Tal como hemos visto en el capítulo anterior, a partir de 1843 Chile inició el proceso de exploración y colonización de la Patagonia Oriental que le pertenecía desde los tiempos de la conquista, dando comienzo a una presencia que se inició partir del siglo XVII, con el establecimiento de las primeras misiones en el lago Nahuel Huapi y se extendió, con algunas interrupciones, hasta 1879, cuando se vio forzado a retirarse definitivamente de esas regiones.
La pérdida de la Patagonia Oriental
El miércoles 24 de noviembre de 2004, el investigador Cristian Salazar Naudón, miembro del Consejo de Investigadores del Centro de Estudios Históricos Lircay y secretario general de la Corporación de Defensa de la Soberanía, dictó en el Salón del Círculo de Sub Oficiales en Retiro, de la ciudad de Santiago, una conferencia titulada “Patagonia Chilena: La Segunda Entrega”, bajo los auspicios del Centro de Estudios Históricos de Lircay1.
Por tratarse de un trabajo de investigación exhaustivo y ampliamente documentado, hemos creído acertado reproducir buena parte del mismo, efectuando la correspondiente mención de la fuente y el origen.
Ese día, Salazar Naudón explicó ante nutrida concurrencia que en 1930, vio la luz pública un extraordinario documento titulado La Patagonia. Errores geográficos y diplomáticos, obra de su compatriota, el distinguido historiador José Miguel Yrarrázaval Larraín, en la que el autor arremete con dureza contra todas las figuras históricas y políticas de su país a las que responsabiliza por la funesta y dolorosa pérdida de más de un millón de kilómetros cuadrados de territorio en la Patagonia Oriental, cedidos a la Argentina por el Tratado de 1881. De acuerdo con sus palabras, esa entrega privó a Chile de la posibilidad de gozar de sus derechos jurídicos en el territorio, abandonando su condición bioceánica y desprendiéndose de las tierras más ricas de la región continental.
En su exposición, Salazar Naudón explicó que Yrarrázaval, fustigó la figura de Diego Barros Arana por considerarlo el principal responsable de tan perjudicial entrega, poniendo especial énfasis en que la misma fue fraguada desde las altas esferas del gobierno chileno, incluyendo ministros, asesores y hasta los propios presidentes que rigieron los destinos del país en aquellos años. Salazar arremete después contra el mismo erudito al decir que se desentendió de la responsabilidad que en todo ese proceso le cupo también a uno de sus ancestros, don Ramón Luis Yrarrázaval, quien siendo ministro del Interior del presidente Manuel Bulnes, declaró erradamente que a la Argentina también le asistían derechos sobre el territorio chileno de Magallanes.
Para el conferencista, no quedaban dudas de que, por encima de todo, el trabajo de Yrarrázaval tiene el mérito de haber despertado, posiblemente sin proponérselo, uno de los debates intelectuales más intensos de la historia de la prensa chilena, cuando académicos de distintas corrientes comenzaron a tomar posiciones en la revisión de las circunstancias en que se dio la entrega de la Patagonia, debate que, hasta entonces, resultaba un tabú y llevaba cerca de medio siglo de ser evadido por autoridades, intelectuales y estudiosos en general, en especial porque las culpas inevitablemente salpicarían los retratos de una gran cantidad de figuras consulares de Chile, consideradas intocables e incuestionables por la historiografía, la tradición y la opinión pública en general. En ese debate, eruditos de la talla de Emilio Vaisse (Omer Emeth) tomaron partido por Yrarrázaval en tanto en el bando contrario, se situaron figuras destacadas como las del historiador Ricardo Donoso Novoa y Alberto Edwards.
Salazar Naudón, como Oscar Espinosa Moraga, Exequiel González Madariaga, Benjamín González Carrera y tantos otros expertos e investigadores, coinciden con Yrarrázaval Larraín en lo que a responsabilidades en materia de cesiones territoriales a la Argentina se refiere, ya que consideran que su trabajo permitió pautar perfectamente lo que fue un proceso irreversible de entreguismo, basado en la ignorancia, el desconocimiento de la geografía, la apatía general de los círculos intelectuales y sobre todo, la falta de visión y debilidad de los políticos para defender el territorio nacional, basándose principalmente en lo que ellos llaman “quimeras de una integración y confraternidad americana”, que terminó de a poco, pulverizada por la realidad. De este modo Yrarrázaval concluía su tesis en el “El Mercurio”, principal soporte del debate por él generado, al publicar una nota de su autoría en la edición del 31 de marzo de 1931: “Tal pérdida debe achacarse -lo hemos dicho- a la labor del geógrafo Barros Arana que desde 1871 en su texto oficial de Geografía Física, y en su cátedra, había declarado, copiando a su maestro Darwin, que la Patagonia toda era inhabitable y estéril; a las insistentes declaraciones al respecto de Vicuña Mackenna; al torpe giro dado a la misión de Lastarria; a la desgraciada actitud sobre todo del presidente Errázuriz Zañartu en presencia de las provocaciones argentinas de 1875; a la elección hecha por este mismo presidente de Barros Arana como representante de Chile para la defensa ante Argentina de la Patagonia, cuyo valor negaba; y muy en especial a las instrucciones impartidas por sus jefes al propio Barros Arana al partir su misión, instrucciones dadas a la publicidad poco después y que equivalían a la renuncia de Chile a casi la totalidad de la Patagonia, destruyendo así, tal propaganda y tales actuaciones, la patriótica y tenaz labor del ministro don Adolfo Ibáñez (1871 a abril 1875) y de sus dignos colaboradores: don Guillermo Blest Gana, don Miguel Luis Amunátegui y don Carlos Morla Vicuña”.
José Miguel Yrarrázaval |
Y lo que sigue a continuación es prueba de porqué la Argentina nunca quiso someter el tema a ningún laudo: “Espero terminar mi volumen en poco tiempo más abrigo confianza ciega de que el triunfo será de Chile el día del arbitraje
El 24 de agosto de 1876 Morla remitió al embajador Alberto Blest Gana una memoria que constituyó una suerte de adelanto del mencionado trabajo y otro posterior, titulado Estudio histórico sobre el descubrimiento y conquista de la Patagonia, aparecido en 1904 y en los cinco volúmenes de la Defensa de Chile presentados cuando la firma del Tratado de 19024.
Salazar aclaró en su conferencia, que ni todo el debate, ni toda la polémica, ni todo el escándalo bibliotecario generado por la obra de Yrarrázaval sirvieron para aleccionar a políticos e intelectuales ya que en los años siguientes tuvieron lugar otras cuatro entregas de territorio a la Argentina a cambio de paz y amistad: los valles del Alto Palena en 1966, la mitad del Canal Beagle con su inmensa proyección marítima en 1984, Laguna del Desierto en 1994 y el área oriental de Campo de Hielo Patagónico Sur (Hielos Continentales), a partir de 1998. Según sus palabras, en cada uno de esos casos Chile volvió a cometer los mismos errores que Yrarrázaval señaló en su libro: la liviandad con que se asumieron los problemas limítrofes, el desconocimiento de las autoridades sobre el territorio en litigio, la incapacidad de sopesar objetivamente los derechos jurídicos en juego, la leguleya tendencia innata de los políticos chilenos y, por supuesto, la nefasta costumbre de seguir cómodamente las opiniones de quienes no son expertos ni versados en los temas protagónicos. Siguió diciendo más adelante que después de leer La Patagonia. Errores geográficos y diplomáticos, el lector percibe fácilmente que el investigador parte señalando la influencia de lo que denomina “los falsos oráculos”, es decir, aquellas que se toman ciegamente como referencias y autoridad en determinados temas en los que apenas son improvisados, uno de ellos Charles Darwin, cuya pésima y muy parcial descripción de la geografía de la Patagonia en la obra Viaje de un Naturalista alrededor del Mundo, según textuales palabras de Salazar, convenció a intelectuales y estudiosos incautos como Barros Arana, de lo que ha sido un verdadero absurdo como suponer a la Patagonia un territorio estéril cuando en realidad es uno de los más ricos y valiosos del continente americano.
Diego Barros Arana |
Yrarrázaval también habla de los “románticos” quienes igualmente destacaron en el proceso de entrega, destacando como principal exponente a nada menos que Benjamín Vicuña Mackenna, el célebre político e historiador “argentinista” que fuera, entre otras cosas, intendente de Santiago y ex candidato a la presidencia de su país, que tal como explica Salazar, en enero de 1880, en pleno debate por los derechos de Chile en aquella región, tuvo el desacierto de publicar un impreciso libro titulado La Patagonia en el que sostiene insensatamente las impresiones de marinos extranjeros que vivieron duras aventuras en la región, inclusive secuestros y ataques de indígenas locales. Lo mismo que Barros Arana, Vicuña jamás había puesto un pie en aquel territorio pero se lanzaba a aseverar que el mismo no valía ni “un metro cuadrado de lazareto de Playa Ancha”, demostrando una torpeza y falta de visión rayana en el absurdo.
Pero el libro de Yrarrázabal, pone especial énfasis en lo que los chilenos llaman los “americanistas” (les dedica un capítulo completo) refiriéndose a la quijotada chilena de 1865, cuando en un lo que el autor da a entender fue un muy mal concebido sentimiento de lealtad hacia su vecino, Chile corrió a entrometerse en un a bizarra conflagración con una pequeña parte de la flota española socorriendo al Perú, después de que aquella le tomara las islas guaneras de Chincha un conflicto en el que Chile no solamente no tenía arte ni parte sino que terminó con su principal ciudad y puerto bombardeado y buena parte de su flota mercante destruida. La decisión precipitada y delirante de ir a la guerra contra solo media docena de buques hispanos intentaba poner término inmediato al conflicto limítrofes de Atacama, con Bolivia, y frenar las apetencias argentinas sobre la Patagonia, sabiendo que en aquel momento Chile se encontraba en una situación jurídica y militar ventajosa para conseguir una solución favorable y definitiva para ambos litigios. Tomando como propias las palabras de Salazar, “En su lugar, se cometió el error irreparable de enviar a otro icono de la intelectualidad chilena, don José Victorino Lastarria, a una misión hasta Buenos Aires que, junto con resultar en un fracaso absoluto, desató el principio del fin para las posibilidades de Chile de mantener para sí los territorios patagónicos y magallánicos en controversia, los que el enviado chileno se mostró dispuesto a renunciar en nombre de su país en favor de la Argentina”5.
El valor del trabajo de Yrrarázaval, continúa diciendo el autor, fue que el mismo sirve para distinguir y destacar a quienes supieron comprender que no existe el territorio que valga “pedacitos más o pedacitos menos” (frase que hizo célebre el presidente Patricio Aylwin tras el fallo que otorgó a la Argentina la Laguna del desierto), de aquellos otros que simplemente cedieron ante el enemigo, “…que cada fragmento de suelo, cada piedra, cada gota de mar, cada hoja de otoño, es para un chileno el trozo de una hostia sagrada llamada Chile, al decir del poeta nacional Miguel Serrano. Hombres que supieron a tiempo que nada de ella puede ser entregado, ni menos vilmente vendido, a precios absurdos, equivalentes a veces, en el caso de Palena, a cerca de mil pesos por hectárea; o en el caso de algunas de islas australes, cada una a menos de lo que vale un par de zapatos de buena calidad”6.
Para Salazar destaca especialmente entre aquellos que lucharon por los derechos de Chile sobre la Patagonia Oriental, Vicente Pérez Rosales, quien haciendo frente al ambiente ignorante, derrotista y entreguista de la intelectualidad chilena de aquellos años, publicó en 1856 su Ensayo sobre Chile, donde “…declara con vehemencia que el territorio a la Patagonia oriental es inmensamente valioso y rico, en oposición al amén darwiniano seguido por Lastarria, Barros Arana o Vicuña Mackenna. Consciente de que la verdad revelada de golpe y porrazo siempre se arriesga al escarnio y la polémica, Pérez Rosales advirtió magistralmente sobre la Patagonia que: ‘...el aspecto inhospitalario de su litoral marítimo, forman un juicio temerario sobre el interior de un país que ha encontrado más fácil calumniar que estudiar y conocer penetrando en él’”7.
Pero al igual que los informes de Máximo Ramón Lira y el entonces capitán de fragata Enrique Simpson, sobre el valor territorial de la Patagonia Oriental, el de Pérez Rosales, fue el de una voz que predica en el desierto, prevaleciendo por sobre ellos, la postura de entreguistas y cobardes.
La Corporación de Defensa de la Soberanía todavía es más amplia cuando se refiere al tema en su artículo “La entrega final de la Patagonia Oriental: mitos y realidades sobre la misión de Barros Arana en Buenos Aires de 1877 a 1878. Cómo la Argentina logró forzar a Chile a entregar la Patagonia en 1881”. (Ver Apéndice)
El historiador peruano Rolando Rojas, investigador del IEP (Instituto de Estudios Peruanos), también ha abordado el tema en su trabajo “Los territorios que perdió Chile en la guerra del Pacífico)8.
En su exposición, Rojas sostiene, como la gran mayoría de los historiadores chilenos, que durante la contienda, aquel país perdió más territorio el que obtuvo y que ello se debió, pura y exclusivamente a que los mezquinos intereses de su elite estaban puestos en los yacimientos de salitre de Atacama y no en los de la nación.
Tras una rápida relación del diferendo que Santiago y Buenos Aires mantuvieron desde el momento mismo de su independencia pero, en especial, desde 1843, cuando la primera estableció el Fuerte Bulnes en la región magallánica, Rojas acaba diciendo que en 1878, en momentos en que la guerra entre Chile, Perú y Bolivia se hacía inminente, un incidente menor estuvo a punto de provocar el enfrentamiento con la Argentina, refiriéndose a lo acontecido en Santa Cruz, cuando Buenos Aires despachó hacia esas latitudes a la escuadrilla del comodoro Py para desalojar a los chilenos del área.
Aunque la armada chilena era ampliamente superior a la argentina, el conflicto se frenó porque el interés de las elites estaba puesto en los ricos yacimientos de salitre en Atacama. No obstante, cuando se declaró la guerra y en abril de 1879 las fuerzas militares chilenas se movilizaban hacia Bolivia, el ejército argentino dirigido por el general Julio A. Roca llevó a cabo la “campaña del desierto” ocupando la Patagonia. A este acto le siguió la presión diplomática que concluiría en el Tratado de límites de 18819.
La presión diplomática argentina terminó, a corto plazo, por rendir sus frutos. Chile acabó cediendo al optar por un frente menos complicado y satisfacer el deseo de una minoría.
Su resultado fue la firma del Tratado de límites (23 de julio de 1881), gracias al cual Chile “cedió” la Patagonia, parte de la Tierra del Fuego y parte del estrecho de Magallanes (ver mapa 1). Según Ezequiel González Madariaga, el territorio ce-dido significó más de 750 mil kilómetros cuadrados. Isidoro Vásquez de Acuña habla de más de un millón de kilómetros cuadrados. ¿Por qué aceptó Chile entregar la Patagonia? Básicamente porque el interés principal de las elites de ese momento estaba en las salitreras de Antofagasta y Tarapacá. El historiador chileno Luis Ortega, autor de “En torno a los orígenes de la guerra del Pacífico” (2006), señala la influencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capitales británicos y chilenos, sobre el gobierno de Chile. Anota Ortega que varios de sus accionistas tenían altos cargos políticos: Miguel Saldías (diputado), Alejandro Fierro (ministro de Relaciones Exteriores), Alejandro Puelma (diputado y hombre de confianza del presidente Aníbal Pinto), Antonio Varas (diputado y ministro del Interior), Julio Zegers (ministro de Hacienda), Rafael Sotomayor (ministro de Guerra), Jorge Heneeus (ministro de Justicia). Pero el más destacado fue el diputado Domingo Santa María, nombrado ministro de Relaciones en re-emplazo de Fierro y luego elegido presidente de Chile en las elecciones de 188110.
Para Rolando Rojas, las elites chilenas convirtieron sus intereses particulares en interés nacionales y de ese modo, entregaron un territorio inmenso, pleno en recursos. Según su opinión, de haberlos tenido en la Patagonia, lo más probable es que jamás hubieran aceptado la cesión de tan extenso territorio y habrían negociado, con mayores ventajas, un tratado de límites mucho menos perjudicial. Los pequeños propietarios chilenos instalados en la Patagonia no tenían peso político para contrarrestar a la clase mercantil, que como veremos, contaba con el apoyo de Gran Bretaña. Y al no lograr que el Estado defendiese sus intereses, lo que prevaleció fueron los logros a corto plazo y no la visión de futuro a las que nos hemos referido en otros capítulos. Tal actitud quedó al descubierto cuando el ministro José Manuel Balmaceda informó a la Cámara de Diputados, durante la sesión secreta del mes de octubre de 1881, que la aprobación del tratado eliminaba el fantasma de una guerra con la Argentina.
Sin embargo, tal como veremos en el capítulo siguiente, ese peligro no fue alejado en 1881 como sostenía Balmaceda sino mucho antes, a fines de 1878, cuando tras el incidente de Santa Cruz, el gobierno de Santiago, encabezado por su presidente Aníbal Pinto, envió a la región a su representante, Diego Dublé Almeida, con un documento oficial en el que reconocía la soberanía argentina en la región a cambio de la paz11.
José Manuel Balmaceda |
Pese a todo lo actuado, hubo chilenos que alzaron su voz de protesta para advertir sobre semejante maniobra, uno de ellos Francisco Segundo Casanueva, que el 16 de septiembre de 1881 publicó en el diario “El Independiente”, un artículo de su autoría en el que expresaba que el gobierno debía hacer lo posible por conservar la Patagonia y construir ferrocarriles que conectaran el país con el Atlántico. Por su parte, Benicio Álamos González hizo algo parecido en una nota aparecida el 19 de octubre del mismo año en “El Ferrocarril”, vaticinó que “si por el momento no necesitamos de ese territorio, más tarde puede ser una riqueza que sirva a la nacionalidad”12.
El investigador peruano cierra su artículo haciendo una sucinta referencia a lo que la Patagonia significa en materia de recursos y posibilidades y cuales son algunas de las consecuencias que la nación trasandina debe pagar por la política que implementó en 1878 y 1881.
…en efecto, poco tiempo después la Patagonia habría de experimentar un gran desarrollo económico gracias a la expansión de la ganadería ovina y la pesca. En el siglo XX se descubrieron yacimientos de petróleo y, en las últimas décadas, la explotación del gas. Ironías de la historia: el gas que extraía Argentina de la Patagonia se lo vendía a Chile. En 2005, el gobierno argentino restringió la exportación de gas a Chile, y ante lo inviable de obtenerlo de Bolivia, Chile tuvo que importarlo del Asia. Así, la victoria contundente que infligió Chile al Perú y Bolivia encierra la paradoja de haber perdido más territorio que los obtenidos, así como importantes recursos naturales que las elites no supieron prever13.
El 18 de enero de 1878, los gobiernos argentino y chileno, representados por sus respectivos cancilleres, Rufino de Elizalde y Diego Barros Arana, suscribieron un nuevo tratado de limites que condenó definitivamente a Chile a las fronteras que había fijado en sus constituciones de 1822 y 1823, notablemente influenciadas, según se ha dicho, por la logia argentina Lautaro, que tuvo en el Gral. José de San Martín a su máximo exponente.
Ambos negociadores extendieron el alcance del artículo 1º del tratado de mayo de 1877, incluyendo la siguiente aclaración: "Las dificultades que pudieran suscitarse por la existencia de ciertos valles de cordillera en que no sea perfectamente clara la línea divisoria de las aguas, se resolverán siempre amistosamente por medio de peritos". El modus vivendi se establecía de la siguiente manera: Chile ejercería jurisdicción en todo el estrecho, con sus canales e islas adyacentes, y la Argentina lo haría sobre los territorios bañados por el Atlántico, comprendidos hasta la boca oriental del estrecho de Magallanes y la parte de la Tierra del Fuego bañada por el mismo mar; las islas situadas en el Atlántico estarían igualmente sometidas a la misma jurisdicción. Un protocolo complementario, que Barros Arana no consultó a la cancillería chilena, sometía también al árbitro el incidente del Jeanne Amélie14.
Se trataba de un importante triunfo argentino a nivel diplomático y una nueva prueba de que su diplomacia, lejos de lo que arguyen los falsos nacionalistas, voceros del derrotismo y la contradicción, se manejaba con astucia y celeridad.
La convención suscitó reparos en la cancillería chilena. El artículo 1º establecía como límite entre los países la cordillera de los Andes pero sin la frase: "en la porción de territorio sobre la cual no se ha suscitado discusión alguna", exigida ya antes por Barros Arana en junio de 1877. Esto importaba la renuncia de Chile a sus derechos a la Patagonia, Tierra del Fuego y el estrecho. El segundo reparo se refería al modus vivendi, pues la cancillería chilena insistía en exigir el límite provisional en Río Gallegos. Pero antes de que estas objeciones se pronunciaran, el presidente Avellaneda comunicó a Barros Arana que sería imposible obtener la aprobación legislativa a menos que el arbitraje fuera limitado por un protocolo adicional. El plenipotenciario chileno transmitió esto a su gobierno el 24 de enero y al día siguiente obtuvo la siguiente respuesta de Alfonso: "La opinión invariable de mi gobierno ha sido y es que se someta a arbitraje la comarca patagónica en toda su extensión (...) La materia del arbitraje debe comprender, pues, la Patagonia, Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego15.
Sobrevendrían después una serie de desacuerdos que pondrían a ambos países en tensión, agravada por el incidente del buque norteamericano “Devonshire”, que trataremos en el siguiente capítulo y que acabarían, finalmente con el Tratado de 1881, en el que Chile cedió definitivamente la Patagonia, buena parte de la cual fue ocupada por el general Julio Argentino Roca en 1879 y convertida en gobernación, con capital provisoria en la actual ciudad de Mercedes de Patagones (hoy Viedma) el 11 de octubre de 1878.
Por nuestra parte, solo agregaremos que pocas veces se ha visto en la historia de las naciones un ejemplo como el precedente, de una nación que se desentiende tanto de su integridad territorial como de su futuro, adoptando medidas contraproducentes como las de enviar a negociar a individuos débiles y temerosos, que para justificar su accionar y falta de bríos prefirieron aceptar que los territorios en disputa carecían de valor por ser estériles e inhóspitos. De haber sido válidos esos argumentos, ni las naciones desérticas del Sahara, ni la Siberia para Rusia, ni gigantescos vacíos e islas heladas de Canadá, serían parte de esas naciones.
Pero la Patagonia no sería la única porción de su suelo que los chilenos cederían a sus vecinos.