Es el símbolo del Gran Arquitecto de Universo, el creador de todo lo existente, y luce en el Oriente del Templo Masónico, donde se trabaja a su Gloria. Consiste en un triángulo que contiene inscrito el Tetragrama hebreo (tetragrámaton), símbolo del nombre inefable de Dios (YHVH, Jehová). Se lo designa con el nombre de Delta, porque la letra griega así llamada tiene forma triangular.
Hay casos en que el tetragrámaton es sustituido por su abreviatura, la letra hebrea YOD (a veces, en hebreo, se lo representa por tres yod, que dispuestos triangularmente, corresponden a los tres puntos de la Masonería). En ocasiones el yod está reemplazado por un ojo, que se designa como «el Ojo que todo lo ve».
Ocupa siempre una posición central, y el hecho de encontrarse entre el sol y la luna lo relaciona con la idea del «tercer ojo», que todo lo ve en el eterno presente, pues ambas luminarias representan los ojos del «Hombre Universal»; y en especial conexión con el simbolismo masónico hay que señalar que los ojos son propiamente las «luces» que iluminan el microcosmos.
El ojo, órgano de la percepción, ofrece diversas interpretaciones como símbolo. Así, el ojo único es considerado el símbolo de la esencia y del conocimiento. Es también un símbolo de la conciencia del Ser que es el primer atributo de la Realidad.
El triángulo recibe la denominación de «gloria» (rodeado de rayos), palabra que es una de las designaciones de la “Presencia de Dios”.
El hecho de que la Logia de Aprendiz esté «esclarecida» por el Delta (3 puntas), simbolizando la manifestación «lineal» (geometría unidimensional), mientras que la Logia de Compañero lo está por la estrella flamígera (5 puntas), simbolizando la manifestación «en superficie» (geometría bidimensional).
Esto concuerda perfectamente con la marcha de cada grado masónico. Los años iniciáticos del Aprendiz y del Compañero corresponden a este cambio. Hay pues conexión entre los dos símbolos; y, como sin duda alguna la estrella de cinco puntas es un símbolo característico tanto de la antigua cofradía pitagórica como de la masonería, mientras que el delta masónico se identifica con la tetraktys pitagórica. La masonería y la geometría pitagórica están muy relacionadas, cabe recordar que en la joya del Past Master figura la demostración gráfica del teorema de Pitágoras.
La principal herencia que deja Pitágoras a los masones es la geometría y la aritmética. Sin Pitágoras no podrían haber levantado catedrales. Su escuela sirvió de modelo para la iniciación masónica, al igual que sus símbolos numéricos y geométricos.
El Delta Masónico derivaría del pitagórico Tetrakys, que representa, en definitiva, la Unidad, ya que es una figura triangular que consiste en diez puntos ordenados en cuatro filas, con uno, dos, tres y cuatro puntos en cada fila.
La letra Delta griega es de hecho la traducción de la Daleth hebrea, cuyo valor numérico y ordinal es 4 en el alfabeto hebreo, y hace referencia a las 4 letras del nombre de Dios (YHWH), por lo tanto a la Unidad. Incluso para los pitagóricos el número 10 estaba representado por la letra Delta. La relación entre el Nombre de Dios y el número 10 lo encontramos en la suma de 1+2+3+4=10 y también en las 10 sefirot. Si Dios es la Unidad, obviamente va más allá de su aspecto Creador y de cualquiera de sus atributos divinos.
En el Hebreo Bíblico, cada letra posee una simbología especial y un significado; también contiene un valor numérico que amplía dicha simbología. Diez, el valor numérico de YOD, es también el número de mandamientos (literalmente "declaraciones") revelados por Dios a Su Pueblo.
Se enseña que el Universo fue creado por diez expresiones de Dios, compuestas por las letras hebreas que como bloques de construcción fueron las herramientas para establecer el orden de todo lo creado. Ellas en sí mismas, sus nombres, su forma gráfica, su valor numérico (gematria) y su respectiva posición en la secuencia del Alefato tienen una razón de ser de origen divino.
Las letras en sí son agentes de la creación
Se sabe que la “G” es una representación del YOD primera del hombre de YHVH, de este modo el IOD hebreo se convirtió en GOD. Pero ¿Por qué sustituyeron al YOD por la letra G? ¿Cuál fue el criterio para sustituir al YOD con la G?
Sin duda fue un proceso que se inició con la perdida de respeto a la tradición, a la que siempre había apelado la masonería, y vivió este abandono del pensamiento antiguo como una gran emancipación, pues a partir de ese ahora, todos y cada uno de los símbolos, podrán ser discutidos, cambiados e incluso eliminados, permitiendo que todo pueda ser reinterpretado de forma más acorde con los nuevos tiempos. Así se abrieron las puertas a todas las utopías políticas. Los geómetras se convirtieron en moralistas, los sacros misterios degeneraron en teatro para entretener burgueses, las danzas sagradas en bailes de salón; los mitos en literatura y la historia dejó de explicar las relaciones entre lo que es en el cielo y lo que acontece en la tierra.
Los Rituales modernos le dan cinco significados de la letra G: God (Dios), Geometría, Generación, Genio, Gnosis. La Letra G denota la Geometría: se aplica a la Construcción de la geometría del Universo, que se digna a tener lugar en la estructura social de la Generación.
Los contenidos sagrados originales de sus símbolos, expresados con un lenguaje hermético muy próximo al de la cábala y la alquimia, derivaron hacia el campo de lo filosófico en nombre del humanismo.
Muchos masones descartaron las prácticas iniciáticas y dejaron de oír aquella “voz interior”, que priorizaba el buscar dentro, con la esperanza de transformar el mundo, para así poder transformarse a sí mismos, de manera que una “sociedad nueva” produciría también un “hombre nuevo”. De este modo una mayoría de masones asistían o tomaban parte con entusiasmo en el penúltimo asalto contra sus propios orígenes.
El desafío para el Masón es no sólo trabajar en este mundo unidimensional (donde no hay Trascendencia), sino en un mundo multidimensional (este mundo y el otro mundo), donde sí hay Trascendencia, para lo debemos conocer los Antiguos Augustos Misterios y no quedarnos con los símbolos sustitutos vaciados ya de contenido.
There’s an unmistakable paradox surrounding the sudden death of Ron Mallett’s father when Mallett was an impressionable kid growing up in the Bronx: Had Boyd Mallett survived, his son never would have devoted himself with such obsessive zeal to unraveling the mystery of time travel in hopes of saving his father’s life.
Should Ron Mallett someday succeed — traveling backwards in a time machine to warn his father about this two-pack-a-day smoking habit — he would, in theory, be extinguishing the flame that has burned inside him for decades.
(Have you seen the movie “Interstellar”? Yeah, it’s kinda like that.)
“My love for him is still as strong as it was 60 years ago,” Ron Mallett told The Washington Post of his father, who died in 1955 at age 33. “When I’m on my death bed, I will be thinking of him. His death is the reason I am what I am.”
What he is is a 69-year-old theoretical physicist at the University of Connecticut who, at the tail end of a celebrated career, finds himself closer than ever to building the time machine that has mesmerized him since childhood.
Mallett’s work is rooted in the work of Albert Einstein’s general theory of relativity. His greatest achievement is a 15-year-old theoretical equation that, he believes, holds the key to finding his father and revolutionizing the way we think about time. To test the equation, Mallett needs to raise $250,000 for a feasibility study.
“People don’t realize how expensive research is,” he told The Post. “The Wright Brothers didn’t just build a plane. First, they actually built a wind tunnel to determine the best configurations for aircraft wings. When it comes to a time machine, we need to build the wind tunnel before we can think about building the plane.”
Einstein understood that if space could be twisted, then time could also be “twisted and bent back on itself to form loops,” according to Bloomberg. Based on that insight, the crux of Mallett’s theory is that a circulating beam of light is an even more effective way of twisting space and time.
Mallett likes to demonstrate his theory using a coffee cup:
Mallett proudly promotes his coffee cup demonstration now; but when he received his doctorate in 1973, he kept his time travel obsession quiet. At the time, he was one of only 79 African Americans among about 20,000 PhD physicists in the country, according to Bloomberg.
Discrimination in the field was much more prevalent at that time, Mallett said, and he worried that his interest in time travel would derail his chance of receiving tenure.
“Because of the fact that there were so few of us, I knew that I had to step carefully,” he said. “But I’ve always felt like the best way of getting back was achieving success.”
It’s an attitude he picked up early from his father, a World War II veteran who served as a medic in Europe before returning home and using the GI bill to enroll in technical college. There, he reinvented himself as a television repairman.
At home, however, Mallett’s father was intensely focused on grooming his family for even bigger things. He forced his kids to listen to classical music radio broadcasts and read poetry. He reveled in taking apart the family television set and showing his mechanically minded son how the entrails worked in concert. He believed strongly in the importance of education, Mallett recalls, and would only dole out his son’s allowance if his son could pass a multiplication test.
“If I ever have a chance to talk to him, I’d want to ask him what motivated him to go into electronics and become the renaissance man that he was becoming,” Mallett said, noting that his father grew up the poor son of a Pennsylvania brick-maker. “It’s like he was trying to build himself into a cultured, educated person and he was doing it all on his own.”
His father’s death from a heart attack at 33 plunged the family into poverty and sent 10-year-old Mallett into a crushing period of depression.
“He looked like this strong, robust man,” Mallett once told the Boston Phoenix. “When he died of this massive heart attack, it was as though the impossible had happened He was like Superman. I was just in a daze.”
The family relocated to Altoona, Penn., where what little money Mallett received from his mother was spent on five-cent books from the Salvation Army. Fueled by fantasies of time travel, those books quickly became a means of escape.
After graduating from high school, Mallett enlisted in the Air Force and spent four years as a computer technician for Strategic Air Command at Lockbourne Air Force Base outside Columbus.
Eventually, he earned his doctorate and was hired by United Technologies, where he spent two years working with lasers. Although he longed for academia, his understanding of lasers would prove invaluable decades later as he developed his theory about using light to bend time.
As he nears the end of his career, Mallett, who is married and has two stepchildren, is pushing on.
And what better time to do so? This year, Bloomberg notes, is “the 100th anniversary of Einstein’s general theory of relativity that made time travel a serious topic among today’s theoreticians and the 60th anniversary of his father’s death.”
Spike Lee bought the rights to Mallett’s 2006 autobiography, “Time Traveler,” and is shopping a script, the scientist said.
He’s raised only $11,000 of the $250,000 he needs to carry out his crucial experiments. He is at once helped and hampered by the very notion of time travel, a concept that galvanizes as much dismissal as curiosity.
“What people have to realize is that this is real science,” Mallett said. “The Wright Brothers had been able to get the financing they needed for their wind tunnels, it would have advanced things faster.”
With the aviation pioneers in mind, he finds comfort in a quote by Simon Newcomb, the onetime director of the U.S. Naval Observatory: “Flight by machines heavier than air is impractical and insignificant, if not utterly impossible.”
“Newcomb made his statement in 1902,” Mallett notes. “In 1903, the Wright Brothers flew for the first time.”
The 18th century church of Santa Maria della Maddalena (1763-90), better known simply as La Maddalena, was designed by the Venetian architect Tommaso Temanza (1705-89).
The entrance to the church is surmounted by the inscription SAPIENTIA AEDIFICAVIT SIBI DOMUM (Wisdom has built herself a home) and a curious image of an eye surrounded by an interlocking circle and triangle.
The all-seeing eye is one of the symbols of freemasonry and both the architect and the patron (a member of the Baffo family) of the church were freemasons.