Antes de contarte esta historia misteriosa, dejame hablar del contexto en el que voy a desarrollar la acción. Es muy simple: es una historia novelesca que mezcla a aristócratas, nazis, inmigrantes, un país partido al medio y hasta un joven Che Guevara que, por aquellos años, vivía en Córdoba con sus padres por sus problemas con el asma.
El hotel está ubicado entre los cerros de La Falda y para conocer sus dominios hay que subir por enroscados caminos hasta tener una amplia vista del valle, a unos 80 kilómetros de Córdoba. El Edén domina todo con su edificio de torres y ventanales, pero en la parte opuesta del valle, en lo alto de una pequeña elevación, está la Iglesia, cuya cruz gigante, desproporcionada, mira directamente al hotel, instalada como un misil santo para conjurar las fuerzas del averno. Ya veremos el porqué de su importancia.
Gloria y caída
Me hundí, no bien traspuse el portal de hierro labrado que da acceso al parque, en los misterios que sugieren sus torres, las escaleras de mármol, el año de su inauguración (en números romanos), la H y la E como un blasón en lo alto de la fachada, los leones rugientes de mármol en el jardín de la entrada: todo muerto.
Albert Einstein en el hotel Edén (Foto Archivo General de la Nación)Sin embargo, caminé por sus despojos sintiéndolo vivo, imaginándolo noblemente parado en la seca sierra cordobesa, favorito de la alcurnia europea y de la aristocracia argentina, atendido por sus dueños: los hermanos Walter y Bruno Eichhorn. Pero sobre todo por Ida, la enigmática mujer de Walter. Una anfitriona ideal, para un lugar de ensueño. ¿Por qué?
Ida era la verdadera dueña del hotel. Carismática, extrovertida, frontal y de figura imponente: su metro 78 imponía respeto de solo verla. Ah, no voy a dejar de decir esto: era una nazi fanática. Por entonces, la Segunda Guerra sacudía a Europa. En la Argentina, había tanto partidarios del Eje como aliadófilos (Córdoba no escapaba a esa realidad) y Guevara padre fue el que lo llevó de la mano al Che con sus 12 años una calurosa noche de enero para consumar el sabotaje en nombre de los aliados: el objetivo era la poderosa antena de radio de 12 metros de altura que estaba instalada en la terraza del Hotel Edén y con la cual los comandos conjurados suponían que los dueños enviaban información directamente al Tercer Reich. El cura abortó el sabotaje.
La guerra había conmocionado más de lo esperable al somnoliento pueblo de provincia. Y la persona que dividía las aguas era precisamente la dueña del hotel: Ida Eichhorn, amiga personal de Hitler.
La foto autografiada que Adolf Hitler le envió al matrimonio Eichhorn.Cuando empecé a interesarme por esta historia, alguien me habló de un tal Justo Echeverría. El conserje que vivió la época dorada del Edén era un señor mayor que terminaba su paso por la vida en un geriátrico de La Falda. Justo Echeverria -que también llevó la contabilidad de la empresa entre 1935 y 1940- empezó a escarbar en su memoria. Todavía, pese a los años, guardaba el aire señorial de los buenos anfitriones. Él me dijo:
El esplendor se vivió entre 1937 y 1941, que fue la época fulgurante de Hitler. Ellos -Ida y su marido, Walter- eran amigos personales del Fuhrer. Habían puesto una foto ampliada enmarcada, de un metro por un metro, en el lobby, donde los Eichhorn se veían junto a Hitler tomando el té. También estaban Goering y Goebbels. La veía todo el mundo. Para ellos, era motivo de orgullo, sobre todo para Ida, que era fanática.
Hitler y los dueños del hotel
Ida y su marido se habían conocido en el barco que los trajo a América. Se convirtieron en empresarios prósperos después de comprar el hotel gracias a la Primera Guerra que impidió a la aristocracia argentina veranear en Europa. En la década del 20, regresaron a Alemania -ya como millonarios- y quedaron seducidos por las arengas nacionalistas de Hitler.
El matrimonio Eichhorn (Foto Facebook hotel Edén).Debo esta historia a Alejandro Almosny que en aquel tiempo era director de turismo de La Falda. Él me facilitó las cartas que señalan la amistad entre los Eichhorn y el hombre que llevaría al desastre a Alemania. De hecho, financiaron su ascenso al poder. En 1931 y 1932, los Eichhorn enviaron su aporte, que fue invertido en el alquiler de un avión para la campaña política y un auto Mercedes Benz con el que Hitler recorrió todo el territorio alemán.
Hitler escribió a los Eichhorn el 13 de febrero de 1933. Esto es textual:
“Querido señor Eichhorn. Gracias por sus felicitaciones a causa de mi elección como canciller. Los viejos amigos son responsables como yo de esta victoria. Con saludo alemán, Adolf Hitler”.
En 1935, Walter e Ida regresaron a Alemania y ese viaje demostró la fortaleza de la amistad con el Fuhrer. Hitler los invitó a la cancillería y los distinguió con el símbolo nazi de oro macizo y el siguiente documento: “Querido camarada Eichhorn: fue su ayuda económica la que me permitió -en el verdadero significado de la palabra- seguir guiando la organización hacia la victoria”
Adolf HitlerQuerido señor Eichhorn: Los viejos amigos son responsables como yo de esta victoria.
Pero el mejor regalo fue aquel cuadro que el Fuhrer envió al Hotel Edén cuando Ida y Walter cumplieron sus bodas de plata, en 1937. Lo llevó, en persona, el embajador alemán en la Argentina Edmund Von Therman: un retrato de Hitler, con marco de plata y autografiado.
Rescatar historias del olvido
El lugar había pasado por distintas manos hasta que los hermanos Walter y Bruno Eichornn lo compraron en 1912. Ambos, junto a sus respectivas esposas, Ida y Grete, reciclaron un hotel que haría historia. Mobiliario, vajilla, mantelería, cristalería, platería, pinturas, estatuas, alfombras, pianos, fueron celosamente elegidos en Europa respondiendo a los cánones del art noveaux.
El Edén en su esplendor (Imagen Facebook hotel Edén).Pero más que hotel, todavía hoy tiene aspecto de palacio, con su gran escalinata, sus torres y el amplio porche de entrada con columnas pesar de que uno anda entre escombros.
Aún hoy, hay mucha gente que dice haber visto a Hitler en La Falda.
Contaba con 100 dormitorios, 30 baños, un salón comedor para 250 personas, salón de fiestas, un jardín de invierno, un salón bar con billares, un toilette para damas y caballeros, una cámara oscura para fotografías, sótano y bodegas con los mejores vinos del mundo, agencia bancaria una vez a la semana, cancha de golf de 18 hoyos, pileta de natación, cancha de tenis, cocheras con dependencia para los choferes. Y, sobre todo, usina eléctrica, ,cámara frigorífica, lavadero con estufa de desinfección, solarium, huertos, caballerizas y taller mecánico.
“Ningún pasajero venía por menos de dos meses -me contó el gerente- y había millonarios que se quedaban un año alojados. Las familias llegaban desde Buenos Aires o Europa con choferes, criados y niñeras. Traían equipajes impresionantes que despachaban en trenes, donde también viajaban las vacas lecheras para alimentar a los niños”
Durante el tiempo previo a la Segunda Guerra, La Falda se había convertido en una ciudadela nazi. ¿Cómo ocurrió esto en un pequeño pueblo? Hubo gestos en La Falda que demuestran hasta qué punto llegaba el compromiso con el nazismo. “Los matrimonios alemanes -recordó el exconserje- mandaban a Europa sus alianzas de oro para colaborar. Desde allá, les mandaban unos anillos de acero hechos con un clavo, como una simple herradura, con el símbolo nazi. Para ellos, era un orgullo lucirlos. Ida, rígida e implacable, era la que se ocupaba de todo”.
Ahhh, recuerdo que deambulé por ese hotel que llevaba un nombre más que ambicioso y apropiado: El Paraíso Terrenal. Caminé por oscuros corredores con la pintura descascarada, vi arañas que parecían moverse, ingresé a baños que todavía conservaban algo del viejo estilo aunque todo estaba sembrado por pilas de ladrillos y un olor oscuro a humedad subía desde los sótanos.
El Edén en su esplendor (Foto Facebook hotel Edén).Ahora, sólo había un hombre en ese lugar, que rescataba historias del olvido. Se llamó Alejandro Almosny y fue el que, cuando me vio en La Falda y me contó esta historia, rompió todos los prejuicios que había para aprovechar la historia de El Edén en beneficio de su pueblo. Promotor turístico del derruído hotel, me mostró un racimo de fotos viejas donde se lo ve en su apogeo: “El Edén llegó a ser más conocido en Europa que en la Argentina. Las cartas que llegaban decían simplemente, Hotel Edén, Sudamérica”, decía.
El Edén y el sino de lo bélico
A los hermanos, empezó a irles bien cuando estalló en 1914 la Primera Guerra Mundial y la sociedad chic argentina tuvo que cambiar sus hábitos y miró hacia adentro. Y lo mejor que había adentro era El Edén. Así, se alojaron dos presidentes -Roca y Figueroa Alcorta-, familias de renombre de la alta sociedad como Anchorena, Blaquier, Bunge, Lynch Ezcurra, Béccar Varela, Pueyrredón, Tornquist, Montes de Oca y otros. Las grandes figuras del espectáculo -Hugo Del Carril, César Amadori, Zully Moreno- también se alojaron allí.
Y el poeta Rubén Darío y el físico Albert Einstein, en 1925. Enigmática visita, por cierto. “Hay un montón de leyendas -dijo Alejandro- porque junto con otros científicos se alojan en el hotel pero él fue a conocer el Uritorco, del que ya se hablaba como un lugar casi mágico, donde se vislumbraban fenómenos ajenos al entendimiento humano”. Centro de energía, ciudades subterráneas, esas cosas…
// El Uritorco y la ciudad perdida
Alejandro deja que las leyendas sigan su curso, como si fuera un sortilegio que no debe romperse. Edgar Hoover, el legendario e implacable jefe del FBI, mandó instrucciones a la embajada norteamericana para que se investigara a los Eichhorn, en 1945, cuando todavía no se sabía cual sería la suerte de Hitler ante la próxima derrota en la guerra. ¿Por qué? Porque sus espías -no nos engañemos, en tiempos de la guerra la Argentina estaba repleta de espías de uno y otro lado- le habían informado que en una fiesta íntima en el Hotel, Ida, fanática hasta la médula había dicho: “Si el Fuhrer tuviera en algún momento dificultades, ´él siempre encontraría un refugio seguro en La Falda, donde ya hemos hecho los preparativos necesarios”. Aún hoy, hay mucha gente que dice haber visto a Hitler en La Falda.
Caminé por lugares que también habían transitado hombres y mujeres notables, como el músico Arturo Toscanini, los príncipes de Windsor y de Saboya, cuando en La Falda no había nada, excepto este lugar remoto, casi ajeno a la Tierra, como un palacio, como un paraíso terrenal al que solo tenían acceso los elegidos.
Alejandro me había mostrado imágenes fílmicas de un vacilante blanco y negro que tenía celosamente guardadas. Allí, se ven lujosos automóviles negros, sirvientes solícitos llevando maletas, señoras distinguidas con sombreros subiendo las escalinatas de mármol, maridos saludando a cámara con sus galeras. Como no había muchos caminos, algunos llegaban en un tren que alargó las vías especialmente hasta quedar a solo 15 kilómetros del hotel. Otros llegaban al Edén en avionetas rentadas desde Buenos Aires.
En la película, se veía un águila imperial de bronce que adornaba el frontis de la fachada principal. La arrancaron cuando terminó la guerra. Ahora, había gatos como únicos habitantes del Edén, adormilados, bajo el ventiluz. Una estrecha escalera de caracol me llevó a la terraza. La historia y la leyenda empezaron a confundirme. Pero a veces, me distraía por la belleza del lugar.
El Edén, símbolo del mal
Los Eichhorn se turnaban en el manejo del hotel. Los dos matrimonios vivían la mitad del año en Alemania y la otra mitad en el Edén. El gran negocio de los Eichhorn, en 1912, había sido comprar los terrenos de la estancia -unas 1250 hectáreas- donde fue edificado el hotel, para después hacer una villa turística de estilo alpino contigua a El Edén.
Unos cien empleados trabajaban en temporada para atender a la exclusiva clientela. La comida era a la carta y fiestas había todas las noches: el hotel contaba con una orquesta estable. Echeverría, el exconserje, dice, envarado sobre sus recuerdos: “Tocaban en el comedor hasta la cena y después seguían tocando en el salón de fiestas. Allí se bailaba mucho y se tomaba más”.
El matrimonio Eichhorn con amigos y huéspedes (Foto Facebook hotel Edén).Y dice, por lo bajo, el anciano: “Terminaban cantando marchas nazis y se despedían con consignas guerreras, saludando con la mano derecha en alto y honrando la figura de Hitler”.
Me metí en los subsuelos, lo que queda de la usina. Motores poderosos, paralizados por el óxido. Como todo el hotel después que cerró sus puertas, manos anónimas le fueron arrebatando el lujo: aves de rapiña comiendo los despojos de un cadáver.
Mientras deambulaba, pensé en las pasiones de los hombres. El grado de enemistad tan alto que puede separar a unos de otros hasta hacerlos enemigos irreconciliables, el odio creciente que borra con su marea la línea de la realidad e instala una playa de fantasía en la mente. ¿Por qué digo esto? Porque el hotel generó un conflicto humano profundo, una grieta bien honda.
El cura del pueblo, como todos los aliadófilos, estaba indignado por la retahíla de festejos desmesurados que se escapaban en las noches del Edén mientras Alemania sometía a Europa, entre 1939 y 1941.
“La guerra había empezado con triunfos contundentes de Hitler -dice Echeverría-. Austria, Hungría, Polonia, el Báltico, Francia. Cada avance de Hitler, era celebrado con una fiesta. Cuando llegaban los invitados, se saludaban extendiendo el brazo derecho hacia lo alto, se leían los partes de guerra con las victorias alemanas, y brindaban con champán francés”.
El Edén pasó a ser símbolo del mal para el cura que -ya en tren de guerra- agregó a la Iglesia una cruz descomunal que mirara directamente al águila imperial nazi desde el otro extremo del valle. Una cruz que reflejara los rayos del sol durante el día para conjurar la fuerza del infierno que emanaba de ese templo satánico. Una cruz que hizo alumbrar con reflejos verdes por las noches para que se supiera que la cruzada no tenía límites, ni tiempo, ni descanso.
Pero es cierto que descubrí algunas cosas esotéricas sentado en un viejo y ligero sillón de verano, en un pasillo del primer piso. Simbologías: el piso está constituido por baldosas con figuras de rombos negros y blancos y, por donde se mire, aparece el numero ocho. Como son ocho los jarrones del techo. Las dos torres simétricas en los extremos del edificio tienen ocho lados y desde sus ventanucos podían verse las sierras cordobesas.
¿Qué significa eso? En la numerología, el ocho es sinónimo de poder y fortaleza. Para el judaísmo, es un número mágico. Simboliza todo aquello que está un paso por encima del orden natural. En La Biblia, es el número que mas se menciona: 80 veces y representa la resurrección: Cristo resucitó entre los muertos el primer día de la semana, que fue el octavo dia. El número ocho, acostado, horizontal, es el símbolo del infinito. Es un poder sin límites.
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¿Creería entonces Ida Eichhorn que el poder del Tercer Reich duraría mil años como se publicitaba en Alemania cuando se convirtió en potencia mundial? Tal vez. Ella era tan fanática que cuando un empleado del hotel solía decir el típico latiguillo “si Dios quiere”, ella corregía: “si Adolf quiere”.
Arriba de la fachada, en los torreones, hay esfinges perturbadoras que para algunos representan a Thor, el dios del trueno en la mitología germánica. Pero para el cura, embarcado en una pelea sin fin contra El Edén, la figura se parecía más a Lucifer: “Ellos ponen al Mal por encima del Bien”, decía.
Qué queda
¿Qué vi de lo que fue el paraíso terrenal o el hotel Edén, como lo llaman todavía los vecinos? Un viejo piano, desarticulado que supo alegrar aquellos buenos tiempos y que ahora, al tocarlo, deja un sonido lúgubre. Acaso sus fantasmas aún lo ronden. Aunque ahora, en sus escaleras ruinosas, hagan tours de visitas guiadas con fantasmas de carne y hueso. Algo así como turismo fantasmagórico.
En el adiós, echo una última mirada al hotel Edén. Quedan solo, aristócrata en ruinas, el Bien y el Mal tras sus paredes, toda su gloria y su caída, su fuente vacía, su león, su fachada sin el águila imperial de bronce, sus torres inquietantes y su recuerdo en blanco y negro.
Al frente, cruzando el valle, la cruz de la Iglesia parece haber ganado la guerra.
La perlita
Sería injusto vincular a los Eichhorn con ese fanatismo que los acompañó en su devoción por Adolfo Hitler y solo eso. La Falda no sería lo que es hoy si no hubieran sido ellos los emprendedores que, además del hotel, construyeron una villa cercana lindante con el Edén de estilo europeo y arbolada con plantas que la propia Ida traía cada vez que viajaba a Alemania.
Pero digamos todo: cierto es que ellos no querían integrarse al resto del pueblo que iba creciendo más humildemente y más desordenadamente. Y hasta pidieron al gobierno de Córdoba ser un pueblo independiente. Ida, sobre todo, pagó caro el precio de su religiosidad hacia el Fuhrer. Apenas terminó la guerra, la Argentina -que había dado un giro hacia los aliados a ultimo momento- confiscó los bienes de los alemanes.
El hotel cerró sus puertas, fue malvendido y, entre los propietarios circunstanciales, llegó a estar Juan Duarte, el hermano de Eva Perón, suerte de playboy que se aprovechó de su cercanía al poder y que murió de manera sospechosa. Hoy, es museo de sitio. Desde 2006, viene siendo remodelado y se están recuperando el salón imperial, los pisos y las habitaciones. La fachada luce como en los buenos tiempos.
// Las damas fantasma de la Recoleta
Se hacen tours de terror por las noches, donde la sugestión, dicen, nos lleva a ver la niña fantasma y la dama de blanco que caminan, fantasmales por los corredores. Hasta vinieron cazafantasmas desde Estados Unidos con esos aparatos que sirven para registrar el merodeo de los espíritus. Y dicen que tuvieron éxito. Misterio…pero así lo cuentan...
¡Ah, me faltaba lo principal! Qué fue de la vida del matrimonio Eichhorn. Bueno, Walter murió en La Falda en 1961 y su mujer, Ida, en 1964. Ambos están enterrados en el cementerio de Huerta Grande, bajo tumbas con lápidas de granito, a unos kilómetros de ese hotel que por un tiempo, entre fiestas, champagne y festejos de victorias fue el paraíso terrenal que señalaba su nombre.