El quebrantamiento.
Primera parte
“LOS SACRIFICIOS DE DIOS SON EL ESPÍRITU QUEBRANTADO…” (Salmo 51:17)
Un mundo que da tanta importancia al éxito no le da valor a las cosas rotas. Pero Dios hace que de la ruptura y el quebrantamiento surja la belleza.
Para que una planta salga de la tierra, la semilla tiene que quebrarse.
Para que un polluelo pueda experimentar una vida en libertad, la cáscara tiene que romperse.
Hasta un caballo pura sangre tiene que quebrarse; tiene que aprender a responder al tirón de las riendas y a la voz del domador. ¿Lo vas entendiendo? Tras un encuentro humillante con Cristo en el Camino de Damasco, Pablo reevaluó toda su actividad religiosa anterior de la que tanto había hecho alarde y la llamó “estiércol” (véase Filipenses 3:8 NVI). ¡Y nadie presume acerca del estiércol, sino que nos da asco!
El quebrantamiento es la forma en que Dios trabaja con nosotros para deshacernos de nuestra autosuficiencia, con el fin de que el carácter de Cristo pueda brillar en nosotros.
Pero no lo malinterpretemos; estar quebrantado no significa necesariamente tener que pasar por algún tipo de tragedia.
Mucha gente vive tragedias que no les acercan a Dios o ni siquiera lo reconocen. Es un hecho que el mismo calor que deshace la mantequilla endurece el barro.
El quebrantamiento no tiene que ver tanto con nuestras circunstancias como con nuestra reacción ante las mismas.
¿Qué está queriendo Dios enseñarnos en ese momento?
El verdadero quebrantamiento ocurre cuando Él nos despoja de nuestra autosuficiencia hasta el punto en que no nos queden fuerzas para recuperarnos solos.
Cuando Dios bloquea toda salida que queremos tomar y nos damos cuenta por fin de que sólo Él es nuestra solución, entonces hacemos un descubrimiento que cambiará nuestra vida.
¿Y cuál es? te preguntas. Cuando lo único que tienes es a Dios -
¡Él es lo único que necesitas! En resumen:
El poder de Dios está reservado para los que han dejado de hacer las cosas en sus propias fuerzas o cumplirlas para sus propios fines...