Paul Marcinkus. (Foto: AP)
Actualizado jueves 23/02/2006 19:53 (
CET)
IRENE HERNÁNDEZ VELASCO
ROMA.- El arzobispo estadounidense Paul Marcinkus, conocido como 'el banquero de Dios' por haber administrado el Instituto de las Obras Religiosas del Vaticano, ha muerto a los 84 años. Marcinkus fue relacionado con la quiebra del Banco Ambrosiano.
Para quienes aseguran ser los representantes de Dios en la Tierra y tienen como misión velar por la salvación de las almas, ocuparse de algo tan asquerosamente material como el dinero siempre ha resultado un asunto embarazoso. Sin embargo, el arzobispo Paul Marcinkus jamás tuvo ese tipo de prejuicios.
Quizás precisamente por esa falta de escrúpulos, este sacerdote estadounidense, que en 1971 fue nombrado por Pablo VI director del Instituto para las Obras Religiosas (el IOR, más conocido como el Banco Vaticano), acabaría protagonizando uno de los más sonados escándalos financieros que hayan sacudido nunca al Vaticano: la quiebra del Banco Ambrosiano. Marcinkus, más conocido como El banquero de Dios, falleció este martes en Estados Unidos a los 84 años de edad.
Tenía 47 cuando se hizo con las riendas del Banco Vaticano, una de las tres instituciones financieras con que cuenta la Santa Sede. Desde el principio, tuvo claro que el Altísimo le había encomendado una misión de la máxima importancia: sanear las maltrechas finanzas de la Iglesia, que tras el Concilio Vaticano II se encontraban en números rojos. A ello se dedicó en cuerpo y alma, aplicando a la tarea unos criterios dignos de un tiburón de las finanzas que, en seguida, le hicieron ganarse la admiración y el respeto de muchos representantes del poder económico. Diversificó, por ejemplo, las inversiones internacionales de la Iglesia, colocando dinero en Estados Unidos, Canadá, Suiza y la ex República Federal Alemana.
Dadas además las ingentes sumas que movía, pronto se hizo famoso en los ambientes financieros. Por si fuera poco, mostraba además las aficiones típicas de un banquero moderno: le gustaban los puros y era un apasionado del golf y del tenis. No obstante, muchos en la Curia romana arrugaban la nariz ante la mera mención de su nombre, mostrando así su desaprobación por un estilo de vida que, en su opinión, no encajaba con el ambiente vaticano. Pero lo que nadie podía negar era que Marcinkus era un hombre astuto.
Justo cuando Marcinkus se encontraba justo en la cúspide de su éxito y el Papa le acababa de nombrar organizador de sus viajes y secretario del Pontificio Consejo de la Ciudad del Vaticano, el Banco de Italia y la magistratura de Roma empezaron a observar con sospecha sus tejemanejes financieros.
Fue Michael Sindona, presidente de la Banca Privada y considerado próximo a los ambientes de la mafia italoamericana, el que puso a las autoridades sobre su pista, al quebrar su entidad y acusar al arzobispo Marcinkus y a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y miembro de la logia masónica P2, de haberse involucrado con él en diversas operaciones consideradas de alto riesgo. Según Sindona, fue él quien presentó a Calvi y a Marcinkus, quienes en 1971 fundaron en Nassau un paraíso fiscal en las Bahamas, el Cisalpine Overseas Bank. A través de esa sociedad y de otras muchas superspuestas, Calvi y El banquero de Dios habrían operado juntos, destinando dinero a operaciones ocultas, pagando sobornos, moviendo dinero negro procedente de la evasión fiscal o lavando dinero de la mafia y otras organizaciones criminales.
Y el escándalo no había hecho más que empezar. En 1981, el Banco de Italia denunció la existencia de un agujero de 1.400 millones de dólares en las cuentas de las filiales extranjeras del Banco Ambrosiano. El Banco Vaticano era uno de los 13 accionistas del Ambrosiano, y controlaba el 20% de su capital, lo que significaba que, como mínimo, había hecho la vista gorda ante algunas de las oscuras operaciones emprendidas por la entidad.
"El Banco Ambrosiano no es mío. Yo sólo estoy al servicio de otro. Más no puedo decir", declaraba Calvi a los jueces milaneses desde la cárcel de Lodi. Fue condenado a cuatro años de cárcel. Pero poco después de que tratara de quitarse la vida en su celda, obtuvo la libertad condicional. Y, ya en la calle, volvió hacerse con el mando del Ambrosiano. Aunque no por mucho tiempo: el 27 de abril de 1982 el boss mafioso Danilo Abbruciati trató de asesinar al vicepresidente del banco Ambrosiano, Roberto Rosome.
A partir de ahí, todo se precipitó. El 17 de junio, el Banco de Italia suspendió la cotización en Bolsa de los títulos del Ambrosiano y el banco fue declarado en bancarrota. Roberto Calvi huyó y su secretaria se suicidó. Pocos días después, el 18 de junio de 1982, el cadáver de Calvi fue hallado colgado bajo un puente de Londres, con los bolsillos repletos de ladrillos, en lo parece un asesinato por cuenta de la mafia. El Vaticano se vio entonces inundado de acreedores que solicitaban que, como accionista del Ambrosiano, la Santa Sede respondiera por la quiebra del banco y asumiera las deudas de éste. La Justicia italiana pidió permiso a las autoridades vaticanas para poder procesar a Marcinkus, pero la Santa Sede se lo negó, asegurando que el Vaticano no tiene nada que ver con la quiebra del Ambrosiano.
Sin embargo, y en contra de la opinión de Marcinkus y de la mayoría de la Curia vaticana, el entonces secretario de Estado Vaticano, el cardenal Agostio Casaroli, decidió pagar 406 millones de dólares a los bancos acreedores del Ambrosiano en concepto de "contribución voluntaria", al considerar que la Santa Sede tenía ante ellos una responsabilidad moral.
Al mismo tiempo, la Santa Sede le retiró a Marcinkus el timón de la Banca Vaticana. Entonces dejó Roma y se retiró a una parroquia de Illinois. Fue allí donde falleció la noche del lunes, llevándose a su tumba incontables secretos.