EL RIESGO DE UNA VIDA SIN ORACION
"Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: «¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?" Mateo 26: 40
El ataque enemigo era inminente. La amenaza habría sido evidente para cualquiera. Era tiempo de velar en oración. Jesús lo sabía. Conocía el peligro que se avecinaba. Decretó alerta roja. Advirtió a sus discípulos, especialmente a Pedro, de la urgente necesidad de orar. Les dijo: «Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mat. 26: 41).
Esta advertencia del Maestro no preocupó a Pedro. Se sentía autosuficiente, y la autosuficiencia no necesita de la oración.
Vivir sin oración significa un paso más hacia el fracaso. Mientras Pedro contaba ovejas en su sueño, Judas, los guardias del templo y los soldados prendieron al Señor. Cuando Pedro despertó y vio el ultraje que le hacían a su Señor; reaccionó con furia. «No te preocupes . Señor. Yo te defenderé. Aquí estoy para protegerte». Sacó la espada y le cortó la oreja a uno de los que efectuaban el arresto. Los soldados se llevaron a Jesús y el mundo de Pedro se derrumbó.
Por falta de oración, no estaba preparado para la hora de la prueba. Ese era Pedro, pero, ¿qué podemos decir de nosotros mismos? ¿Es opcional la oración, o es una necesidad? ¿Oramos solo en momentos de emergencia? ¿Creemos que cuando las cosas son estables y seguras, se puede vivir sin oración?
Pablo aconseja orar en todo tiempo, en los buenos y en los malos; en la adversidad y en la prosperidad. La oración constante y sin cesar es necesaria. Estamos bajo amenaza. Quizá pensemos que nuestras oraciones son pequeñas, como el ruido que un martillo hace Cuando se estrella en una plancha de metal; pero Jesús aseguró que el poder del mal no prevalecerá.
Una vida sin oración es una vida sin poder. El fracaso es el resultado seguro de la falta de oración. Satanás huye del cristiano que ora, pero hace fiesta con el que descuida la comunión con Dios. El valor real de la oración persistente no es tanto que Consigamos lo que queremos, sino que llegamos a ser la persona que deberíamos ser.
La oración no cambia a Dios, pero nos cambia a nosotros. El débil se vuelve fuerte. El vencido se torna vencedor. El caído se levanta. El temeroso se vuelve valiente. El que duerme se despierta. Únicamente los que luchan en oración son gigantes espirituales y vencedores a la hora de la tentación. Ahora te pregunto: ¿Cómo está tu vida de oración?
Extraído de la web
Graciela
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