"Amad, pues a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando de ellos nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos". Lucas 6: 35
Es algo muy humano dar algo a otras personas con la esperanza de recibir en algún momento futuro algo a cambio de lo que damos. Debido a la expectativa de ser retribuidos, damos a aquellos con quienes simpatizamos y que son nuestros amigos.
Pero la enseñanza de Jesús contradice ese principio humano. Él enseñó a sus discípulos a amar a sus enemigos sin esperar recibir nada. Es decir, Jesús dice: «Da amor al que más te odia, sonríe a esa persona que ni siquiera desea verte, sé cortés con los rudos y descorteses, elogia al que te critica, bendice al que te maldice».
Jesús fue el modelo de cómo tratar con amabilidad a los que nos persiguen para hacernos mal. El abre la puerta de su corazón de par en par para recibir a todos los seres humanos. A quienes lo aman, y también a quienes lo desprecian; a quienes lo reconocen como el Señor, y a quienes lo niegan; a quienes lloraban por él, mientras le crucificaban, y a quienes se mofaban y le escupían en el rostro; a quienes lo acompañaban en su dolor, y a quienes lo clavaban en la cruz. Él instruyó a sus discípulos a mostrar gracia a sus adversarios con la esperanza de que sus enemigos llegaran a ser, algún día, sus amigos.
Aunque a menudo los conflictos con las personas parecen insuperables, el poder y la gracia de Dios pueden hacer cosas más allá de lo que podemos imaginar. Los discípulos comprobaron esta verdad cuando Saulo, el perseguidor de los cristianos, se convirtió en Pablo, el amigo de Jesús y de su iglesia.
Habiendo recibido esta gracia, Pablo escribió: «Porque el siervo del Señor no debe de ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, que con mansedumbre corrija a los que se oponen» (2 Tim. 2: 24, 25).
Dios espera que hoy tratemos a otros con amor y con espíritu perdonador para que puedan ser salvos, que seamos amables y gentiles con todos. Y por favor, no creas que esto sea una opción. Es el requisito para ser «hijos del Altísimo».
Cuando Jesús venga, solo reconocerá como hijos suyos a quienes hicieron lo que él mandó: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5:44,45).
Bendiciones. Su hermana y amiga, Graciela