El zorro y la luna
Había una vez un zorro muy joven, él ya no quiso vivir más en la casa de sus padres así que decidió dejarlos y vivir solo. Una noche cuando sus progenitores dormían, él preparó todo para irse. Salió a pie juntillas para no hacer ruido, abrió la puerta con mucho sigilo y después de atravesarla la cerró con mucho cuidado. Caminó tratando de no pisar la maleza seca que abundaba por ese lugar. La noche no estaba muy oscura, así que caminó todo lo que pudo, hasta que se cansó y se quedó dormido entre las grietas de una gran roca. Cuando amaneció, despertó sobresaltado, pues había olvidado que ya no estaba en su casa sino en el campo. Miró para todos lados, no reconocía el lugar, tampoco por donde había venido, subió hacia una pequeña loma tratando de divisar su casa, pero fue en vano, no logró ver nada, se asustó y se entristeció un poco. Luego pensó:
«Seguiré adelante, soy un zorro fuerte y mi padre me enseñó a cazar, no debo asustarme». Así que se puso en camino; después de un largo caminar vio a los lejos un bosque.
«¡Comida!», pensó, y se dirigió a ella corriendo con desesperación.
Llegó al bosque cansado y sediento, olfateó el aire y siguió su instinto animal, pronto encontró un riachuelo en donde bebió agua hasta saciarse. Luego de descansar un poco escuchó revolotear tiernos pichones, a los cuales comenzó a perseguirlos hasta alcanzarlos, los devoró y así satisfizo su hambre. El cansancio le hizo dormirse y durmió toda la tarde. Al despertarse era ya de noche y vio que sobre él se posaba una brillante luz, era la luna cuyos brazos de plata le cubrían, se sintió muy bien, miró a ver de dónde venía tan exquisita luz y luego de moverse un poco divisó entre el follaje de los altos árboles, a la luna, inmensa, bella, cautivante, radiante. Era una inmensa reina acompañada de otras más pequeñas, pero hermosas también que con rutilante brillo posaban junto a ella. El zorro quedó anonadado, su pecho se inflamó, sus sentidos quedaron paralizados por un instante y se sintió como flotando en el aire tibio de la noche, estaba enamorado. La volvió a mirar y suspiró.
—Hola hermosa y bella luna, te pido que seas mi novia —le dijo a viva voz, ella no respondió—. ¿Qué pasa, por qué no me respondes? —le preguntó—, ¿será porque estás muy lejos?, eso no es problema mi dulce amada, te alcanzaré, escalaré la montaña en donde estás sentada y allí te hablaré de mi amor ¡Espérame!
El zorro corrió con todas sus fuerzas, contendió con la gravedad como nunca nadie antes lo había hecho, su amor le hizo superar muchos obstáculos y desafíos, que ningún ser osaría siquiera intentarlo. Por fin estuvo al pie de la montaña.
—Ahora subiré y te pediré que vivas conmigo para siempre, amada mía.
El zorro corrió cuesta arriba, estaba agotado, no podía más y aún le faltaba un largo trecho, pero siguió adelante, hizo un gran esfuerzo, llegó a la cumbre arrastrándose, totalmente agotado. Estando en la cima se paró sobre sus patas posteriores y alargando sus patitas delanteras la miró con dulzura y dio un salto hacia ella para abrazarla y besarla, pero no pudo alcanzarla, se dio cuenta que estaba aún más alta, entonces el zorro triste y cansado por el enorme sacrificio, murió.
Los cuentos de este blog forman parte de su libro "Uno y más cuentos de don Ernesto Phillips" (Ediciones Luz de Vida), que se encuentra a disposición del público en la Biblioteca Municipal de Huacho.
«Seguiré adelante, soy un zorro fuerte y mi padre me enseñó a cazar, no debo asustarme». Así que se puso en camino; después de un largo caminar vio a los lejos un bosque.
«¡Comida!», pensó, y se dirigió a ella corriendo con desesperación.
Llegó al bosque cansado y sediento, olfateó el aire y siguió su instinto animal, pronto encontró un riachuelo en donde bebió agua hasta saciarse. Luego de descansar un poco escuchó revolotear tiernos pichones, a los cuales comenzó a perseguirlos hasta alcanzarlos, los devoró y así satisfizo su hambre. El cansancio le hizo dormirse y durmió toda la tarde. Al despertarse era ya de noche y vio que sobre él se posaba una brillante luz, era la luna cuyos brazos de plata le cubrían, se sintió muy bien, miró a ver de dónde venía tan exquisita luz y luego de moverse un poco divisó entre el follaje de los altos árboles, a la luna, inmensa, bella, cautivante, radiante. Era una inmensa reina acompañada de otras más pequeñas, pero hermosas también que con rutilante brillo posaban junto a ella. El zorro quedó anonadado, su pecho se inflamó, sus sentidos quedaron paralizados por un instante y se sintió como flotando en el aire tibio de la noche, estaba enamorado. La volvió a mirar y suspiró.
—Hola hermosa y bella luna, te pido que seas mi novia —le dijo a viva voz, ella no respondió—. ¿Qué pasa, por qué no me respondes? —le preguntó—, ¿será porque estás muy lejos?, eso no es problema mi dulce amada, te alcanzaré, escalaré la montaña en donde estás sentada y allí te hablaré de mi amor ¡Espérame!
El zorro corrió con todas sus fuerzas, contendió con la gravedad como nunca nadie antes lo había hecho, su amor le hizo superar muchos obstáculos y desafíos, que ningún ser osaría siquiera intentarlo. Por fin estuvo al pie de la montaña.
—Ahora subiré y te pediré que vivas conmigo para siempre, amada mía.
El zorro corrió cuesta arriba, estaba agotado, no podía más y aún le faltaba un largo trecho, pero siguió adelante, hizo un gran esfuerzo, llegó a la cumbre arrastrándose, totalmente agotado. Estando en la cima se paró sobre sus patas posteriores y alargando sus patitas delanteras la miró con dulzura y dio un salto hacia ella para abrazarla y besarla, pero no pudo alcanzarla, se dio cuenta que estaba aún más alta, entonces el zorro triste y cansado por el enorme sacrificio, murió.
La luna compasiva al ver lo que había hecho el zorro por su amor, lanzó sus brazos de fulgurante luz hacía él, y el cuerpo inerte del zorro comenzó a elevarse y a elevarse hasta que por fin cumplió su sueño de estar en los brazos de su amada luna.
Y colorín colorado, este cuento peruano se ha terminado.