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La bandera de la Unión Europea Javier Sierra en El Mundo; 8 agosto 2006
Ocurrió el 29 de mayo de 1986; de eso hace ya 20 años. Frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas, en el palacio de Berlaymont, se izó por primera vez la bandera azul y con 12 estrellas dispuestas en círculo, como insignia común del Viejo Continente. El día anterior, el entonces secretario general del Consejo de Europa, Marcelino Oreja, declaraba a la prensa su agrado por la decisión de adoptar el diseño que en 1955 pergeñara el Consejo de Europa para convertirlo en la bandera de todos los europeos. Pero entonces no explicó -tal vez no lo sabía-, cuál era el misterioso origen de ese distintivo. De hecho, hasta años más tarde, en el verano de 2004, casi nadie se había preguntado por ello. En julio de ese último año, la revista para peregrinos del más famoso santuario Mariano de Francia, Lourdes Magazine, recogía unos comentarios de un artista alsaciano llamado Arséne Heitz, que levantarían ampollas en círculos intelectuales. Heitz fue uno de los muchos ciudadanos que se presentaron al concurso del Consejo de Europa de 1955 para diseñar una divisa que los representara. «Inspirado por Dios -confesó-, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaran las 12 estrellas de la Inmaculada Concepción de Rué du Bac. De modo que la bandera europea es la bandera de la madre de Jesús que apareció en el cielo coronada de 12 estrellas». Heitz desvelaba así nada menos que dos orígenes místicos para su diseño de la bandera europea: uno, la visión que la beata francesa Catalina Labouré, santa, tuvo en 1876 en la Rué du Bac de París al ver en éxtasis «la corona de la Virgen con 12 estrellas»; y dos, una misteriosa cita extraída del ca*pítulo 12 del Apocalipsis en la que se lee: «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de 12 estrellas sobre su cabeza» (Corona Stellarum Duodecim, en latín). ¿Cómo había pasado esto desapercibido a una Europa empeñada en subrayar su laicidad? “Cuando meses más tarde, el 28 de octubre de 2004, el semanario The Economist se hizo eco de aquellas declaraciones, la polémica sobre la existencia de un símbolo religioso en el corazón de Europa ya estaba en boca de todos. Una polémica, por cierto, que había comenzado a gestarse meses antes cuando, desde el Vaticano, Juan Pablo II criticó la Constitución Europea por no recoger la idea de sus «raíces cristianas» como fuente de inspiración. Sin embargo, en aquellos comentarios el pontífice se cuidó mucho de no referirse a la bandera y a su significado católico. Ni tampoco aludió a los profundos vínculos históricos que unen la historia de Europa con la Virgen. Si lo hubiera hecho, si hubiera mencionado que Europa era un continente consagrado a María desde los tiempos de Clemente V (siglo XIV), y que esa «consagración» continuaba «en secreto» a través de su bandera, sus reclamaciones hubieran perdido fuerza.
Pero Wojtyla tal vez soñaba con las palabras de Juan XXIII impresas en su encíclica Pacem in Terris, cuando dijo que una Europa unida «será el mayor supe-restado católico que el mundo ha conocido jamás». ¿Tenía todo esto en mente cuando criticó el texto de la Constitución Europea?
¿CONSPIRACIÓN CATÓLICA? En varias ocasiones, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher definió a Europa como una «conspiración católica». Tuvo, por tanto, sus razones para recelar del proyecto común. Sabía que muchos de los padres de la moderna Unión Europea (Adenauer, Delors, Schuman...) fueron católicos confesos. Y si hubiera buceado en su historia, y hubiera descubierto que algunas de sus propuestas para crear los símbolos de la moderna Europa estaban sembradas de referencias cristianas, hubiera elevado aún más el tono de sus protestas. El diseño de la bandera nunca ha sido ajeno a tales luchas, aunque lo cierto es que rara vez han trascendido a la opinión pública. Así, cuando en 1955 el Consejo de Europa aprobó la tela que hoy ondea en todas las instituciones oficiales de la Unión, dejó atrás otras propuestas ciertamente cristianizantes. La mayoría de aquellos proyectos de bandera mostraban una cruz porque consideraban que esa idea, además, no era ajena al espíritu europeo. Las banderas de Dinamarca, Grecia, Irlanda, Noruega, Suecia y el Reino Unido aún la contienen. Y el espíritu de las cruzadas fue, sin duda, el único gran precedente histórico de unión que pudieron manejar los artistas. Pero en aquel entonces, a sólo unas décadas del final de la Segunda Guerra Mundial, se optó por la cautela. El Consejo evitó herir susceptibilidades como las de Turquía -país no cristiano-, o las de los entonces países del bloque comunista, a los que un símbolo religioso les habría resultado ofensivo. El giro del Consejo hacia una presunta bandera laica fue magistral. Tras rechazar los diseños con una E prominente sobre el paño, la idea que pronto ganó más votos fue la de jugar con las estrellas. El diplomático y escritor español Salvador de Madariaga propuso una idea que a punto estuvo de llevarse el gato al agua: sobre fondo azul, un grupo de astros marcaría la ubicación de cada capital adscrita al Consejo de Europa. Todas ellas escoltarían a una estrella de mayor tamaño que señalaría el emplazamiento de Bruselas. Por desgracia, su diseño, aunque ocurrente, enseguida sucumbió frente al de su inmediato competidor: Arséne Heitz. Por alguna misteriosa razón, se decidió entonces que el número de estrellas fuera 12, independientemente del número de estados miembros. El 12, según el entonces secretario general del Consejo, Ludovico Benvenuti, era un símbolo de perfección y plenitud. «El 12 representa a todos los pueblos europeos, exactamente como los 12 signos del Zodíaco representan al Universo entero», escribió. Pero su idea tuvo que ser explicada hasta la saciedad. Los ciudadanos asimilaban cada estrella a un país, como sucede en la bandera de los Estados Unidos. Y ése no era el caso del diseño de Heitz. ¿Acaso se apostó por la inmutabilidad de la corona de 12 estrellas para preservar el significado oculto de ese círculo?
LA BANDERA DE LA INMACULADA. En 1985, con motivo del trigésimo aniversario de la bandera del Consejo de Europa, surgió otra pista para armar este rompecabezas. Robert Bichet, político democristiano y vicepresidente del Consejo de Europa en 1955, reconoció implícitamente el origen mariano de la bandera en un libro de su autoría. En Le drapeau de l'Europe (1), Bichet justificó el simbolismo de la corona estrellada citando a cierto Gaetano G. di Sales: es el símbolo de la perfección y de la plenitud -escribió-, como los 12 apóstoles, los 12 hijos de Jacob, las 12 horas del día, los 12 meses del año, los 12 signos del Zodíaco». Lo que Bichet no dijo entonces es que Di Sales fue un conocido autor de obras piadosas, marianas por más señas. Ni tampoco que tres días después de que fuera aprobada la bandera azul por el Consejo de Europa, este organismo inauguró, el domingo 11 de diciembre de 1955, un vitral en la catedral de Estrasburgo con la Virgen coronada por la corona stellarum duodecim del Apocalipsis. El vitral muestra, aún hoy, un inequívoco guiño al significado oculto de nuestra enseña común. Una divisa, debo subrayarlo, aprobada por primera vez el 8 de diciembre de 1955, Fiesta de la Inmaculada Concepción por más señas. ¿Casualidad? ¿Y por qué se me hace difícil creerlo? |
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¿LA BANDERA DE EUROPA ES MARIANA?
El significado de la bandera de Europa
Arsene Heitz es un artista octogenario de la ciudad de Estrasburgo. Aunque su nombre no es muy conocido, sin embargo una de sus creaciones se despliega al viento como símbolo de todos los europeos. En efecto en 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Heitz, entre otros muchos diseñadores, presentó varios proyectos, y uno de ellos resultó ser el elegido, ése que hoy todos conocemos: doce estrellas sobre fondo azul.
Recientemente, Heitz ha desvelado a una revista francesa cuál fue el motivo de su inspiración. En aquellas fechas, dice él, leía la historia de las apariciones de la Santísima Virgen en la Rue du Bac de París, que hoy es conocida como la Virgen de la Medalla de la Milagrosa. Y según el testimonio del artista, concibió las doce estrellas en círculo sobre un fondo azul, tal como la representa la iconografía tradicional de esta imagen de la Inmaculada Concepción. En principio Heitz lo tomó como una "ocurrencia", entre las muchas que fluyen en la imaginación del artista; pero la idea despertó su interés, hasta el punto de convertirse en motivo de su meditación.
Por lo que dice en la revista, Heitz acostumbra a escuchar a Dios en su interior; es decir reza con el corazón y con la cabeza. Se declara un hombre profundamente religioso y devoto de la Virgen, a quien ni un solo día deja de rezar el Santo Rosario en compañía de su mujer. Y por todo ello concluye que en su inspiración confluyen además de sus dotes de artista, esos voces silenciosas que el cielo siempre pronuncia sobre los hombres de buena voluntad, de los que sin duda Heitz forma parte. Un artista que casi al final de su vida y en el cénit de su carrera, puede proclamar con la garantía de la autenticidad que concede ese momento, en el que los cosas que interesan son ya muy pocas pero muy importantes, que se considera un hombre que ama a todo el mundo, pero sobre todo a la Santísima Virgen, que es nuestra madre.
Es cierto que ni las estrellas ni el azul de la bandera son propiamente símbolos religiosos, lo que respeta las conciencias de todos los europeos, sean cuales sean sus creencias. En este sentido, cuando Paul M. G. Lévy, primer director del servicio de Prensa e información del Consejo de Europa, tuvo que explicar a los Miembros de la Comunidad Económica el sentido del diseño, interpretó el número de las doce estrellas, como "guarismo de plenitud", puesto que en la década de los cincuenta no eran doce ni los miembros de dicho Consejo, ni los de la Comunidad Europea. Sin embargo, en el alma de Heitz habían estado presentes las palabras del Apocalipsis: Una gran señal apareció en el cielo: La Mujer vestida de sol y la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. Y sin percatarse, quizás, los delegados de los ministros europeos adoptaron, oficialmente, la enseña propuesta por Heitz en la fiesta de la Señora: el 8 de diciembre de 1955. Muchas casualidades, como! para que a partir de ahora no nos sea difícil descubrir entre los pliegues de nuestra bandera de europeos la sonrisa y el cariño de Nuestra Madre, la Reina de Europa, dispuesta a echarnos una mano en ese gran reto, que nos ha propuesto el sucesor de San Pedro, Juan Pablo II: recristianizar el Viejo Continente con el ejemplo de nuestras vidas y el testimonio de nuestra palabra. |
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