Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan,… se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. —Hechos 4:13
Un joven estaba predicando a los transeúntes en Hounslow, en las afueras de Londres, Inglaterra. La mayoría lo ignoraba, unos cuantos se burlaban y varios se detuvieron a escuchar. Pero sin importar la reacción de las personas, él seguía sin inmutarse. Con una potente voz y una clara determinación, abrió su corazón —no con las palabras de un profeta iracundo, sino con la profunda preocupación por los hombres y las mujeres en esa calle. Sus ojos, sus expresiones faciales y el tono de su voz revelaban una actitud de compasión, no de condena. En todo ello, él compartía con denuedo el amor y la gracia de Jesucristo.
En Hechos 4, cuando la iglesia todavía llevaba poco tiempo de formada, Pedro y Juan también se dirigieron osadamente a las personas de su generación. ¿La respuesta de los líderes de su tiempo? «Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús» (v. 13). Ese denuedo no era fruto de la capacitación ministerial sino del mucho tiempo que habían pasado en la presencia del Maestro. Como resultado de ello, se habían vuelto personas apasionadas por todo aquello que concernía a Cristo —el destino eterno de los hombres y las mujeres.
Ese mismo apasionado denuedo era lo que se veía en el rostro del joven en Hounslow. ¿Lo ven las personas en nosotros? —WEC — Bill Crowder