De los tres pastorcitos que fueron testigos de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima, hoy en día sólo uno vive, la Hermana Lucía dos Santos, monja Carmelita de 89 años de edad que vive en el convento de su orden en Coimbra, Portugal. Como Nuestra Señora lo predijo en Fátima, tanto Francisco como Jacinta Marto murieron varios años después de que tuvieron lugar las apariciones y son ahora candidatos a la santidad.
FRANCISCO MARTO nació el 11 de junio de 1908, hijo de Manuel y Olimpia de Jesús Marto, hermano mayor de Jacinta y el primer primo de Lucía dos Santos. Tenía 9 años de edad cuando tuvieron lugar las aparaciones. Durante las apariciones del Angel y de la Santísima Virgen, lo presenció todo pero, a diferencia de sus otros dos compañeros, no le fue permitido escuchar las palabras que fueron pronunciadas.
Cuando, en el transcurso de la primera aparición, Lucía preguntó si Francisco iría al Cielo, Nuestra Señora replicó: “Sí, va a ir al Cielo, pero tendrá que recitar muchas veces el Rosario.” Sabiendo que pronto sería llamado al paraíso, Francisco mostraba poco interés en asistir a clases. Con frecuencia, Francisco les decía a Lucía y a Jacinta al momento de aproximarse a la escuela: “Sigan ustedes. Yo voy a ir a la iglesia a hacerle compañía al Jesús escondido” (expresión que se refiere al Santo Sacramento).Varios testigos contemporáneos afirman haber recibido regalos de gracia después de haberle pedido a Francisco que rezara por ellos.
"La Virgen María y Dios Mismo están infinitamente tristes. ¡De nosotros depende consolarlos!"
En octubre de 1918 Francisco cayó gravemente enfermo. A aquéllos de sus familiares que le aseguraron que sobreviviría su enfermedad, él les respondió con firmeza: “Es inútil. ¡Nuestra Señora me quiere a Su lado en el Cielo!” En el transcurso de su enfermedad, Francisco continuó ofreciendo sacrificios constantes para consolar a Jesús ofendido por tantos pecados. “Me queda solamente poco tiempo antes de ir al Cielo”, le dijo un día a Lucía. “Allá arriba, voy a consolar enormemente a Nuestro Señor y a Nuestra Señora; Jacinta va a rezar mucho por los pecadores, por el Santo Padre y por ti. Tú permanecerás aquí porque así lo desea Nuestra Señora. Escucha, haz todo lo que Ella te pida."
Al empeorar su enfermedad y debilitarse su antes robusta salud, Francisco no tuvo ya energía suficiente para rezar el Rosario. “Mamá, ya no puedo decir el Rosario”, dijo un día en voz alta, “es como si mi cabeza estuviera entre las nubes ...” Incluso a pesar de que su fuerza física disminuía, su mente permaneció fija en lo Eterno. Llamando a su padre, le rogó que quería recibir a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento (Francisco aún no había hecho su Primera Comunión en ese entonces). Preparándose él mismo para la confesión, instó a Lucía y a Jacinta a que le contaran los pecados que había cometido. Al escuchar ciertas travesuras menores que él había hecho, Francisco comenzó a llorar y dijo: "He confesado estos pecados, pero los confesaré de nuevo. Quizá sea por estos pecados que Jesús está tan triste. Pidan ustedes dos también que Jesús perdone todos mis pecados."
A continuación siguió su primera (y última) Santa Comunión, la cual se llevó a cabo en la pequeña habitación en la que yacía moribundo. Ya sin fuerza para rezar, Francisco le pidió a Lucía y a Jacinta que recitaran el Rosario en voz alta para que así él lo pudiera seguir con su corazón. Dos días después, ya cerca del final, Francisco exclamó: “Mira mamá, mira, esa luz tan hermosa, allá cerca de la puerta”. Cerca de las 10 de la noche, el 4 de abril de 1919, después de haber pedido que le fueran perdonadas todas sus ofensas, Francisco murió en calma, sin ninguna señal de sufrimiento, sin agonía, con su cara brillando como una luz angelical. Al describir en sus Memorias la muerte de su joven primo, la Hermana Lucía escribió: “Voló al Cielo en los brazos de Nuestra Madre Celestial."
JACINTA MARTO nació el 11 de marzo de 1910. En el momento de las apariciones tenía siete años de edad. Fue la menor de los videntes. Durante las apariciones ella vió y escuchó todo, pero no le habló al Angel ni a la Madre de Dios. Inteligente y muy sensible, Jacinta quedó profundamente impresionada cuando escuchó a la Santísima Virgen declarar que Jesús estaba muy ofendido por el pecado. Después de haber tenido la visión del infierno, Jacinta decidió ofrecerse completamente a la salvación de las almas.
En la noche de la primera aparición de Nuestra Señora (el 13 de mayo de 1917), fue Jacinta quien, a pesar de las promesas que le había hecho a Lucía, le reveló el secreto de la aparición a su madre: “Mamá, hoy he visto a la Virgen en la Cova da Iria. ¡Oh, qué Señora tan hermosa!” Posteriormente, el Cielo le otorgaría nueva gracia a Jacinta mediante dos visiones poderosas del Santo Padre: Un Papa sufriendo por las persecuciones en contra de la Iglesia y también por las guerras y destrucción que convulsionaban al mundo. “Pobre Santo Padre”, dijo Jacinta, “hay que orar mucho por él”. Desde ese momento en adelante, el Vicario de Cristo estuvo siempre presente en las oraciones y sacrificios de los tres videntes, pero especialmente en los de Jacinta.
"¡Si al menos pudiera yo depositar en el corazón de cada uno el fuego que llevo en mi corazón y que tanto me hace amar al Corazón de María!"
Para liberar a las almas de las llamas del infierno, Jacinta libremente empezó a hacer sacrificios. En el calor intenso del verano, dejó de beber agua. Como sacrificio a la Gloria de Dios, le ofreció sus bocadillos vespertinos a niños aún más pobres que ella. Para salvar almas, se impuso a sí misma el dolor de llevar puesta una pieza áspera de cuerda tejida cerca de su piel desnuda. Soportó sin el menor lamento los agotadores interrogatorios de los incrédulos. “¡Si tan sólo les pudiera mostrar el infierno a los pecadores!” decía ella, “qué feliz sería si todos pudieran ir al paraíso".
Un año después de las apariciones en la Cova da Iria, le empezó la enfermedad que habría de llevarla a la muerte. Empezó primero con neumonía bronquial, después un absceso en el pulmón. Ambos la hicieron sufrir intensamente. A pesar de todo, desde su cama del hospital, Jacinta declaró animadamente que su enfermedad era solamente una nueva oportunidad para sufrir por la conversión de los pecadores.
Después de dos meses en el hospital, Jacinta regresó al hogar, donde posteriormente le descubrieron una inflamación abierta y ulcerosa en el pecho. Poco después recibió el diagnóstico de que tenía tuberculosis. Durante el transcurso del año siguiente, sufrió dolorosamente por Nuestra Señora. “¿Se contentará Jesús con la ofrenda de mis sufrimientos?”, le preguntó a Lucía. En febrero de 1920, fue llevada de urgencia a otro hospital, esta vez a Lisboa. Consumiéndose virtualmente hasta quedar un esqueleto, y al borde de la muerte, sin la presencia de sus queridos padres o de Lucía, Jacinta se consoló a sí misma con el pensamiento de que ésto, también, era otra oportunidad más para ofrecer sus sufrimientos por los pecadores. En el hospital de Lisboa fue visitada, al menos tres veces, por la Madre de Dios.
Finalmente, en la noche del 20 de febrero de 1920, la promesa de la “Señora que brillaba más que el sol” se cumplió. “He venido a llevarte conmigo al paraíso”. Al igual que Francisco, Jacinta yace enterrada hoy en día en la gran Basílica de Nuestra Señora en Fátima.
LUCÍA DOS SANTOS nació el 22 de marzo de 1907, hija de Antonio y María Rosa dos Santos. Prima de Francisco y Jacinta, Lucía fue la menor de siete hermanos y la mayor de los tres pastorcitos. Desde la infancia, se le reconoció que era especialmente precoz, y fue la favorita tanto de jóvenes como de adultos. Animada por un temperamento abierto y alegre y por una viva inteligencia, Lucía organizaba juegos, oraciones, danzas, y otras iniciativas entre los niños de la aldea.
Sus sufrimientos comenzaron inmediatamente después de la primera aparición de la Virgen. Se convirtió en el blanco principal de críticas por parte de su familia y de los amigos de su familia, hasta el punto de volverse extremadamente renuente a regresar a la Cova da Iria para la cita con Nuestra Señora el 13 de julio. Los sacerdotes de la parroquia de Fátima insinuaron que ella podría ser en efecto un “pequeño instrumento del demonio”. Fue sólo ante la insistencia de los otros videntes que se sobrepuso al miedo que sentía y viajó a la Cova, como la Santísima Virgen se lo había solicitado.
Otro de los grandes momentos de sufrimiento de Lucía ocurrió cuando Nuestra Señora le dijo que Ella pronto se llevaría al Cielo a Francisco y a Jacinta y le informó que ella debería permanecer sola en la tierra, para propagar la devoción al Corazón Inmaculado de María. Sin embargo, la Virgen la reconfortó, "Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te guiará a Dios."
Fue Lucía la que habló con la Reina del Cielo, la que presentó peticiones de favores de parte de mucha gente y la que pidió un milagro para que todo el mundo creyera en las apariciones. Fue también Lucía quien, cuando los profetas fueron puestos en prisión, el 13 de agosto de 1917, organizó la resistencia a las amenazas y adulaciones de las autoridades, las cuales tenían el propósito de descubrir el Secreto revelado por Nuestra Señora. Y cuando Francisco y Jacinta se enfermaron, nuevamente fue Lucía quien amorosamente los asistió hasta el final.
"¡Señor, házme santa, conserva mi corazón siempre puro sólo para Ti!"
En 1921, ante la decisión del Obispo de Leiria (la Diócesis de Fátima), Lucía salió de su aldea de Aljustrel y fue llevada inmediatamente al convento de las Hermanas Doroteas de Villar en Oporto. Se creyó que su presencia en Fátima podría obstruir la imparcialidad de las investigaciones que entonces se estaban llevando a cabo para determinar la validez de las apariciones. Además, Lucía, que en ese entonces tenía 14 años de edad, había sido objecto de un casi continuo acoso e interrogatorio acerca de las apariciones, por parte de amigos y enemigos por igual.
En el año de 1928, Lucía se convirtió en hermana de Santa Dorotea y, posteriormente en 1946, después de una breve visita a Fátima, entró al convento de las Hermanas Carmelitas de Coimbra, donde aún reside bajo el nombre de Santa María Lucía del Inmaculado Corazón.
La Madre de Dios, quien le pidió que permaneciera en el mundo para propagar la devoción a Su Inmaculado Corazón, vino varias veces más a visitar a Su servidora, incluyendo el 10 de diciembre de 1925 cuando, en Pontevedra, Nuestra Señora le reveló a la joven monja postulante la promesa de los Cinco Primeros Sábados y, también, cinco años después, en Tuy, donde, en presencia de la Santísima Trinidad, Ella le reveló además el espíritu de esta gran devoción de expiación.
Hoy en día, a más que 90 años de edad, la Hermana Lucía espera calmadamente la hora en la cual la Santísima Virgen decidirá llevarla al mismo Cielo en donde la esperan sus primos Francisco y Jacinta.