Umbrosas entrañas del templo de Apolo. Sol. Pneuma. La pitonisa bebe laurel líquido, aspira los vapores de las rocas feriádes que surgen del ómphalos (ombligo del mundo) y se dispone a dar su profecía. Pero Yorgos Papandreu no está allí, prefiere a la seca y sosa Angela Merkel. Sólo Charles, turista de Lyon, que le pide que sonría para tomarle fotos. La sacerdotisa muta en Lilita Carrió, vuela hasta un restaurante-parador de la ruta, cerca de Casilda, incorpora de un solo bocado 183 toneladas de raviolescon tuco y ¡pum!, se convierte en la constelación Pastitsio Yrónomos.
“Son los alemanes lo que tienen que pagarnos a nosotros”, asegura Amanda en perfecto castellano. La mujer nació en Grecia pero cursó la escuela primaria en Buenos Aires y luego siguió estudiando la lengua de Cervantes en la Universidad de Atenas.
Amanda recuerda que el gobierno germano prometió devolver a Grecia el oro que los nazis saquearon de los bancos durante la ocupación, en la Segunda Guerra Mundial. Al norte de Atenas, saliendo de la provincia de Ática, en los pequeños pueblitos de montaña que cuelgan de los cerros habitados por dioses, todos lo recuerdan.
“Aquí los alemanes llegaron y quemaron la escuela primaria, con todos los niños dentro”, contó Amanda señalando un monumento a los partisanos que resistieron la ocupación nazi en la localidad de Ossios Lukas, famosa por su monasterio bizantino del siglo X. “Los alemanes tienen que pagar”, insiste la mujer bajo la sombra reparadora de un olivar. A los lejos, el estrecho de Corinto enmarca la escena.
A pocos kilómetros de allí, en Delfos, las ruinas de lo que fuera uno de los máximos centros de atracción del mundo antiguo patentizan en piedra un hecho obvio: muchas cosas han cambiado desde entonces, y los actuales mandatarios no consultan ya a las sacerdotisas narcotizadas para tomar decisiones fundamentales, más allá de qué sustancias aspiren o beban los banqueros de hoy.
Delfos anticipó algunos siglos la globalización. Durante el esplendor del oráculo, entre los años 800 antes de Cristo y 400 de nuestra era, personas de todo el mundo llegaban a este lugar, al que se le asigna una especial fuerza magnética. Tenían que pedir turno y esperar durante días o semanas en los alrededores, donde se organizaban funciones de teatro y competencias olímpicas para amenizar la espera.
“Apolo significa la luz, la libertad, la bienvenida a todos los pueblos del mundo. Una forma antigua de globalización. Aquí se firmó la primera declaración de los derechos humanos, en el año 579 antes de Cristo. Pero el oráculo decayó cuando el cristianismo impuso su hegemonía”, señaló Amanda. Demasiada magia, demasiado cuerpo desnudo, éxtasis y sexo para el gusto de la Iglesia, explicó la mujer, que recurría una y otra vez a un paralelo entre la historia antigua de su patria, la crisis actual y el cínico acoso de los invasores algo más sutiles.
Saliendo de Atenas, el campo de Maratón recuerda esos lejanos tiempos de fina cultura y horrorosa barbarie, una buena definición de la Europa actual que, en ese sentido, no ha cambiado mucho. En el 490 antes de Cristo tuvo lugar allí una batalla decisiva contra los persas comandados por Darío I. Del lado ateniense, las acciones fueron comandadas por el joven estratega Milcíades.
El comandante ateniense envió al corredor más veloz, Filípides, para que recorriera los 42 kilómetros hasta Atenas y anunciara la victoria al pueblo. Según la tradición, el atleta dio la buena noticia y luego cayó muerto por el esfuerzo. La competencia deportiva, que originalmente tenía 42 kilómetros, tomó ese nombre a partir de esta batalla. Los persas se retiraron derrotados del campo de Maratón e intentaron llegar por mar al puerto del Pireo. Pensaban que los atenienses no estarían preparados. Pero ya antes de llegar, Darío I percibió un ominoso fulgor: los cascos de los soldados que brillaban bajo el sol. Lo esperaban para dar batalla. Darío dio media vuelta y, acaso en honor a la región mediterránea y el más tradicional producto de esta tierra, se tomó el olivo sin pelear.
Hoy se llega sin mayores inconvenientes al puerto del Pireo, con la línea 1 del Metro. Sólo brillan allí los yates y las botellas de cerveza Mythos, la más popular en Grecia. La pitonisa fue despedida, debido a los recortes ordenados por los banqueros. “Pensar que hace unos años no dábamos abasto. Tenían que traer gente de afuera para trabajar en el oráculo”, dijo. Pero de eso hace mucho, miles de años.
La mujer terminó pidiendo monedas en las callejuelas del barrio Plaka, en Atenas. Desesperada, un día maldijo a Zeus ("barbudo botón", dijo) y entonces el dios del cielo, el rayo y el trueno la convirtió en una parodia de una parodia de una parodia de lo que fuera: una adivinadora que nunca adivina nada, y que ni siquiera predice lo que ya sucedió. El señor del Olimpo la llamó Lilita. Ella cumplió su triste destino y se entregó a los ravioles.