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Teocentrismo
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El teocentrismo (del latín, teo- significa Dios) es la doctrina según la cual Dios es el centro del Universo, todo fue creado por Él, es dirigido por Él y no existe ninguna razón más que el deseo de Dios sobre la voluntad humana.
El teocentrismo abarca todo lo que existe, incluso la razón científica, ya que todo lo explica por la voluntad divina y mística de Dios. Fue la corriente que predominó en la Edad Media y que más tarde se convirtió en antropocentrismo (el hombre es el centro del universo).
Fue un concepto central en el pensamiento de principios de la era cristiana y la Edad Media hasta el periodo del Renacimiento, a partir de cuando se empezó a concebir a Dios como un factor pero no como causa única del mundo.
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No existe Dios para beneficio del hombre, aunque éste puede impetrar y recibir su perdón y su auxilio. Fue creado el hombre para servir a Dios, para amarlo con toda su alma y todas sus fuerzas. |
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El punto de referencia es Dios: no el hombre. |
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Esto suena duro en lo oídos de nuestros contemporáneos, que han olvidado Cielo e infierno y sólo saben de la tierra y de la autoafirmación como instancia suprema. Es duro, pero es verdad. Y “la verdad os hará libres”: librará al hombre del hombre para que pueda ser de Dios. Las palabras blandas, las que aseguran que lo esencial es la felicidad del hombre en la tierra –para que sea valle de pocas lágrimas- en materia social, en materia económica, en materia moral, en materia sexual, las palabras blandas –digo- no son palabras de espíritu sino de eso, de materia; no son palabras de vida, sino de muerte.
“Humano” no es el valor supremo; “humano” adquiere dignidad cuando es destello de Dios. |
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Porque el hombre tiene una dimensión más que aquella natural en que se encuentran razón y dignidad. La dimensión divina, aquella que no corresponde ni se sigue de la esencia del hombre sino se debe a un don, a la gracia, que eleva al hombre a un orden superior; y en ese orden superior se encuentra la fe. Aparte de todo lo humano en ella, de lo que puede hacer el hombre por adquirirla y despertarla (motivos de credibilidad, argumentación, ejemplos, etcétera), en la fe lo decisivo es la gracia: Acto del intelecto por el cual se adhiere a la verdad revelada, efectúase bajo el imperio de la voluntad, movida por la gracia de Dios. Si este último y final resorte falta, todos los demás son inútiles. Pero si irrumpe lo sobrenatural en nosotros, y con ello nosotros en lo sobrenatural, entonces la voluntad -que es libre- puede decidirse, y se decide, por aquella posición que la razón humana no ve siempre como necesaria, y considera -a veces- dura. Y al decidirse por ella inicia la senda de su justificación.
Hay mérito en la fe porque aquello a lo que asiente es a veces duro. Y esto es posible porque la libre voluntad, en el momento de escoger, tiene en su balanza un contrapeso: la gracia.
Gracia y dureza están en los platillos de la balanza, y la libertad se inclina por uno, aceptando la dura verdad, o por otro, rechazando lo que mal juzga como “inhumano”. Cuanto más dura la verdad, tanto mayor el mérito.
Demos gracias al Señor por la dureza de su Verdad, pues por ella alcanzamos la dulzura de su Gloria.
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Quede pues claro: Lo humano no es el valor supremo; lo humano adquiere dignidad sólo cuando es destello de Dios. |
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Por la revelación sabemos que el hombre es para Dios. La ley de Dios no está hecha a la medida y agrado del hombre; ella tiende a elevarlo de acuerdo con su propia naturaleza enraizada en Dios, venciendo su propia gravedad. La Religión no tiene por fin primordial facilitar la vida sobre la tierra, sino guiar al hombre -a través de los obstáculos- por la senda que lo lleva a la vida eterna. De allí que parezca –a algunos- en ciertos casos inhumana, cuando en verdad es sobrenatural. El yo, de suyo egoísta, únicamente por la gracia puede desinteresarse de sí propio. Y al perderse a sí mismo, se gana en el plano superior, en el teocéntrico, en el auténtico. |
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La cultura y la religión dominantes son patológicamente antropocéntricas. El hombre está decidido a saber siempre más sobre su propio “misterio”, y, por añadidura, se cree autónomo a la hora establecer la verdad absoluta. Esta cosmovisión propia de lo que llamamos modernidad no es una moda transitoria sino la culminación de un proceso plurisecular que arranca en el tardo medioevo del siglo XIV, pasa por el humanismo renacentista y culmina en el antropocentrismo radical y combativo de las ideologías de la industrialización. |
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El Reino de Dios hizo olvidar al Dios del Reino y las promesas de Dios oscurecieron el rostro del Dios de las promesas. El Reino de Dios de las iglesias cristianas de occidente fue demasiado cercano a los intereses de los Estados llamados cristianos. |
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El siglo XX nos fascinó con corrientes teológicas de fuerte saturación antropocéntrica: teología de las realidades terrenas, del progreso, de la secularización, de la muerte de Dios, de la política, sin olvidarnos de nuestra Teología de la Liberación. |
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Un antropocentrismo virulento permea todo, desde la política y la economía, hasta la reflexión teológica y la piedad creyente. La teología moderna occidental es visceralmente antropocéntrica y tiene al hombre como primer sujeto y primer destinatario. |
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En el pensamiento deuteronomista estamos confrontados ante hechos gratuitos de parte de Dios y no merecidos por parte del hombre. Vida, felicidad, bendición no son efecto de actos meritorios del hombre, son regalos de Dios que causan la vida y la felicidad.
No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene… (Dt 7, 7-8).
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Nuestra teología, nuestra moral, nuestra praxis sacramental no está centrada en el absoluto de Dios. La teología dominante, de cuño casi exclusivamente soteriológico, parte de un hombre profundamente marcado por su miseria. El punto de partida es la experiencia del pecado, del dolor y del mal. La deficiencia del hombre es el factor que empuja al hombre a la búsqueda del Absoluto de Dios, y a convencerse que solamente en Él puede alcanzar su propia sanación, salvación, liberación. Dios equivale a salvación del hombre. |
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