Foto portada: R. P. Andrew Mahanna, Donald Trump y la Santísima Virgen María (2017)
A las 3.30pm, el 13 de julio de 2024, el sacerdote grecocatólico ucraniano Jason Charron inauguraba el mitin de Donald Trump en Butler, Pensilvania, con la siguiente oración: «Te imploramos que (…) en este tiempo de crisis en nuestra nación y en el mundo, tu Espíritu Santo use esta crisis para recordarnos que debemos enmendar nuestra relación contigo y con nuestro prójimo. Y que arrepintiéndonos de todo lo que nos retrae de ti y restaurando nuestros vínculos ante Tu mirada, podamos hacer a nuestra nación nuevamente grande, a través de Tu Gracia y Bondad. Y que, al hacer a nuestra nación nuevamente grande, se pueda encausar nuevamente al mundo. Amén».
Terminada la oración, poco tiempo después, el padre Charron –que hasta ahora no se explica cuál fue la razón por la que el equipo de campaña republicano lo convocó para dirigir la oración inaugural, más allá de algunas intervenciones suyas en canales de YouTube como Daily Wire y Pints with Aquinas– tuvo ocasión de saludar a Trump, a quien encontró significativamente sereno y cortés.
Luego, ya en la explanada, algunos asistentes le preguntaron sobre cuáles eran sus opiniones respecto a Trump. El padre Charron les contestó que no importaban tanto sus opiniones respecto de él y que lo importante era rezar por los líderes de la nación: «Antes teníamos monasterios y decenas de miles de religiosos consagrados rezando contra los Principados invisibles que nos dan guerra, ahora, sin ellos, solo quedan los hombres y mujeres comunes de la Iglesia doméstica para rezar por nuestros líderes. Y les dije a esas personas que recen por él, porque van a tratar de asesinarlo». Después de este vaticinio, casi involuntario, el padre Charron se dirigió a su automóvil y desde allí pudo observar el caos que se desataba en el momento en que un tirador intentaba asesinar a Donald Trump.
Pero no es la primera vez que un sacerdote católico de rito oriental se cruzaba en el camino de Trump, este fenómeno político de dimensiones mundiales que sorprendería al mundo alcanzando la presidencia de Estados Unidos en 2016 contra la oposición absoluta de todos los grandes poderes mundiales.
En enero de 2017, centenario de la aparición de la Santísima Virgen en Fátima, el padre Andrew Mahanna, del rito maronita, regaló a Donald Trump una estatua de la Nuestra Señora en esa advocación. Según algunos reportes, el clérigo maronita habría bendecido también la Casa Blanca.
No sería este tampoco el último encuentro de Donald Trump con la Santísima Virgen. En la clausura de la Convención Nacional Republicana de 2020, el 27 de agosto, celebrada en la Casa Blanca, mientras el mundo padecía el flagelo misterioso del COVID-19 y de las aun más misteriosas tiranías sanitarias y Estados Unidos acababa de sufrir las violentas insurrecciones marxisto-demócratas a raíz de la muerte de George Floyd, se cantó, desde el balcón, el Ave María. Nunca la Casa Blanca de Washington DC, lugar habitado durante siglos por personajes diversos vinculados a la perenne conjuración anticristiana, había atestiguado una recitación pública tan solemne de la salutación angélica.
Quien escribe estas líneas, cuando vio esto, no pudo dejar de pensar en la inminencia del Triunfo del Inmaculado Corazón de María. El conde Joseph de Maistre en Consideraciones sobre Francia, refiriéndose a la Revolución francesa, recordaba cómo, en tiempos de crisis históricas, ocurren fenómenos sorprendentes, imprevisibles y rápidos, semejantes a la «fructificación instantánea de un árbol en el mes de enero» y cómo muchos individuos actúan como si siguieran un designio superior del que en muchas ocasiones no son siquiera conscientes.
Así también será cuando ocurra el gran retorno que significa este triunfo. Incluso hasta sus enemigos obrarán, sin quererlo ni saberlo, para su consecución. Y los escogidos, que, como el Buen Ladrón, sin ser perfectos o siquiera ejemplares, reconocieron de alguna manera a Cristo y su doctrina n el ámbito temporal en medio de la Pasión de la Iglesia, también serán elevados de manera semejante, casi sin quererlo, a la conversión y la santidad.
El 13 de julio de 1917, la Santísima Virgen María reveló a los niños en la Cova de Iría las tres partes de un secreto. En la primera se les mostró el infierno: «Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz. Esta guerra cesará, pero si los hombres no dejan de ofender a Dios, otra guerra más terrible comenzará durante el pontificado de Pio XI. Cuando vean una noche iluminada por una luz extraña y desconocida sabrán que esta es la señal que Dios les dará que indicará que está a punto de castigar al mundo con la guerra y el hambre, y por la persecución de la Iglesia y del Papa». En la segunda, la Virgen anuncia la difusión de los errores de Rusia (i. e.: el marxismo-leninismo), la aniquilación de muchas naciones y las persecuciones a la Iglesia y al Papado, así como el remedio de ellas, por la devoción al Inmaculado Corazón a través de la comunión reparadora de los primeros sábados y la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón, que inauguraría un periodo de paz, el anhelado Regnum Mariae. La tercera parte, sometida ulteriormente a toda clase de mistificaciones, anuncia, a través de diversas imágenes, la mayor persecución de la Iglesia en toda su historia: su autodemolición,
¿Pueden considerarse estos mensajes como menos relevantes en nuestro tiempo, en que la autodemolición de la Iglesia alcanza niveles nunca vistos, se niega o relativiza el infierno desde la cúspide de la Jerarquía eclesiástica, que no vacila en convertirse en compañera de ruta entusiasta de todos los herederos del marxismo-leninismo, empezando con la China de Xi Jinping y terminando con el wokismo occidental?
107 años después, el sábado 13 de julio de 2024, la bala disparada por Thomas Matthew Crooks estuvo a un centímetro o menos de impactar en la cabeza de Trump, que, en el momento del impacto, estaba en trance de girarla para leer un texto en una pantalla. El término «milagro» no ha estado ausente de los comentarios al respecto.
Pero los sucesos extraordinarios en torno a esta circunstancia no se agotan aquí: en marzo de 2024, Brandon Briggs, pastor evangélico, anunció la siguiente visión, que es tan precisa que podría llegar a parecer divinamente inspirada, según dijo: «Habrá una nueva ola de patriotismo. Vi a Trump y una ola roja que venía de Michigan (…) Y vi un atentado contra su vida. Una bala voló por su oreja, y estuvo tan cerca de su cabeza que reventó su tímpano y vi que caía de rodillas en este momento y empezó a adorar al Señor. Nació radicalmente de nuevo (…) y se encenderá de amor por Jesús» (10:40-11:40).
¿Anuncian acaso los eventos de este 13 de julio la llegada de un tiempo extraordinario de restauración, que empezará por el Oriente, figurado por los padres Charron y Mahanna, significando la conversión de Rusia, y que continuará con la de los Estados Unidos, tan temida a mediados del siglo XX por figuras anticristianas como Bertrand Russell y Paul Blanshard y solo evitada por la catástrofe del Concilio Vaticano II –suceso al que no estuvo ajeno el Departamento de Estado y assets suyos como John Courtney Murray–?
Quiéralo Dios. Ya otros oráculos lo anunciaban, pero después de una intensa y dolorosa purificación.