En torno al héroe Perseo se articulan varios mitos y elementos, algunos muy antiguos que se remontan a la Prehistoria, a la época de los cazadores paleolíticos, y otros más recientes del Neolítico y de las primeras monarquías. Si su origen es muy antiguo, su pervivencia llega hasta nuestros días, en algunos mitos como por ejemplo el famoso de “San Jorge y el dragón” y otros germanos y sajones (Beowulf, Sigfrido…). En él se acumulan muchos de los elementos frecuentes en mitos y cuentos populares de monstruos, princesas cautivas y héroes salvadores.
Resumimos brevemente el mito primero, luego proponemos una lectura del mito rehecho fundamentalmente sobre la versión de Ovidio en su Metamorfosis y finalmente haré algunas anotaciones, que más que ofrecer una explicación del relato, lo que hacen es entreabrir las puertas a la complejidad polivalente que todo mito encierra.
Resumen: se vaticina a un rey que será precisamente su descendiente quien acabe con su vida; para impedirlo encierra en una cámara a su hija, que a pesar de ello concibe un hijo de un dios; madre e hijo son arrojados a las aguas, pero sobreviven y son criados por su salvador en otro país; una vez adulto el héroe ha de cumplir un trabajo o empresa imposible para evitar el capricho deseo del rey del lugar que desea apoderarse de su madre; consigue con la ayuda de otros dioses cumplir la tarea; en el viaje de regreso libera a una doncella, hija del rey de Etiopía, que un monstruo marino tiene encadenada y acaba así con la amenaza y desolación permanente que el monstruo ocasiona al país de la doncella; en recompensa recibe la mano de la princesa; luego participando en unos juegos atléticos lanza el disco que golpea mortalmente a su abuelo, cumpliéndose así la ineludible profecía inicial.
Relato mítico:
Acrisio, rey de la poderosa ciudad de Argos, en la antigua Grecia, deseaba ardientemente tener descendencia y preguntó al oráculo, que anuncia el futuro, cómo podría tener hijos. Pero el dios del oráculo, el apuesto y resplandeciente Apolo, le respondió enigmático:
-Tu hija Dánae te dará un nieto, fuerte y valeroso, que será el causante de tu propia muerte.
Asustado Acrisio construyó una cámara subterránea de bronce en la que encerró a su hija Dánae, pretendiendo impedir el cumplimiento del terrible anuncio.
Pero de nada sirven las medidas y cautelas de los hombres que se oponen al designio de los dioses. Dánae fue fecundada por el propio Zeus o Júpiter, padre de los dioses, transformado en lluvia de oro y dio a luz un hermoso niño. La lluvia del metal que compra los corazones y abre todas las puertas, penetró también por las rendijas de la cámara de bronce, aparentemente inaccesible, y el seductor dios todopoderoso, infiel una vez más a su esposa, la diosa Juno, procreó en la muchacha argiva al héroe Perseo, pues tal categoría de héroe tienen los descendientes de dioses y mortales.
Nacido en el secreto de la cámara subterránea, el niño creció sano y robusto durante algunos meses sin que su abuelo se percatase de su existencia. Un día, el niño juguetón profirió un grito que Acrisio oyó desconcertado. Pero pronto, sabedor de lo ocurrido y consciente del futuro peligro, no quiso admitir la intervención divina del seductor Zeus, encerró en un cofre de madera a su hija Dánae y a su nieto Perseo y los arrojó al mar. El cofre, zarandeado por las olas, fue a parar a la isla de Sérifos. El pescador Díctis, hermano de Polidectes, el rey de la isla, acogió en su casa a los pobres náufragos. Dictis educó como a un hijo a Perseo, que se convirtió en un hermoso adolescente de extraordinario valor.
Mientras tanto el rey Polidectes se había enamorado ardientemente de la hermosa Dánae, pero el joven Perseo, protector de su madre, le impedía satisfacer su loca pasión. Cierto día el rey celebró un banquete e invitó a la mesa a sus nobles amigos y al propio Perseo. Preguntados por el rey sobre qué regalo pensaban ofrecerle los comensales, todos opinaron que el obsequio más adecuado para un rey era un caballo, pero el joven Perseo, ufano y atrevido, contestó fanfarrón:
- No es obsequio cualquiera un veloz y ágil caballo, pero yo traería a mi soberano la cabeza de la mismísima Gorgona si preciso fuera.
Al día siguiente todos los nobles príncipes llevaron al rey el caballo prometido mientras el imprudente Perseo acudió con las manos vacías. Irritado Polidectes le ordenó que marchase inmediatamente en busca de la cabeza de la Gorgona y añadió
- De lo contrario, si vuelves sin la cabeza del terrible monstruo, me apoderaré de tu madre Dánae por la fuerza.
La empresa era muy difícil, más bien imposible de realizar, incluso para un héroe como Perseo. Pero los dioses Hermes y Atenea, solícitos con el retoño de Zeus y por lo tanto hermano suyo de padre, acudieron en su ayuda y le indicaron la forma de conseguir su propósito.
Por consejo de los dioses Perseo fue en busca de las tres Grayas (Enio, Pefredo y Dino) hijas del dios marino Forcis que nacieron ya “viejas” y nunca fueron jóvenes y vivían en el país de la noche, donde nunca alumbra el sol . Tenían las Fórcides un solo ojo y un solo diente para las tres que utilizaban por turno, que Perseo les robó con habilidad y se negó a devolverles hasta que no le mostrasen el camino que le conduciría hasta el palacio de las “Ninfas”, poseedoras de objetos mágicos que le serían muy útiles y que le revelarían el procedimiento para acabar con la terrible Gorgona.
Recibió el héroe Perseo de las ninfas sus sandalias aladas y una alforja o zurrón, así como el casco de Hades que hacía invisible a quien lo llevaba protegiendo su cabeza. Hermes le proporcionó también una hoz de pedernal dura y cortante.
Equipado de esta manera, acudió Perseo volando a la mansión de las tres Gorgonas (Esteno, Euríale y Medusa), junto al azulado Océano, en la costa atlántica de España. Eran éstas monstruos terribles de ojos brillantes, con serpientes rodeando su cabeza, con colmillos enormes similares a los de jabalí, con una lengua enorme que salía de sus bocas y duras escamas de dragón protegiendo su cuello. Sus manos eran de bronce brillante y tenían alas de oro que les permitían volar de un lado para otro. Su sola mirada convertía en piedra a quienes osaban mirarlas de frente. De las tres hermanas sólo Medusa era mortal.
Parecía la empresa imposible si Perseo no hubiera contado con la ayuda divina. Se aproximó sigiloso siempre de espaldas y volando con sus aladas sandalias y las encontró profundamente dormidas y confiadas. Atenea acudió en ayuda del héroe y sostuvo en la posición adecuada su escudo de bruñido bronce en el que Perseo vio reflejado el rostro de Medusa como en un espejo, evitando así la mirada directa que le hubiera petrificado y con certero tajo cercenó su cabeza con la cortante hoz de pedernal. De su cuello herido surgieron al instante Pegaso, el caballo alado, y el gigante Crisaor, “el de la espada de oro”, hijos ambos de la cópula con el dios Posidón cuando Gorgona era hermosa en un templo de Atenea. La profanación del templo sagrado fue castigada con su terrible apariencia.
Recogió veloz Perseo la cabeza de la Gorgona Medusa y la introdujo en la alforja, evitando en todo momento cruzar su mirada con la del monstruo decapitado y emprendió el regreso, protegido por el casco de Hades que le hacía invisible para las dos hermanas que furiosas le buscaban.
Emprendió Perseo rápidamente el largo camino de vuelta, que le llevó primero al país donde reinaba Atlas, en el extremo Occidente, en donde se encontraba el huerto de las manzanas de oro, las manzanas de las Hespérides , las Occidentales. El gigante Atlas se enfrentó a Perseo temiendo que se llevase las manzanas de oro e intentó expulsarle. Perseo extrajo del saco la cabeza de Medusa que aun después de muerta conservaba su poder petrificador y vuelto de espaldas la muestra a Atlas, que al momento quedó convertido en la cordillera montañosa del Atlas, en el noroeste de Africa. Esta montaña sostiene desde entonces el cielo con sus astros.
En su camino de vuelta, mientras surcaba el denso aire, al pasar por la tórrida Etiopia, advertido por desgarradores gritos que pedían auxilio, divisó desde lo alto a una hermosa joven de rubia cabellera atada a una roca junto a la costa, expuesta a los peligros del profundo y violento mar.Sensible el héroe a los encantos de la bella joven, giró el rumbo de su viaje y se acercó con decisión, impelido por la pasión que surgía en su corazón.
- ¿Cuál es tu nombre, hermosa muchacha con el que tus padres y vecinos te reconocen entre todas? ¿Quién ha atado con tanta crueldad y dureza tus frágiles brazos a esa roca desnuda y te expone a los peligros de los monstruos que habitan el profundo mar? ¿Qué motivo puede existir para castigo tan desmesurado, olvidando tu belleza y juventud? --
preguntó ansioso Perseo y escuchó impaciente una voz quejumbrosa y apenada que le decía:
- Soy Andrómeda, hija de Cefeo y Casiopea, reyes de este ardiente país que se llama Etiopia. Te ruego que no aumentes mi dolor y sufrimiento con tanta pregunta inútil. Sólo te diré que pago, por castigo de los dioses, una culpa que no es mia.
Suspiró el cercano Cefeo, a quien, aun conservando su apostura real, se le humedecieron los ojos de tristeza, abrazado a su hermosa esposa Casiopea, cuya extraordinaria belleza fue la causa de tantas desgracias.
En efecto, la imprudente y vanidosa reina Casiopea, orgullosa de su belleza , se jactó de superar en hermosura ella misma y su hija a todas las Nereidas, las cincuenta hijas de Nereo, nietas del Océano, todas bellísimas, que habitan en el fondo del mar y se divierten nadando entre las olas con sus cabellos al viento. Pretendió en su locura ser más hermosa que Tetis, la madre de Aquiles, o Anfitrite la esposa de Posidón o la gentil Galatea. Celosas las Nereidas , pidieron a Posidón, dios de los mares, que recorre los océanos agitando las aguas con su carro, que vengase tal insulto y tan orgullosa pretensión.
Y el dios envió a un terrible monstruo marino, un cetáceo de enormes dimensiones:
- Ve, Cetáceo, al país de Casiopea, devasta sus tierras, inunda su costa y mata a sus gentes y su ganado.
Así lo hizo el monstruo una y otra vez. El pueblo, asustado, pedía al rey que les salvara. Cefeo consultó el oráculo y éste le comunicó:
- Rey desgraciado, sólo hay una posible salvación. Debes ofrecer a tu hija Andrómeda en sacrificio como víctima propiciatoria. Deberá ser encadenada junto al mar y esperar la llegada del monstruo terrible para devorarla.
Conocedor Perseo de lo sucedido e inflamado de amor su corazón, propuso a Cefeo:
- Desgraciado, yo libertaré a tu hija Andrómeda y la salvaré del monstruo que ya se divisa a lo lejos si me concedes que sea mi esposa.
Accedió Cefeo de inmediato y Perseo se dispuso presto a la lucha. Apareció a lo lejos el monstruo Cetáceo, irguiendo su cabeza entre las olas y nadaba ya veloz hacia la costa. Se elevó Perseo ágilmente con sus aladas sandalias para proyectarse sobre él y clavar una y otra vez su espada mortífera en el lomo escamoso. La sangre tiño las aguas de rojo. Con rápido movimiento ascendente esquivo el ataque del fiero dragón y cayó de nuevo para hundir profundamente la espada en su corazón. Herido mortalmente, el monstruo Cetáceo se hundió para siempre en las profundidades marinas, quedando libres Andrómeda y su país de la anunciada destrucción.
Cefeo, en cumplimiento de lo pactado, entregó su hija al héroe Perseo. Pero la dulce Andrómeda estaba destinada con anterioridad a casarse con su tío Fineo, que no aceptó la boda y se enfrentó con furia al héroe. Perseo se defendió con valentía y ante el elevado número de enemigos que le atacaban extrajo de su saco la cabeza de la terrible Medusa e inmediatamente quedaron transformados en piedra quienes incautamente la miraron.
Perseo se dirigió con su esposa Andrómeda a Sérifos, para encontrarse con Dánae, su madre. Polidectes, incapaz de reprimir sus deseos, quiso apoderarse por la fuerza finalmente de Dánae, que se vio obligada a refugiarse junto al altar inviolable. Perseo se vengó de Polidectes y sus amigos, a quienes la visión de Medusa convirtió también en estatuas de piedra.
Entregó el reino de Sérifos a su padre adoptivo Dictis, devolvió las sandalias aladas a Hermes, y el saco y el casco de Hades que le hacía invisible, a las Ninfas. La diosa Atenea, que generalmente está armada de pies a cabeza, colocó por su parte la cabeza de Medusa en el centro de su égida o escudo, costumbre que por cierto han imitado desde entonces los valerosos soldados a fin de petrificar a quienes se enfrentan en la lucha.
Marchó después Perseo junto con Andrómeda a Argos su patria para reencontrarse con su abuelo Acrisio, que temiendo el cumplimiento del oráculo que anunció su muerte a manos de su nieto había huido al país vecino de los pelasgos. Su rey había organizado unos juegos fúnebres en honor de su padre difunto.
El joven héroe Perseo por su parte acudió para participar en los juegos buscando el honor de la victoria. Cuando llegó su turno tensó sus músculos, fuertes y flexibles, giró veloz sobre sí mismo y proyecto con fuerza el disco a lo lejos, con tan mala fortuna que golpeó a su abuelo Acrisio, sentado entre los espectadores de los juegos, provocándole su muerte y cumpliéndose así el indefectible oráculo al que nadie puede sustraerse.
Rindió honores a su abuelo, pero no queriendo volver a Argos cambió su trono por el de Tirinto, donde reinaba su primo Megapentes. Perseo, que todavía vivió largos años en compañía de Andrómeda, fundó y fortificó la ciudad de Micenas, cuyas murallas construyeron los Cíclopes con grandes piedras. Su primer hijo, Perse dio origen al pueblo de los Persas.
Por lo extraordinario de su nacimiento y por su gloriosas hazañas Perseo fue elevado al firmamento por la diosa Atenea y allí sigue aún, sosteniendo en su mano la cabeza monstruosa de Medusa, que petrifica a quien la mira, con su ojo, la estrella Algol, parpadeante, luciendo intermitentemente. Junto a él Atenea honró también a la dulce Andrómeda con un lugar entre las estrellas.
Cetáceo, el monstruo marino, se encuentra también allí, esperando y persiguiendo eternamente a Andromeda, a quien protege Perseo.
Posidón quiso también honrar a Cefeo y a su imprudente esposa Casiopea, a la vista de los mortales, que han de tomar buena cuenta de las consecuencias de los comportamientos inadecuados.
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