Si bien la mayor parte de la gente considera que su postura ideológica (sea ésta de derechas como de izquierdas) es la correcta y las demás son nocivas, probablemente ambas tengan su parte positiva. De hecho, ambas se vigilan mutuamente y se equilibran.
Podría resumirse en: con la mano izquierda soltamos cuerda y con la derecha, frenamos. Si soltamos demasiado, caemos. Si frenamos demasiado, nada cambia. Por esa razón, ambas adolecen de sus propios problemas. Y ambas, de hecho, atacan a la ciencia por igual, aunque por motivos distintos.
Este resentimiento bipartidista de los intelectuales de derechas y de izquierdas (generalmente del campo de las humanidades) habitualmente acusan a los científicos de determinismo, reduccionismo, esencialismo, positivismo y, lo peor de todo, de cientificismo.
En realidad estos términos son herramientas poderosas si se saben usar correctamente, y precisamente la ciencia funciona de una forma tan asombrosa gracias a ellas. Sí, incluso gracias al reduccionismo.
Otro error categorial en el que se incurre al criticar la ciencia entre ambos bandos políticos es que se confunde la ciencia con el científico. La cultura de la ciencia se basa en considerar al científico un elemento tan inútil que, por ello, las prácticas de la cultura de la ciencia se basan, entre otras, en el debate abierto, la revisión por pares y los métodos de doble ciego. Todo para evitar en lo máximo posible la opinión del científico. Y si el científico peca de reduccionismo (del malo), la propia ciencia se encargará de corregirlo. Por eso nació la Universidad Invisible.
Pensar de forma más científica, pues, no significa dejar las decisiones importantes a los científicos, sino usar la ciencia como tamiz.
Con todo estos prejuicios y malentendidos sobre la ciencia como bagaje, tanto los intelectuales de derechas como los de izquierdas combaten la misma desde ópticas diferentes. A continuación, dos ejemplos paradigmáticos. El primero, una revisión de 2011 en The Nation escrita por el historiador Jackson Lears, que representa la acusación estándar por parte de la izquierda:
El positivismo depende de la creencia reduccionista en que el universo entero, incluida toda la conducta humana, puede explicarse con referencia a procesos físicos deterministas, medibles con precisión (...) Las asunciones positivistas ofrecieron los fundamentos epistemológicos para el darwinismo social y las nociones posevolucionistas de progreso, así como para el racismo y el imperialismo científicos. Estas tendencias se fusionaron con la eugenesia, la doctrina de que el bienestar humano podía mejorarse y en última instancia perfeccionarse mediante la reproducción selectiva de los "aptos" y la esterilización o eliminación de los "no aptos". Cualquier colegial sabe lo que ocurrió después: el catastrófico siglo XX. Dos guerras mundiales, la matanza sistemática de inocentes a una escala sin precedentes, la proliferación de armas inimaginablemente destructivas, guerras a pequeña escala en la periferia del imperio. Todos estos acontecimientos implicaban, en grados divrsos, la aplicación de la investigación científica a la tecnología avanzada.
¿Veis los tópicos? ¿Veis como se confunde ciencia y científicos, e incluso ciencia y uso político de la ciencia? Sin contar la interpretación sesgada del concepto "reduccionismo". Ah, y no puede faltar tampoco la visión pesimista, distópica, de la ciencia y la tecnología, cual telefilme barato, que contradice prácticamente todos las estadísticas al respecto.
Vayamos ahora con la acusación paradigmática de la derecha, que se refleja en este discurso de 2007 de Leon Kass, asesor de Bush:
Las ideas y los descubrimientos sobre la naturaleza viva y sobre el hombre, perfectamente deseables e inofensivos en sí mismos, se están reclutando para batallar contra nuestras doctrinas religiosas y morales tradicionales, e incluso contra nuestra autocompasión como criaturas dotadas de libertad y dignidad. Se ha propagado entre nosotros una fe cuasirreligiosa (permítaseme designarla como "cientificismo desalmado") que cree que nuestra nueva biología, eliminando todo misterior, puede ofrecer una interpretación cabal de la vida humana, proporcionando explicaciones puramente científicas del pensamiento, el amor, la creatividad y el juicio moral humanos, e incluso por qué creemos en Dios. La amenaza para nuestra humanidad no proviene de la actualidad de la transmigración de las almas a la vida futura, sino de la negación del alma en esta vida (...) No nos equivoquemos. Es mucho lo que nos estamos jugando: están en juego la salud moral y espiritual de nuestra nación, la vitalidad continuada de la ciencia y nuestra propia autocomprensión como seres humanos y como hijos de Occidente (...). Todos los amigos de la libertad y la dignidad humana, incluidos hasta los ateos entre nosotros, han de entender que su propia humanidad está en peligro.
O sea, el Dios de los agujeros. Para creer en esta clase de dios es necesario que existan lagunas de ignorancia. Si la ciencia pretende llenarlas no solo resulta incómodo, porque arrincona más a dios, sino que, habida cuenta de que existe, entonces estamos adoptando el rol de dios. De hecho, que la ciencia trate de explicar por qué creemos en Dios o si necesitamos la hipótesis de Dios para algo, ya resulta un anatema. Ciencia y religió deben ser magisterios que no pueden mezclarse nunca. Por otro lado, la moral debe emanar de un lugar sólido, ya sea dios, y sea una interpretación inflexible de las leyes. Porque el que es de derechas liberal cree que en el buen juicio del individuo y en su libertad individual, y no puede tolerar que la ciencia señale que, en realidad, el raciocinio humano es bastante imperfecto o que la libertad es una entelequia.
En otras palabras, debemos abogar por la cultura científica. En esa lucha no tenemos amigos o enemigos en función de la inclinación política: ambos bandos arrostran sus propios prejuicios ideológicos. Y ambos bandos son necesarios para vigilar al otro en sus excesos.
https://www.xatakaciencia.com/no-te-lo-creas/estas-razones-que-izquierda-derecha-denigran-a-ciencia