancias que rodearon su deceso: se cuenta que el sacerdote murió sin recibir el último sacramento porque el cura que acudió a atenderle huyó despavorido tras escuchar su confesión, y en el pueblo todos recuerdan que la asistente y presunta amante de Saunière durante el largo tramo de su vida que discurrió en Rennes-le-Chteau, Marie Denarnaud, había encargado un ataúd a su nombre bastantes días antes de que exhalara su último suspiro, cuando el corpulento sacerdote aún estaba pletórico de salud y nada hacía presagiar que el final anduviese cerca.
Más de un siglo después de aquella historia, los poco más de 70 vecinos que viven en Rennes-le-Chteau no pueden dejar de sentirse agradecidos por la peripecia de su controvertido párroco: todo el pueblo se ha convertido —acaso porque él lo quiso así, y de ese modo lo dejó dispuesto— en un perpetuo homenaje a su memoria, y las decenas de personas que acuden hasta allí día tras día disponen de un itinerario que les permite pormenorizar en todas y cada una de las huellas que él mismo procuró imprimir de su peculiar paso por el mundo. Debe decirse, en cualquier caso, que el fenómeno es bastante reciente. Durante muchas décadas, la vida y milagros de Berenger-Saunière solo sirvieron para alimentar el imaginario local y apenas trascendieron los límites del Languedoc, y probablemente no lo hubieran hecho nunca de no ser por los opúsculos del ya citado Gerard de Sède y por la posterior aparición de tres investigadores que accedieron a los estudios de aquel y les dieron un impulso nuevo y definitivo al aprovecharlos para desarrollar una tesis que terminaría rompiendo moldes. La aparición de El enigma sagrado —el libro en el que Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln comenzaban refiriéndose al caso de Rennes-le-Chteau para terminar elaborando una densa teoría que explicara la inmensa riqueza acumulada por Saunière y que, de paso, hiciera tambalearse ciertos dogmas— supuso una cierta conmoción a principios de la década de los 80, cuando vio la luz la primera edición, y su eco se fue expandiendo paulatinamente y adquirió tintes homéricos cuando, allá por la pasada década, un escritor norteamericano refundió sus tesis en una obra de ficción que se convertiría en el último gran boom del mercado literario en los años inmediatamente anteriores a la crisis. Dan Brown no dijo en ningún momento que El enigma sagrado se encontrara entre las fuentes que había utilizado para escribir El código Da Vinci, pero basta con confrontar uno y otro título para comprobar que todas las supuestas revelaciones del segundo se habían explicitado ya en el primero, y que da la impresión de que, en no pocos pasajes, el narrador norteamericano no hizo más que copiar y pegar lo que 20 años antes habían pergeñado sus antecesores. Tan solo un detalle de la novela permite entrever un mínimo guiño —acaso irónico, pero no involuntario— a sus acreedores: el hecho de que el conservador del museo del Louvre, cuyo asesinato desencadena la acción del thriller, lleve el mismo apellido que el de aquel cura rural cuya biografía desencadenó un cúmulo de hipótesis que resultan bastante más apasionantes que las rocambolescas andanzas de Robert Langdon por París y Londres en busca del Santo Grial.
Los pastores de Arcadia, de Nicolas Poussin.
Entre esas teorías, hay algunas accesorias que la propia historia y el sentido común se ha encargado de descartar —es en El enigma sagrado donde se habla por primera vez del Priorato del Sión y de esa deslumbrante lista de Grandes Maestres en la que figuran Leonardo Da Vinci, Victor Hugo o Isaac Newton—, pero la gracia de las fundamentales es que, seguramente, no puedan contrastarse nunca. Son aquellas que parten de la presencia cátara y templaria en el Languedoc para rastrear en los orígenes de ambas órdenes, buscar conexiones con la genealogía de la dinastía merovingia y remontarse hasta los albores del cristianismo a la luz de los evangelios apócrifos. No es este el lugar propicio para abordar todos los detalles, pero sí se puede sintetizar, en líneas gruesas, la conclusión principal: un relato que asevera que Jesús fue más un profeta que un mesías, que estaba casado con la Magdalena y que su crucifixión fue, en realidad, un montaje urdido con una finalidad más política que religiosa; que su linaje había encontrado acogida en el sur de Francia, dando lugar a la dinastía merovingia, y que cátaros y templarios, por distintas razones, se habrían convertido con el tiempo en depositarios de un secreto que habría sido la causa última de su extinción, y que de algún modo el rastro de esa historia tan sugerente como trágica —el episodio del exterminio de los cátaros, en el que jugó un papel primordial el luego santificado Domingo de Guzmán, fue uno de los más sangrientos de los que se tiene recuerdo en el largo Medievo europeo— sigue presente en el territorio que le sirvió de escenario y, sobre todo, en los alrededores de lo que fue la capital de esa singular herejía que constituyó el catarismo: una ciudad devenida con el paso de los siglos en el pequeño pueblecito que hoy recibe el nombre de Rennes-le-Chteau.
¿Qué habría encontrado, pues, Berenger-Saunière, a finales del siglo XIX, en las mismas tierras en las que unas centurias atrás se había producido uno de los más brutales exterminios de la época medieval? Las especulaciones son variopintas, pero todas coinciden en que tuvo que ser algo relacionado con el controvertido relato del linaje de Jesús. Unos aseguran que el cura halló el tesoro que supuestamente habían custodiado los templarios —hipótesis que vendría refrendada por el dibujo de los dos caballeros a caballo en la losa hallada dentro de la iglesia—, otros dicen que se dio de bruces con algún dato que demostraba de manera irrefutable la veracidad de los árboles genealógicos que emparentaban a Cristo con la dinastía merovingia, y hay quien sospecha que ambas, tesoro y demostración, bien pudieron haber sido, en verdad, una misma cosa. Entre los defensores de esta última corriente —la que más adeptos ha ganado en décadas recientes— se encuentran los propios autores de El enigma sagrado, que cuentan en su libro cómo, al iniciar las primeras pesquisas en torno al asunto de Rennes-le-Chteau, recibieron la carta de un viejo sacerdote que les advirtió de que el secreto de Berenger-Saunière consistía en «pruebas incontrovertibles de que la crucifixión era un engaño y de que Jesús aún vivía en el 45 d. C.» Es decir, algo que no solo ponía en solfa un dogma universalmente aceptado y extendido entre una buena parte de la humanidad, sino que incluso podía llegar a cuestionar el poder del Vaticano, una institución que, en las postrimerías del XIX, gozaba aún de un poder inmenso en casi todos los ámbitos del mundo occidental.
Asmodeo (Baturix CC).
Como se ha advertido desde un principio, la historia de Rennes-le-Chteau no ha terminado y es muy posible que no lo haga nunca, pero acaso una de sus claves resida en las salas del museo del Louvre —el lugar donde, no por casualidad, empieza y termina la novela de Dan Brown— y en el tiempo que Berenger-Saunière pasó en ellas durante aquel viaje que hizo a París con el fin de desentrañar el significado de sus extraños manuscritos. En la pinacoteca se exhibe Los pastores de Arcadia, un lienzo de Nicolas Poussin del que el sacerdote adquirió una copia y que representa una escena que el mismo pintor ya había tratado años atrás. En ella, un grupo de pastores —tres hombres y una mujer— se sitúan en torno a una tosca sepultura de piedra, y dos de ellos señalan una inscripción tallada en uno de sus laterales. Se trata de un lema, «Et in Arcadia ego» («y en la Arcadia, yo», o «también yo estoy en la Arcadia») que suele interpretarse como una alegoría de la omnipresencia de la muerte: incluso en los idílicos parajes arcádicos se asienta la conciencia de que nada es para siempre, de que todo es efímero, de esa fugacidad de la vida que desde la más remota antigüedad han glosado los poetas y temido los hombres. El caso es que el sepulcro del lienzo existió hasta hace no mucho —al parecer, fue dinamitado en algún momento del siglo XX por uno de los propietarios de la finca donde se alzaba— y hay fotografías y vídeos que dan fe de su presencia en un lugar llamado Arques que es muy similar a la Arcadia que pintó Poussin y se encuentra a tan solo unos pocos kilómetros de Rennes-le-Chteau. La inscripción, no obstante, se debe por entero al pintor francés: las paredes de la sepultura original estaban limpias de grafías y no había nada que pudiera dar una sola pista de quién pudo haber sido su inquilino. No obstante, hay quien dice que Poussin jugaba con ventaja —su nombre, de hecho, aparecía en la famosa lista de Grandes Maestres del Priorato de Sión— y que ese «Et in Arcadia ego» no era una aserción cerrada en sí misma ni mucho menos definitiva, sino un anagrama que, una vez resuelto y colocadas sus letras en el orden pertinente, arrojaría otra frase que no es tanto un enunciado informativo como una advertencia a quienes estuvieran tentados de adentrarse en su misterio: «I tego arcana dei». Que, traducido al castellano, significa: «Yo oculto los secretos de Dios».
No debe importar demasiado la resolución definitiva de este jeroglífico cuyas claves oscilan entre la religión y la historia: al fin y al cabo, y como señalaba Borges, rara vez la resolución de los enigmas está a la altura que plantea el misterio en sí mismo, y ni siquiera en Rennes-le-Chteau están excesivamente pendientes de que se despeje una incógnita que explicaría el alto nivel de vida de su párroco más emblemático y cuyos parámetros acaso manejen condicionantes más prosaicos —tráfico de misas, algún tipo de chantaje, un vulgar golpe de suerte…— que arruinarían la fascinación que provoca el relato con un irremediable poso de decepción. Lo mejor es recorrer con tranquilidad el pueblo y seguir los muchos rastros que en él ha dejado el paso de tan peculiar heterodoxia —la horrorosa escultura de Asmodeo sujetando la pila de agua bendita, el Sagrado Corazón que preside la fachada principal de Villa Bethania, la silueta de la Torre Magdala recortándose sobre el vacío, el via crucis dispuesto en la nave de la iglesia y que escondería en realidad una especie de mapa del tesoro— y finalizar el recorrido ante la tumba del mismísimo Berenger-Saunière, que yace allí por toda la eternidad y cuya lápida recuerda que bajo ese suelo reposa el hombre que un día estuvo o dijo estar en posesión del secreto que explicaría toda la verdad sobre Dios.
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Extraído de El Pensa
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Sobre lo alto de una colina en el sudoeste de Francia, Rennes-le-Chteau es un lugar solitario, ardiente bajo el sol en verano y azotado por fríos vientos en invierno. Su situación dominante sobre el resto de la comarca es la única razón posible de que haya sido habitado desde la más remota antigüedad. Su castillo es mudo testigo de pasadas grandezas. La visión de las cumbres nevadas de los Pirineos la única compensación a las dificultades de vivir en lugar tan inaccesible. Incluso la moderna carretera se hace tediosa al ascender del valle a la cima. Vista de lejos, la población parece aislada del resto del mundo, un lugar olvidado por el tiempo. Impresión pronto disipada por los numerosos visitantes que remontan la cuesta animados por un único propósito: Descubrir su enigma, adentrarse en su secreto, y es que Rennes-le-Chteau ostenta el prestigio de ser el lugar más misterioso de Europa, escenario de acontecimientos extraños y siniestros, cuna de fabulosos tesoros y guardián del secreto más bien guardado de la historia.
El enigma de Rennes-le-Chteau se inicia en la época romana. Después de que los soldados del Emperador Tito saqueasen y destruyesen el Templo de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, el botín - el tesoro del Templo de Salomón - fue trasladado a Roma, donde permaneció durante más de tres siglos, hasta que el Imperio empezó a derrumbarse. En el año 410 los visigodos, acaudillados por Alarico, saquearon Roma, llevándose "El Tesoro del Templo". Dos años después desembarcaron en las costas meridionales de las Galias. La región de Rennes-le-Chteau les agradó, estableciéndose y fundando un reino permanente que no tardaría en saltar los Pirineos y extenderse por el norte de España. No sabemos si es cierto que el tesoro "El Arca de la alianza y las Tablas de la Ley de Moisés" llegó o no a las Galias, pero nunca más se supo de él. Y no se descarta que pudiera hallarse oculto en los alrededores de Rennes-le-Chteau. De hecho, no falta quien ha querido ver una relación entre el Arca y la población de Arques, no lejos de Rennes.
Tras la llegada de los visigodos a Rennes hubo dos siglos de relativa estabilidad, hasta que en el siglo VI llegaron procedentes del norte los merovingios, que extendieron su dominio sobre el reino visigodo. Estos invasores eran portadores de una cultura sofisticada y enterraban a sus soberanos con joyas y tesoros. Uno de estos reyes, Dagoberto II, se casó en Rennes-le-Chteau con la princesa visigoda Gizelle de Razas. Obvio es decir que la legendaria riqueza de los merovingios, bien documentada por la arqueología, ha dado pie a relatos de fabulosos tesoros aún por descubrir en la región de Rennes.
Considerando el magnetismo de dicha comarca para los tesoros de todas clases, no es sorprendente que en aquellos parajes se suponga oculta la joya más preciosa de la Cristiandad. Y por aventurado que parezca, es bastante posible que así sea, puesto que el Santo Grial pudo muy bien llegar a tales lugares en la forma que lo cuenta la leyenda: "En algún momento del siglo I, José de Arimatea y María Magdalena desembarcaron en el sur de Francia, trayendo consigo el llamado Grial, donde José de Arimatea recogió la preciosa sangre de Jesús Crucificado".
Esto es plausible ya que por aquel entonces la Galia meridional servía a los emperadores romanos como lugar conveniente donde enviar a los desterrados. Entre los indeseables ilustres que en un momento u otro recalaron allí por haber perdido la gracia imperial figuran, tanto Herodes Antipas como Poncio Pilatos. Históricamente es posible que María Magdalena y José, en cuanto fieles seguidores de Jesús, emprendiesen el forzado viaje hacia las Galias. En el siglo I de nuestra era existían rutas permanentes de navegación mercante de lado a lado del Mediterráneo, que facilitaban los viajes al eludir las penosas rutas terrestres. Muchas familias judías se establecieron entonces en la comarca de Rennes-le-Chteau, y de acuerdo con una de las teorías, una más de las que integran el enigma de la región, cuando desembarcó María Magdalena lo hizo con un hijo de Jesús, estableciéndose así una dinastía mesiánica. Bajo este punto de vista el Santo Grial dejaría de ser un cáliz que recoge la sangre de Cristo para pasar a ser sinónimo de Gri–al o sea Sangre Real, que se identificaría con la genealogía de los descendientes de Jesus hasta nuestros días.
Montségur. Considerado "el Castillo del Grial" debido a la misteriosa huída de 4 caballeros que se evadieron durante el asedio llevándose consigo el más valioso tesoro cátaro: El Santo Grial
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Sin embargo, la verdadera naturaleza del Grial, es un tema tan misterioso como los orígenes mismos de la leyenda. En la versión más antigua, el Grial es un objeto dorado, una piedra mágica; en otras posteriores es el Santo Cáliz utilizado durante la última cena de Jesús, o es el cáliz que uso José de Arimatea para recoger su sangre. Suponiendo que éstas hayan sido explicaciones derivadas, el Grial originario pudo ser casi cualquier cosa. Más adelante los aspectos caballerescos de la leyenda entraron a formar parte del ciclo Arturiano medieval que luego fueron ampliadas por el romanticismo. Estableciéndose una conexión caballeresca real que vincula el Santo Grial con los corrientemente llamados caballeros templarios.
Los Templarios formaban una orden monástica y militar, prestaban votos de castidad, pobreza y obediencia, y alcanzaron una gran popularidad e influencia después de la Primera Cruzada y la conquista de Jerusalén. Tenían su casa principal cerca del destruido Templo de Salomón en Jerusalén, emplazamiento que les fue concedido hacia 1120.
Algunos indicios sugieren que el grupo fundacional de nueve caballeros ya se había formado incluso antes de aparecer públicamente como Orden. Pasaron los primeros años sin que se acrecentasen mucho sus filas hasta que en 1135 -1140 comenzó su ascenso meteórico convirtiéndose en una fuerza política y económica de primera magnitud. Llegaron incluso a tener más poder que algunos reyes, y ése fue factor principal de su súbita y espantosa caída, que culminó en la disolución de la Orden y la dispersión de su fortuna y posesiones. Por sus pasados esplendores y por las experiencias que acumularon en el Próximo Oriente, sin embargo, quedó alrededor de ellos un aura permanente de misterio. Se decía que los Templarios habían dirigido excavaciones en el interior del monte del Templo, y todavía hoy se formulan conjeturas acerca de los motivos que tendrían para abrir túneles en tan sagrado lugar. Una de las teorías dice que encontraron un tesoro, el cual llevaron consigo cuando regresaron a Francia para ocultarlo en la región de Rennes-le-Chteau, y que tal tesoro no era otro sino el verdadero y santísimo Grial.
Rvdo. F.B. Saunière
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Pero todo esto no hubiera pasado de ser simples leyendas o especulaciones, si no hubiese sido por un descubrimiento excepcional ocurrido hace algo más de un siglo en la iglesia de Rennes-le-Chteau en donde, un sacerdote católico llamado François Bérenger Saunière, elevó a nuevas y vertiginosas alturas la leyenda de Rennes-le-Chteau como lugar de misterio y de tesoros ocultos.
Nacido el 11 de abril de 1852 en la cercana aldea de Montazels, en 1879 recibió las órdenes sacerdotales. En 1885 fue destinado a la parroquia de Rennes-le-Chteau. Era un cura pobre, que mejoraba su alimentación con lo que pescaba y cazaba durante sus largas excursiones por la comarca. Sus dietarios, que se han conservado hasta la fecha, atestiguan un nivel de vida exiguo y raciones de hambre.
La parroquia consagrada a María Magdalena y escenario de las supuestas bodas de Dagoberto II con Gizelle de Razès, se hallaba en avanzado estado de ruina hacia finales del XIX. La última restauración databa del siglo XV. Todo eso cambió cuando el nuevo presbítero emprendió gracias a algunas pequeñas donaciones la restauración del altar. Al levantar el ara de las antiguas columnas que la sustentaban aparecieron varios documentos guardados en tubos de madera, de lo cual hubo testigos, porque Saunière contaba con la ayuda de seis obreros para los trabajos de la restauración, y dos de ellos aún vivían en 1958 y corroboran el descubrimiento de los manuscritos.
Desde aquel momento, Saunière mudó de fortuna. El hallazgo de cuatro documentos supuestamente antiguos puso en marcha un encadenamiento de hechos cuyas consecuencias rebasaron con mucho el mero bienestar espiritual del párroco. Desde aquel momento manifestó una inmensa riqueza, un tren de vida lujoso, hizo frecuentes viajes, restauró la iglesia, se embarcó en nuevas construcciones y convirtió Rennes-le-Chteau en punto de reunión de nobles y destacados visitantes.
Les Bergers de l’Arcadie II de Nicolas Poussin. Cuya copia encargó el Rvdo. Saunière en su visita al Louvre de Paris y que según los expertos contiene las claves del misterio
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¿Cuál fue el descubrimiento del párroco? ¿Que pueden contener unos manuscritos para mudar de tal forma la vida de una persona y de un lugar? De hecho doscientos años antes podemos encontrar vestigios de secretos escondidos. Mucho se ha escrito sobre la presencia de una misteriosa tumba de piedra, en medio de la vegetación, en las cercanías de Rennes-le-Chteau, habiéndose sugerido que esa tumba es la misma que el famoso pintor francés Nicolas Poussin representó en una obra de 1647, Les Bergers d´Arcadie II, la más misteriosa de todas las suyas. En ella vemos a un grupo de pastores observados por una enigmática mujer y reunidos alrededor de una tumba, en uno de cuyos laterales se muestra la leyenda «Et in Arcadia ego». La pintura se encuentra en el Louvre y Saunière encargo copia de ella. El cuadro, el cura y los pergaminos se combinan para aumentar el secreto de Rennes-le-Chteau.
La pericia de Saunière, con su no explicado acceso a una fabulosa fortuna y su repercusión en la tranquila vida aldeana de Rennes-le-Chteau, venían a confirmar las viejas historias sobre tesoros. De hecho los campesinos de la región tenían una explicación bien sencilla sobre la fortuna del párroco. Ningún enigma que descifrar: el nuevo cura se habría tropezado con una fuente de riqueza escondida por los antepasados. Pero el caso fue que mientras vivió, Saunière guardó silencio absoluto sobre el origen de sus fondos y se negó obstinadamente a revelar el secreto. Las especulaciones interminables a que dio lugar tal actitud se multiplicaron después del súbito fallecimiento de aquél. ¿Cómo pudo llevarse a cabo el rápido enriquecimiento de Saunière? ¿De donde provenía el dinero? ¿Qué contenían los misteriosos pergaminos?. ¿Tenían algo que ver con el misterioso secreto de los Cátaros, por el cual prefirieron ser quemados, muchos siglos atrás, en esta misma región? ¿Descubrió Saunière el tesoro escondido de los Templarios? Nunca lo reveló, pero dejó muchas pistas a su alrededor. Especialmente en su iglesia.
Después del descubrimiento de los pergaminos y durante varios años Saunière se dedicó a restaurar la iglesia añadiéndole decoraciones y detalles, figuras estrafalarias y tallas estrambóticas. Cualquier católico que entre en el lugar y desee persignarse encontrará que la pila del agua bendita está sustentada por un personaje bien conocido, aunque desde luego el que menos esperaría encontrar en tal lugar, "el diablo en persona". Por otro lado las estaciones del vía crucis, muy llamativas y desproporcionadas de tamaño difieren de los grabados de los vía crucis normales. Y por si esto fuera poco hizo colocar en el dintel de la puerta la siguiente inscripción "Terribilis est locus iste" Este lugar es terrible.
Saunière halló cuatro o cinco pergaminos en unos tubos de madera sellados. Dos de ellos contenían genealogías relacionadas con la dinastía merovingia, los otros hablan de pasajes evangélicos. Uno se refiere a como iba Jesús con sus discípulos en sábado por unos sembrados, y ellos cortaron algunas espigas y las comieron.
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Dos de los pergaminos descubiertos en la Iglesia de Rennes-le-Chteau
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El otro cuenta la cena en Betania con Lázaro resucitado de entre los muertos, durante la cual María Magdalena ungió los pies de Jesús. La versión oficial de los pergaminos está exhibida a la vista del público en las paredes del museo Saunière en Rennes-le-Chteau.
Desde que las copias de los pergaminos fueron publicados - los originales permanecen ocultos - se ha intentado descifrarlos a partir de variadas aproximaciones. El Enigma Sagrado es posiblemente la obra mas leída sobre el tema y en ella, como en estudios posteriores, se enfatiza que el tesoro encontrado en el interior de la iglesia de María Magdalena, fue de naturaleza espiritual. Un secreto preservado a través de milenios, una herejía que atenta contra los fundamentos de la Iglesia y que perturba a todo cristiano comprometido: El cuerpo de Jesús permanece enterrado en un lugar cercano a Rennes-le-Chteau. Una versión señala que se exilió después de sobrevivir a la crucifixión mientras otra se inclina a que su cuerpo fue traído momificado por los templarios, y ambas que tuvo descendencia de su unión con Maria Magdalena. Y que su línea genealógica llega hasta hoy día. Si esto fuese cierto las leyendas sobre el Santo Grial adquirirían nuevos significados.
Mucho se ha escrito sobre el misterio de los Cátaros y Rennes-le-Chteau. Hoy sabemos que la fortuna de Saunière provenía de las donaciones de nobles y de sociedades secretas vinculadas al secreto. Un secreto que indiferentemente sea verdad o mentira, atrae a numerosos visitantes con ánimo de encontrar algo que quizás por su simplicidad permanece oculto a sus miradas pero abierto a sus corazones. Cierto o falso, verdad o mentira, forma parte de la historia de Rennes-le-Chteau. Algo que muy pronto todos podremos ver.
LAS CLAVES DEL MISTERIO
En la entrada de la iglesia, el Reverendo Saunière hizo colocar las siguientes inscripciones: "Mi casa se llamará casa de oración" y "Terribilis est locus iste" - Este lugar es terrible - La referencia bíblica completa es:
"Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Mateo 21,13). Este lugar es terrible, es la casa de Dios y la puerta de los cielos (Génesis, 28,17)
El trabajo de reconstrucción de la entrada terminó en 1897 y costó el equivalente de 3.500.000 francos actuales.
En el suelo de la iglesia está dibujado un tablero de ajedrez de 64 cuadrados orientado hacia los cuatro puntos cardinales.
Justo en la entrada se encuentra la estatua del diablo Asmoideo, sosteniendo la pila de agua bendita y sobre ella existe un grupo escultórico de cuatro ángeles donde puede leerse la frase que Constantino había visto en el cielo: "Con este signo le vencerás", que por supuesto está bajo la señal de la cruz.
Pero la frase real de Constantino era sólo: "Con este signo vencerás". Este añadido -le- al original ha alimentado muchas polémicas.
Un dato significativo es que todas las estatuas en la iglesia miran hacia el suelo.
- En el lado derecho del altar la Virgen está sosteniendo un niño.
- En el izquierdo San José está sosteniendo otro niño.
Los dos niños a ambos lados del altar sugieren la idea de que Jesús tenía otro hermano o que uno es efectivamente Jesús y el otro su hijo y que, según la leyenda del Grial, su descendencia escapó de la masacre de Montsegur. ("click" en imágenes para agrandar)
En la iglesia de Rennes-le-Chteau algunas estaciones del Vía Crucis usan elementos e incluso escenas que difieren de las habituales, lo cual se interpreta como nuevas claves del misterio dejadas por Saunière.
Son lápidas muy llamativas, de tamaño desproporcionado con relación a las dimensiones no demasiado grandes del templo, y tal como han señalado algunos autores, difieren de los vía crucis habituales en detalles tales - imposibles de ignorar por un sacerdote - que indican una voluntaria intención críptica. Incluso, todo el Vía crucis está orientado en dirección contraria a la habitual.
Destacamos algunas de las estaciones:
Estación II.
Un joven se arrodilla sobre un casco dorado y recoge un trozo de lanza. Jesús viste una túnica roja. Se observa una escalera orientada hacia el cielo.
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Estación VII.
Un soldado franco aguanta la túnica roja de Jesús, mientras ante él hay una mujer con un velo de viuda y un niño envuelto en una tela escocesa de color azul. Los masones se hacen llamar: "el hijo de la viuda", del mismo modo que existen en la franco-masoneria el rito escocés y el grado azul.
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Estación XI.
Jesús está siendo clavado a la cruz. Un soldado le despoja de la túnica roja. El fondo es oscuro, como señalando la noche. Pero el evangelio señala que la oscuridad se produjo solo después de la muerte de Cristo.
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Estación XIV.
Esta no es precisamente la imagen de Jesús resucitado elevándose sobre el sepulcro. En cambio vemos a unos personajes que al amparo de la noche transportan el cuerpo sangrante de Jesús. -Obsérvese la herida en el lado izquierdo del cuerpo- Esta imagen suele interpretarse como lo que pudo suceder después de un simulado entierro: Algunas personas se llevan el cuerpo aún vivo de Jesús.
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El enigma de Rennes-le-Chteau: La descendencia de Jesús.
Rennes-le-Chteau es una población situada en el departamento de Aude, en el Languedoc (sureste de Francia), muy cerca de la frontera con España. El pueblo ya era conocido en tiempos de los romanos, que acudían a la zona para disfrutar de sus aguas termales. El camino de Santiago pasaba por allí y formó parte de la ruta de los cátaros. Gracias best sellers como El enigma sagrado o El código Da Vinci, este pequeño enclave es un destino frecuentado por turistas curiosos y buscadores de misterios. ¿Qué tiene ese lugar para atraer a toda esa gente? Allí perdura un enigma. Para algunos, un enigma sagrado.
Hallazgo del tesoro
Cuenta la leyenda, que el párroco de la iglesia de Rennes-le-Chteau, Bérenger Saunière, encontró algo de gran valor. En 1892, el cura decidió realizar una reforma en el altar mayor. El altar se sujetaba por un lado en la pared, y por el otro extremo en una columna de la época visigoda. Al comenzar la obra, Saunière se percató de que la columna estaba hueca. En su interior encontró unos pergaminos manuscritos, introducidos en tubos de madera y sellados con cera. Según la fuente que consultemos, pudieron ser de dos a cuatro los pergaminos hallados. Lo cierto es que son dos las reproducciones que se pueden ver en el museo del pueblo.
François Bérenger Saunière
¿Qué valiosa información contenían los pergaminos?
En un principio, los pergaminos no parecen más que meras transcripciones en latín de fragmentos del Nuevo Testamento. Lo que sucede es que, al inspeccionar cuidadosamente los documentos, se pude apreciar la existencia de pequeñas modificaciones (marcas, letras desplazadas…) que nos podrían indicar que los textos están codificados. Parece ser que Saunière se percató de tal cosa, y en 1893 solicitó permiso al obispo Félix-Arséne Billard de Carcassonne para llevar los pergaminos a París, donde serían estudiados por un experto. Los textos fueron revisados por Émile Hoffet, experto en manuscritos antiguos y sociedades secretas. Allí, Saunière descubrió algo, pero ¿el qué?
Según toda la historia y el misterio que hay montado alrededor de todo este asunto, se afirma que lo que descubrió Saunière fueron unas pruebas capaces de desmontar toda la creencia cristiana. Unos datos que, de salir a la luz, podrían acabar con todo el poder de la Iglesia Católica. Motivo suficiente para que hubiese gente interesada en llenarle los bolsillos de dinero, para que no hablara.
Asmodeo
Y tú, querido lector, estarás pensando: “¿Quieres decirme de una condenada vez qué información consiguió el párroco?” Voy a ello ahora mismo.
En el siglo I, José de Arimatea y María Magdalena pudieron desembarcar en el sur de Francia, portando consigo el Santo Grial, donde José de Arimatea había recogido la sangre de Jesús en la cruz. Es sabido que muchas familias judías se habían establecido en la zona de Rennes-le-Chteau, cercana al Mediterráneo. Ahora bien, según se teoriza en la obra El enigma sagrado, que sirvió a Dan Brown para documentarse a la hora de escribir El código Da Vinci, lo que descubrió Saunière fue, nada más y nada menos, la descendencia de Jesús en Francia. ¿De dónde sacan esa conclusión Henry Lincoln, Michael Baigent, y Richard Leigh, autores de El enigma sagrado? En algunos textos de la Baja Edad Media, el Santo Grial aparece escrito como San Gréal, lo que para algunos investigadores deriva de Sang Real (Sangre Real). ¿Qué sangre real podían haber transportado José de Arimatea y María Magdalena? La sangre de Cristo. Se sugiere la idea de una posible descendiente de Jesús y María Magdalena, Sara, la sangre de Cristo. María habría sido el cáliz portador de esa sangre.
El párroco Bérenger Saunière pudo haber encontrado constancia de estos hechos en los pergaminos descubiertos en la iglesia. Lo cierto es que, desde ese momento, el cura comenzó una vida de lujo, sin privaciones, e inició una serie de obras. Todo ello no podía haber sido posible de no estar en posesión de una buena fortuna. Compró varias obras de arte, llevó a cabo una profunda restauración en la iglesia, construyó la Torre Magdala y Villa Betania. Sin embargo, toda la historia de la descendencia de Jesús no es más que puro romanticismo. No hay constancia real de ello. Se especula también, con la idea de que lo que encontró Saunière fue el tesoro de los cátaros o quizás una tumba merovingia. Uno de los pergaminos hacía referencia a la dinastía merovingia. Es sabido que los merovingios eran enterrados con todo tipo de joyas y riquezas. Ese dato, es también utilizado por los autores de El enigma sagrado, para argumentar que Jesús pudo tener descendencia entre la realiza merovingia. De todos modos lo más probable es que las reformas y construcciones estuvieran financiadas por donaciones de nobles y eclesiásticos de la época.
Claves misteriosas
Entre las construcciones y reformas que llevó a cabo el cura de Rennes-le-Chteau podemos encontrar lo que, para algunos, son señales relacionadas con el misterio oculto:
- En la entrada de la iglesia podemos observar la siguiente inscripción: “Terribilis est locus iste" (este lugar es terrible).
- En el suelo de la iglesia se dibuja un tablero de ajedrez de 64 cuadros, símbolo iniciático de la masonería.
- En la entrada, sosteniendo la pila de agua bendita, encontramos una figura del demonio Asmodeo, guardián de tesoros y secretos. Bajo la señal de la cruz se puede leer “Con este signo le vencerás”. La polémica viene del hecho de que la frase de Constantino es “Con este signo vencerás”. Hay un “le” añadido en la frase de la iglesia de Rennes-le-Chteau (personalmente no veo que sea de tanta importancia).
- Todas las estatuas miran hacia el suelo. Las estatuas de San José y de la Virgen sostienen a un niño cada uno. ¿Dos niños? Esto sugiere que el otro niño es el hermano de Jesús, o quizás su descendiente.
- La Torre de Magdala está construida en honor a María de Magdala (María Magdalena).
Torre de Magdala
Es tanta la gente que ha acudido al lugar en busca de los posibles tesoros, ya sean pruebas de la descendencia de Jesús o el tesoro de los cátaros, que en la actualidad existe una ordenanza municipal que prohíbe excavar en el pueblo. Muy interesante es la obra de Oscar Fábrega, Prohíbido excavar en este pueblo, donde se desmiente y se aclara de manera excepcional todo el misterio de Rennes-le-Chteau.
http://misteriosehistoria.blogspot.com/2015/02/el-enigma-de-rennes-le-chateau-la.html |
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