En la amplia y variopinta familia de economistas, Javier Milei se destaca por su análisis conceptual que se eleva por encima de la coyuntura. Queda claro que la lectura, como él mismo confiesa, representa una parte importante de su vida. Ha abrevado lo suficiente en los 1.500 libros -y otros 500 digitales- de su biblioteca para darle soporte a cada uno de sus argumentos. El momento de la entrevista lo encuentra especialmente conmovido por los 176 años del nacimiento del economista austríaco Carl Menger.
"La contribución más importante de Menger, que era evidentemente un gigante, es que desarrolló algo que se llama Principio de Imputación o Ley de Imputación y es muy importante porque forma parte del debate económico en Argentina. El Principio dice que son los precios lo que determina los costos, y no los costos lo que determina los precios. Básicamente tiene que ver con la teoría del valor, qué cosas determinan el valor de las cosas. El valor viene determinado por las preferencias y la escasez. Podría tener un bien escaso, pero si nadie lo quiere vale 0. Y puedo tener un bien muy abundante, como el aire, y también vale 0. Esas dos cuestiones determinan el valor.
-¿Se conecta con el escenario actual de alta inflación?
-Un gran número de economistas suelen decir que los sindicalistas son los responsables de la inflación, que los empresarios la levantan en pala y que los consumidores son despilfarradores. En realidad ninguno de ellos tiene la culpa de la inflación porque la inflación viene dada por la emisión de dinero, y el único que puede emitir es el Banco Central.
-¿Cómo juega la demanda agregada en un escenario de oferta escasa, como suele ocurrir cada vez que Argentina ingresa en un ciclo de crecimiento?
-Eso está todo mal. Desde mi punto de vista a toda la heterodoxia hay que tirarla a la basura, no sirve para nada. Incluido el keynesianismo. De allí la importancia de Menger. Los precios vienen determinados por las preferencias y la escasez, y eso determina los costos que se pueden pagar. En cambio, la teoría General de John Maynard Keynes no es un libro de economía sino un panfleto escrito a gusto de la corporación política mesiánica y corrupta de la cual Keynes era parte. Keynes era un ignorante en economía. Básicamente tomó un solo curso de economía en su vida, con Marshall. El rescata la teoría Valor-Trabajo y en el capítulo 21 determina los precios en función del costo laboral y un margen de ganancia. Si eso verdaderamente fuera así, en rigor lo que habría es que la culpa de que los precios suban sería de los sindicalistas y los empresarios. Está mal. La teoría Valor-Trabajo fracasó, fue superada por la teoría Subjetiva del Valor.
MONOPOLIOS
-¿Qué efecto tiene la concentración de la economía en pocas manos?
-Eso está mal por varias cuestiones, algunas obvias. La experiencia empírica muestra que en los "90 también había concentración y sin embargo no había inflación. Por ese lado no viene. De última, lo que hace la estructura concentrada es determinar el nivel de los precios pero no la tasa de variación. La tasa de variación tiene que ver con la emisión monetaria. Si crecen todos los precios es porque se está emitiendo. Otra de las grandes confusiones keynesianas es creer que el precio del dinero es la tasa de interés. Y eso es una aberración.
-¿Qué línea deberíamos haber adoptado para no repetir los ciclos de fracasos económicos?
-Desde mi punto de vista deberíamos habernos abrazado al liberalismo. El fracaso de Argentina se explica por haber adoptado el populismo. A inicios de la década del "40 teníamos un PBI per cápita que representaba el 97% del de Estados Unidos. Argentina era literalmente un país rico, una tierra de oportunidades. Disputaba la supremacía con Estados Unidos. Después pasó algo, vino el populismo. El populismo se nutre de dos elementos: la irresponsabilidad fiscal keynesiana, que deriva del capítulo 22 de la Teoría General, donde Keynes propone expandir el gasto todo el tiempo. Quienes dicen lo contrario mienten. No han leído a Keynes. Keynes decía: dale gas siempre. La contraparte monetaria son los delirios de los estructuralistas locales con Julio Hipólito Guillermo Olivera a la cabeza. Convalidan monetariamente cualquier desastre. Argentina, de ser un país rico y uno de los más potentes del mundo, hoy es un país de frontera y está camino a ser un país pobre.
-¿Cuál debe ser el rol del Estado?
-A la luz de la experiencia Argentina, cuanto menos Estado exista, mejor. La realidad es que tenemos educación pública y en las pruebas PISA cada vez nos va peor. Y paralelamente en el sector privado aparece la oferta educativa. Tenemos salud pública, pero Cristina Fernández no se operaba en los hospitales públicos y los políticos tampoco llevan a sus hijos allí. Con la seguridad pasa otro tanto. Cada vez que el Estado hace algo, me consta que lo hace mal, y que todas las soluciones privadas son muchísimo mejores. Pagamos dos veces por esos servicios. Es una fuente de ineficiencia. A mí no me consta de que el sector público genere un efecto positivo dentro de la economía, más bien todo lo contrario.
-¿Por qué el liberalismo puro no termina de cuajar políticamente en ningún gobierno?
-La intervención del Estado genera un fallo en el sistema y cuando uno mira los resultados, advierte que está peor que antes. Eso genera una mayor demanda de intervención. ¿Quién se beneficia con esto? Los políticos. Porque en el fondo van ganando cada vez más participación. La política, con esta concepción intervencionista, genera resultados positivos para los políticos. Como toda actividad rentable no sujeta a competencia, crece. Y cada vez hay más peso del sector público.
-Cuando uno repasa los mejores momentos de la Argentina, advierte que hubo una fuerte presencia del Estado estableciendo reglas.
-Una de las cosas que pasa es que en realidad la gente no comprende que detrás de todo esto está la libertad y las libertades individuales. Cuando el Estado toma una nueva función, una nueva regulación, se van perdiendo libertades individuales. Friedrich Hayek utiliza Camino de servidumbre para describir al régimen nazi. Arrancó chiquito y se comió todo.
LOS LIBERTARIOS
-Este ideal liberal bien podría darse la mano con el anarquismo.
-Entre los libertarios hay tres familias. Hay un cambio de rótulo porque los liberales nuestros no son los liberals de los Estados Unidos o Gran Bretaña, que son socialdemócratas. Frente a la prostitución del término, derivado del accionar del keynesianismo, los liberales pasaron a llamarse libertarios. En las tres familias están los libertarios clásicos, que están en la línea de Adam Smith y Milton Fridman; después están los minarquistas, donde está Mises, y luego la línea anarcocapitalista, donde se ubica el caso de Rorthbard y Jesús Huerta del Soto, entre otros. Ellos dicen que la solución de intervención del Estado siempre es inestable. Hay distintas vertientes, pero en general todos adhieren a que la intervención del Estado es mala.
-¿El caso argentino puede tener ribetes diferentes desde el momento en que fue un Estado fundador, a partir del impulso de empresas públicas como YPF?
-Lo que pasa es que cuando el Estado comienza a interferir en la economía apaga el funcionamiento del sector privado. Ese es el problema. En el límite está el caso socialista, el comunismo. El socialismo falla por cuestiones estáticas y dinámicas. No puede tener toda la información que tienen en la cabeza todos los agentes todo el tiempo, con lo cual es una utopía.
-Si la regulación es negativa, imagino lo que piensa del control de precios.
-El sistema económico está entrelazado con el sistema político. No se puede tener libertad económica sin libertad política y viceversa. Cuando se hace un control de precios es porque se está fijando el precio por debajo del nivel de equilibrio. El incentivo de los agentes es a evadir los controles. Si el regulador hace la vista gorda, el daño sobre el sistema se achica. El control va minando los cimientos morales de la sociedad, empuja a hacer cosas por afuera de la ley. Y el Gobierno, ante el fracaso, se ve tentado a hacer un mayor uso del poder represivo. Con lo cual la falta de libertad económica termina en una mayor falta de libertades individuales.