El italiano Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), mejor conocido como el Papa Juan XXIII, fue Sumo Pontífice entre los años 1958 y 1963. También llamado “Il Papa Buono” (“El Papa Bueno”), aparte de ser uno de los papas más carismáticos y queridos de la historia, tenía el don de la profecía, realizando en su juventud varias predicciones sobre los cambios políticos que se avecinaban en el mundo y que se cumplirían en los años venideros, como el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el fin del imperio británico, el asesinato de los hermanos Kennedy y Mahatma Gandhi y el derrumbe del muro de Berlín, así como otros hechos que precederían a la segunda venida de Cristo y el fin del mundo (que, según el Papa Juan XXIII, debiera ocurrir el año 2033), con la consecuente restauración del «Reino de Dios en la Tierra».
El Papa Juan XXIII, autor de las encíclicas “Mater et magistra” y “Pacem in teris”, fue un gran pensador y visionario, que trató de modificar algunas de las estructuras de poder que dominaban el aspecto político y económico de la Iglesia. Y uno de los sucesos más llamativos en su vida tuvo relación con un supuesto encuentro que el Sumo Pontífice habría tenido con un hombre que habría llegado desde el cielo, en una especie de nave voladora, lo que habría marcado la vida y concepción de Juan XXIII respecto a la cosmovisión del Universo y el hombre. Este suceso ocurrió en la localidad veraniega papal de Castel Gandolfo en 1961, y fue revelada por Loris Capovilla, el secretario personal y asistente papal de Juan XXIII, 20 años después de su muerte, a un semanario inglés.
El relato que hizo este asistente papal (quien sería nombrado Cardenal en 2014 por el Papa Francisco) fue el siguiente:
“El Papa y yo estábamos caminando a través del jardín, una noche del mes de julio de 1961, cuando observamos sobre nuestras cabezas una nave muy luminosa. Era de forma oval y tenía luces intermitentes, de un color azul y ámbar. La nave pareció volar sobre nuestras cabezas por unos minutos, para luego aterrizar sobre el césped, en el lado sur del jardín. Un extraño ser salió de la nave: tenía forma humana, a excepción de que su cuerpo estaba rodeado de una luz dorada y tenía orejas más alargadas que las nuestras. Su Santidad y yo nos arrodillamos. No sabíamos lo que estábamos viendo, pero supimos que lo que fuese no era de este mundo; por lo tanto debía ser un acontecimiento celestial.
Rezamos y cuando levantamos nuestras cabezas, el ser todavía estaba allí. Esto nos comprobó que no era una visión lo que veíamos. El Santo Padre se levantó y caminó hacia el ser. Los dos estuvieron alrededor de 20 minutos uno frente al otro; se los veía gesticular como si hablaran, pero no se sentían sonidos de voces. Ellos no me llamaron, por lo que permanecí donde estaba y no pude oír nada de lo que hablaron.
Luego, el ser se dio la vuelta y caminó hacia su nave y enseguida se elevó. Su Santidad dio media vuelta hacia mi y me dijo: “Los hijos de Dios están en todas partes; aunque algunas veces tenemos dificultades en reconocer a nuestros propios hermanos”.
Después que el ser extraterrestre retornó a su nave y despegó, el Papa y yo continuamos nuestro paseo como si nada hubiese pasado».
Según relató su secretario personal, Juan XXIII nunca quiso contarle lo que había hablado con el extraño visitante que bajó del cielo en ese lejano día del verano europeo de 1961.
Esta, por cierto, no fue la única mención que personeros relacionados con la Iglesia Católica han hecho con respecto a la posibilidad de la existencia de vida inteligente más allá de nuestro planeta. En el año 2008, el director del Observatorio del Vaticano, José Gabriel Funes, afirmó en una entrevista para el periódico italiano L’Observatorie Romano que “Dios pudo haber creado vida inteligente en otras parte del Universo e incluso podría tratarse de nuestros hermanos”, una declaración que en cuestión de minutos dio la vuelta al mundo.