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¡Ah!, que cosas tan hermosas viví en mi niñez, como esa en la que visitaba a varias señoras antes de hacerle los mandados a mi mamá para ver que se les ofrecía de la tienda para traérselo y asi ganarme mis centavitos y sentirme millonario con ellos, o esa, en la que varias personas me pedían untarles mi saliva en sus dolencias para aliviarselas, por aquello de que yo era cuate y que por esa razón mi saliva tendría propiedades curativas y ¡ funcionaba ! pues sus dolores, o las protuberancias que tenían en sus cuerpos por torceduras u otras causas les eran sanadas con solo sobarles con mi saliva; o esa otra en la que acompañaba a mi mamá y después iba solo al mercado por el mandado, unicamente con el fin de hacerme acreedor a un " boli " ¿ recuerdan esa palabra?
¡ Qué tiempos! recuerdo también que atrás de la calle Zempoala había un potrero el cual conocíamos como Pomona; en ese potrero, que era el paso casi obligado para llegar a las vías del tren, y de allí a otros potreros en uno de los cuales había un hermoso nacimiento de agua. Aprendí a nadar en una zanja en Pomona que se llenaba de agua cuando llovía, junto con varios compañeros de aventuras.
Esa zanja se convertía en un chapoteadero de agua sucia o contaminada por el barro que formaba el suelo de esos lugares, sólo que a nosotros nos parecía una flamante alberca casi casi olímpica y con aguas sumamente cristalinas en la cual hicimos nuestros pininos como tritones en los que pasamos momentos verdaderamente excepcionales.
Un poco más allá, se encontraban y se encuentran aún las vías del ferrocarril, mismas qué tomábamos como pistas para nuestras competencias de los cien metros planos sobre vía, ó como barras de equilibrio en las diversas actividades deportivas que organizábamos de todos contra todos. Para el tendido de las vías, tuvieron que rebanar unos cerros en esa área para que tuvieran el nivel apropiado, por lo que a los costados de la misma, quedaron unas terraplenes inclinados en donde dejamos muchas veces la parte trasera de nuestros pantalones, ya que a determinada altura, cavábamos unos hoyos en forma de asiento, para que el más atrevido tomara posesión de él y exponerse a que los demás lo destronaran en una competencia también de todos contra todos la cual era lo suficientemente divertida como para pasarnos el día casi completo en ese juego en el que además de desgastar nuestros pantalones en salva sea la parte, también les dábamos en la torre a la parte de las rodillas dejando tremendos hoyos en ese lugar y que por lo mismo, nos exponíamos a los justos reclamos de nuestras madres, reclamos que en la mayoría de las veces, ni mella nos hacían porque lo más importante para nosotros eran nuestros juegos y de ninguna manera nuestra pobre ropita. ¿ Pueden imaginarse todo eso?
Siempre tuve muy buena relación con todos mis amigos, pero por cirscunstancias normales en toda relación amistosa, tuve mayor acercamiento con Pancho Tamayo y Manuel Ceballos, por lo que en la mayoría de las ocasiones, nos íbamos los tres juntos más allá de las vías, a unos potreros en donde se encontraba el nacimiento de agua, donde nos bañábamos, jugábamos y agarrábamos camarones que ahí se criaban, esto lo hacíamos ya casi para regresar a nuestras casas, porque antes, ya habíamos " explorado " esas tierras inhóspitas y peligrosas en donde a cada paso exponíamos nuestras vidas si nos topábamos con los apaches del lugar, por lo que, a la manera de ellos, confeccionábamos nuestros poderosos arcos y nuestras flamantes flechas de unos árboles a los cuales llamábamos " espinos " ya que las ramas de estos árboles eran las únicas que contaban con los " estándares de dureza y flexibilidad para construir un verdadero arco profesional " ¿ Si comprenden ?
Estos arcos sí que eran unas hermosas piezas de la ingeniéria " arcoril " ya que las puntas de los mismos las calentábamos al fuego para luego darles su forma tradicional, e inmediatemente los sumergíamos en agua fría para fijarles la " auténtica " forma de arco; La elaboración de las flechas también se hacía con una sofisticada técnica que hubiera puesto verdes de envidia a los mismísimos indios americanos. Originalmente usábamos las ramitas mas derechas que encontrábamos, las pulíamos con el filo de un cristal roto de cualquier botella, y luego le seccionábamos un poco en la parte de atrás para injertarle una pluma de lo que fuera, y por último, afilábamos la punta de la flecha y ¡ listo ! a cazar venados, leónes, elefantes y sobre todo ¡ gallinas ! ¿cómo la ven?
Posteriormente, perfeccionamos la técnica para producir flechas, y empezamos a aprovechar los adelantos científicos y tecnológicos de ese tiempo; fue entonces que empezamos a adquirir astillas y birotes ¿ así se les llama ?, para que de allí obtuviéramos nuestra materia prima, ( palitos como de 60 cms de largo X 1 cm de grosor en forma cuadrada ) mismos que redondeábamos con el filo de un trozo de cristal y después le pegábamos un pedazo de pluma seccionada a la mitad en cada uno de los lados posteriores de la flecha. Después, tomábamos un pedazo de lámina gruesa, la cortábamos según la forma de una punta de flecha y la sujetábamos a ella con un alambre delgado de cobre, enrollado cuidadosamente, ¡y ya estuvo! teníamos en nuestras manos y hecha por nosotros mismos, el más maravilloso y exacto modelo de flecha jamás diseñado.
Ya con nuestros arcos y flechas, Pancho, Manuel y yo, formamos el club de los tres flecheros cuyo salón de reuniones se encontraba en un viejo chiquero en la parte trasera de mi casa en donde planeabamos los pasos a seguir en nuestras próximas incursiones por esos valles llenos de peligros para posteriormente librar innumerables batallas contra pájaros, árboles de plátano, gallinas, etc. lo sorprendente de nuestros arcos y flechas, es que éstas alcanzaban una distancia mas allá de los cien metros y sin desviarse, lo que nos hizo expertos en su manejo, tan expertos, que en una ocasión en el pueblo de Tepeyahualco, Pue. lugar en donde mis cuates y y pasamos unos momentos inolvidables que ya les contaré, se me ocurrió lanzar una flecha al cielo, junto a la casa de mi tío y justo arriba de mí, cuando de repente, sale mi tío de su casa, y la flecha, de regreso, cayó a sus piés, y ahí terminaron nuestros gloriosos días de flecheros porque mi tío confiscó nuestro armamento y desde ese momento pasamos, de ser indios a ser vaqueros.
Josè Luis HC.