SEVILLA 8.8.2020 / Jose Manuel García Bautista
Llegó a Alejandría a bordo del buque francés “L´Orient” un primero de Julio de 1798, era el buque insignia del almirante François-Paul Brueys D´Aigalliers, un buque con 120 cañones. Se trataba de un joven de 28 años que atendía al nombre de Napoleón Bonaparte. Su campaña en Egipto haría historia…
Aunque quizás la historia más enigmática fue aquella que lo llevó a tomar la decisión de pasar toda una noche en la Cámara del Rey de la Gran Pirámide, en soledad… Era un 12 de Agosto de 1799. A la mañana siguiente sus oficiales miraron a la entrada de la Gran Pirámide, la llamada “de Keops”, y allí vieron emerger la figura desencajada de Napoleón Bonaparte, sudoroso, nervioso, pálido…
No aceptó la ayuda de sus hombres, estaba nervioso y dejó que los rayos del sol bañaran su rostro. Nunca revelaría lo que le sucedió aquella noche de magia, recuerdos, sensaciones, sentimientos…
Su aventura comienza un 19 de mayo de 1798, en el puerto francés de Toulon. En las fechas previas el Directorio postrevolucionario de París le dotó de una flota de 328 embarcaciones y más de treinta mil hombres para acometer una misión secreta hasta pasadas las primeras semanas de navegación.
Poco tiempo después se conocía el objeto de la misión: conquistar Malta y marchar sobre Egipto. Napoleón desembarca en el Delta del Nilo el primero de julio de 1798, veinte días después, cerca de las pirámides de Giza, los hombres de Napoleón tuvieron su primer a “batalla” con los mamelucos que gobernaban Egipto.
Parecía una batalla sin igual, los mamelucos era aliados de los británicos, los hombres de Murad Bey formaban con seis mil jinetes, doce mil fellahs y las de tropas no regulares armadas con sables y lanzas. Sin embargo el ejército francés contaba con un arma secreta: la estrategia de Napoleón Bonaparte que dispuso a sus hombres de tal manera que resto la superioridad numérica mameluca con facilidad.
La victoria fue francesa y fue el momento de descubrir las bellezas de aquel arenoso país, comenzando por aquellas tres silueta que de divisaban en el horizonte…
Con Napoleón viajaban importantes científicos y eruditos franceses, 167 en cuestión, entre ellos un joven François Jomard, que se enfrentaba a los desniveles de la Gran Pirámide y los excrementos de murciélago.
No había nada, no había tesoros, sólo una inmensa y sosegante soledad. Alguien del grupo disparo su arma y comprobaron como la pirámide resonaba…
El científico comenzó su labor de medición y palideció, aquellos “ignorantes” egipcios habían utilizado en su construcción medidas como el estadio, el codo o el pie, que eran fracciones exactas del tamaño de la Tierra, Jomard escribía impresionado en su cuaderno de campo: “Nos han transmitido el patrón exacto de la dimensión del globo terráqueo y la inapreciable noción de la invariabilidad del Polo”.
Jomard fue el primero, conocido, que planteó que aquella monumental construcción no sirviera jamás como tumba de ningún faraón sino de “patrón de medida” destinado a conservar algún remoto conocimiento matemático.
Napoleón estaba fascinado con el país del Nilo y quiso saber que se podría construir con todas las piedras de la Gran Pirámide, la respuesta fue tan monumental como la Maravilla del Mundo Antiguo que tenía ante si: un muro de tres metros de altura por casi uno de espesor, que rodeara toda Francia.
Los científicos seguían sorprendiéndose con aquel monumento, la siguiente sorpresa sería la precisa orientación de sus caras a los cuatro puntos cardinales.
La noche del 12 de Agosto de 1799 Napoleón pidió a sus oficiales que le dejaran solo, quería pasar la noche en el interior de la Gran Pirámide. Sus oficiales de más rango se miraron, no entendían aquella petición y revisando el monumento la desalojaron reforzando la presencia de vigilancia en torno a él. Lo que iba a ocurrir en su interior quedó para siempre como el mayor secreto del emperador.
Antiguo Egipto mágico
En “Secretos de la Gran Pirámide” Peter Tompkins explica: “En un determinado momento Bonaparte quiso quedarse solo en la Cámara del Rey, como hiciera Alejandro Magno, según se decía, antes que él”, fue tras una campaña Siria y Palestina.
Napoleón quería imitar a otros grandes estrategas cuya leyenda decía que habían pasado la noche en soledad en el interior de la pirámide, grandes genios militares como el propio Alejandro o Julio César. El paleopatólogo Bob Brier, prestigioso egiptólogo, decía: “por lo visto, creía en las propiedades mágicas de la pirámide”.
En su libro “Secretos del Antiguo Egipto mágico”, aclara qué esas propiedades -según los Textos de las Pirámides, grabados sobre monumentos de la V Dinastía-, un siglo más modernos que la Gran Pirámide, eran una especie de “máquinas para la resurrección” de los faraones.
Así el proceso –dicen esos antiguos salmos religiosos– se componían de tres fases: la primera, el despertar del difunto en la pirámide; la segunda, su ascensión al más allá, atravesando los cielos, y la tercera, su ingreso en la cofradía de los dioses. ¿Se trataba entonces de una iniciación faraónica?
Napoleón había leído la obra del abad Terrasson “Sethos ou vire tirée des monuments et anecdotes de l’ancienne Egypte” (1733), en cuyas páginas se imaginan las pruebas iniciáticas a las que el faraón Seti debió someterse en la Gran Pirámide. Terrasson magnificó una serie de creencias que se basaban en algo real: Gran Pirámide había visto para por sus pasillos a muchos altos dignatarios y reyes, probablemente para participar en extraños ceremoniales que pocos conocían.
Uno de ellos es el llamado “Hebsed” que es una fiesta en la que se creía que el faraón se rejuvenecía mediante el acceso a los secretos de la vida eterna, y que se celebraba cada treinta años de reinado o cada vez que la salud del monarca se resentía… Pues bien, Napoleón Bonaparte, aquella noche del 12 de Agosto, le restaban sólo tres días de cumplir esa edad… ¿Casualidad? ¿Era parte un rito iniciático faraónico?
Otro dato más: junto a Napoleón en aquella campaña viajaban un nutrido grupo de masones, generales de su ejército como Jean Baptiste Kléber o Joachin Murat. Para Gérard Galtier, historiador sobre francmasonería, los franceses exportaron los ritos masónicos a Egipto en aquella campaña napoleónica, destacando el Rito de Menfis. Solutore Zola, pariente del escritor francés Zola y Gran Maestre afirmaba en 1863 que Bonaparte y Kléber: “recibieron la iniciación y la filiación del Rito de Menfis de un hombre de edad venerable, muy sabio en la doctrina y las costumbres, que se decía descendiente de los antiguos sabios de Egipto” y prosigue: “La iniciación tuvo lugar en la pirámide de Keops y recibieron como única investidura un anillo”.
La confesión de Napoleón
Otro dato más: el padre de Napoleón, su hermano José Bonaparte conocido en España como “Pepe Botella” durante su reinado o su esposa Josefina fue Gran Maestre de una logia masónica femenina que fundó en Estrasburgo con su marido de entonces, Alejandro de Beauharnais.
A Napoleón se le señaló como miembro de la logia Hermes Egipcio; a muchos de los científicos y sabios que llevó consigo a la campaña de Egipto como Monge, Norry, Saint-Hilaire –entre otros– se dijo que pertenecían a la logia de los sophisiens, que anualmente se reunían en París para celebrar cierto “banquete egipcio” .
En la obra “Mémoires historiques et secrets de l’impératrice Joséphine” de 1820 se recoge una confesión de Bonaparte a su esposa: “He consumido mi vida entre movimientos continuos” y sigue “que no me han dejado ni un solo minuto para cumplir mis deberes de iniciado a la secta de los egipcios”.
Es el último trabajo del autor en: “Egipto Misterioso”.
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