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Pasados algunos meses en los que vivimos diversas situaciones en esa vecindad, como esa en la que en una ocasión estábamos jugando beisbol en la calle todos los muchachos del barrio, y de repente, veo que todos empiezan a correr y a meterse a la vecindad, y para cuando me di cuenta, ya dos agentes secretos de la policia capitalina me tenían agarrado de los brazos y empezaron a llevarme a una patrulla que se encontraba a un costado de un mercado junto a la vecindad, ya que estaba prohibido jugar en las calles, cuando de repente hace su aparición la "mamá" acompañada de muchos vecinos, y entre dimes y diretes que me sueltan y que me dejan libre, ¡ chido verdad !, bueno, como les decía, después de unos meses en que ya nuestras familias sabían donde encontrarnos y, ante la insistencia de nuestros familiares, empezamos el éxodo para retornar al seno familiar, por supuesto, después de agradecer y bendecir a toda la gente de la vecindad que de alguna manera nos ayudó en los momentos mas críticos de nuestra aventura, y en forma muy especial a la "mamá" que cuidó de nosotros como si de verdad lo hubiera sido.
Pancho se regresó a Xalapa con su hermano Jorge y después Manuel también se regresó a su casa, si no mal recuerdo con Isaías su hermano, yo, por mi parte y con el consentimiento de mis padres, tomé camino con mi tío Raul, contratista de obras, y fui a parar hasta un pueblito en el Estado de Hidalgo llamado Chalpulhuacán en donde se llevaba a cabo una obra para construir un hospital y en la cual colaboré como chalán de albañil.
Poco a poco me puse abusado y después era yo uno de los encargados de colocar el azulejo en lo que sería la sala de operaciones con el consabido aumento en mis percepciones, así que después de ser chalán, me convertí en todo un maéstro pegaazulejo, ¡ no digo !
A pesar de que yo era sobrino del jefe, todos los albañiles y maestros sin excepción, me trataban de maravilla ya que yo también les demostraba con mi trabajo, que en mi tierra también hacía aire y que nunca me rajé para hacer la mezcla y para cargar los botes llenos de ella desde abajo hasta el mero techo del hospital.
En mis días de descanso, que por lógica eran los domingos, me iba sólo al parquecito del pueblito, y en el mero centro de éste se levantaba un Kiosquito en el que se encontraban diversos instrumentos musicales, desde un violín, hasta un arpa, mismos que cualquiera que se subiera al Kiosco tenía que tocar y acompañar a los que ya estaban tocando.
Era hermoso ver en ese parquecito a mucha gente del pueblo y pueblos circunvecinos, ataviados con la ropa típica de la región, las mujeres con sus vestidos, chales, delantales, etc. de muchos colores al igual que las cintas que adornaban sus abundantes, brillantes, negras y limpias cabelleras, y los varones, con huaraches y calzones de manta, blanquísimos y amarrados al tobillo, coronando su especial atuendo, un sombrero de palma y además, un paliacate rojo al cuello para rematar. Lo màs maravilloso era ver con qué gran orgullo portaban sus prendas.
Cuando de pura chiripada mi tío se quedaba un domingo, me llevaba a Tamazunchale S.L.P. que era otro pueblo típico, pero con mucho comercio, por lo que en esos dias se juntaban varios indígenas de pueblos muy alejados que le daban un colorido único a la plaza del lugar, recuerdo que mi tío en una ocasión me regaló una chamarra de cuero con tiritas en los flecos, precioso.
Como les dije, mi relación con mis colegas en la construcción era excelente, pero de todos ellos había un cristiano que tocaba muy bien la guitarra y ahí fue que me interesó aprender a tocarla para acompañar esa voz privilegiada que Dios me había dado, digo que allí me interesé, porque mi padre, a pesar de sus esfuerzos porque aprendiéramos de él a tocarla de acuerdo a lo que él sabía, nunca logró que lo hiciéramos, así que este amigo, con toda la paciencia del mundo me enseñó lo elemental para que yo mismo me acompañara musicalmente en mis canciones.
Al terminar la construcción del hospital en ese lugar, mi tío me pasó a dejar en otra construcción que tenía a su cargo en Tlalnepantla, Edo, de Mexico, y él se fue para Tierra Blanca, Ver. a supervisar otras construcciones que tenía a su cargo. En Tlalnepantla duré solamente unos meses como chalán de albañil, y eso, aunado a ciertos problemas con el maestro de obras por la falta de pago de mis honorarios y otras causas, fue lo que me decidió, aunque fuera de aventones a regresar con mis padres a los que ya extrañaba enormemente, para esto, ya habían transcurrido tres años desde que iniciamos Pancho, Manuel y yo, la aventura detras de un sueño que no se cumplió, pero que a pesar de todos los sufrimientos que pasamos y que hicimos padecer a nuestros padres, fue una experiencia en la que obtuvimos ciertos conocimientos que no hubiéramos adquirido de otra manera.
D.R. Josè Luis H.C.