EL MILAGRO DE LA RESURRECCION
En mi jardín, sobre el tallo de un rosal, una oruga gris se arrastraba y buscaba a tientas un lugar favorable para su prodigiosa metamorfosis. Puso la mira en una horcadura, se instaló en ella y paulatinamente empezó a confeccionar su capullo. Interesado por ese fenómeno, regularmente iba al jardín para no perderme la apertura del capullo. Por fin, un hermoso día, tuve la alegría de asistir al nacimiento de una bella mariposa que secaba sus coloridas alas al sol. Todavía era frágil, estaba como aturdida por la extraordinaria mutación que acababa de experimentar y deslumbrada por la luz del día.
¡Qué magnífica imagen de la resurrección! Como la oruga, a menudo el ser humano arrastra una existencia miserable en la tierra. Luego, su cuerpo duerme en la tumba como una crisálida aparentemente sin vida. Por último, a imagen de la hermosa mariposa, el creyente resucitará.
Esta oruga y esta mariposa son un mismo ser: un ser que empieza por arrastrarse y termina por volar. Ocurre lo mismo con aquel a quien Cristo salvó: empieza su existencia interesándose sólo por las cosas terrenales. Después recibe la vida de Dios y se apega a las cosas celestiales. Pronto, cuando el Señor venga, vestirá un cuerpo inmortal y glorioso, con el cual verá a su Salvador cara a cara. Entonces será hecho semejante a él.
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Daniel 12:2. |