El descubrimiento ocurrió meses después del deceso. Lo hizo un familiar que, por curiosidad, comenzó a buscar en todos los cajones. Lo hacía con la misma expectativa del arqueólogo que busca en las profundidades en procura de algo valioso. Y lo halló: Dos obras breves en un libro de partituras ¡Una verdadera obra de arte!
¿Su autor? Wolfgang Amadeus Mozart. "Previsible de alguien como él", me dirá usted. Pero, preste atención: escribió estos 75 compases para piano, de cinco minutos de duración y un preludio de un minuto, cuando aquél músico genio tenía siete años.
Por muchos años se creyó que eran de la autoría de su padre Leopoldo. Pero un análisis cuidadoso de esta composición para concierto, permitió corroborar que fue del joven Mozart. Hoy se encuentran en una casa-museo en Salzburgo.
"Una creación para el mañana", dijo el tutor del documento. Y tiene toda la razón. Hoy podemos disfrutar de esas huellas que dejó hace muchísimos años este compositor insigne.
Deje marcado un sendero
Cuando usted va al campo, encontrará senderos marcados por cientos de transeúntes a lo largo del tiempo. Días, meses, años. Y ese tránsito no se puede borrar. Queda ahí. Para la posteridad. Igual lo que sembramos en los demás: nuestro trato, la forma como les decimos las cosas e incluso, como los hacemos sentir. Mozart dejó huelles para el futuro. Usted y yo no somos compositores, pero igual, podemos plasmar nuestras huellas.
La Biblia nos enseña que podemos sembrar huellas que edifiquen o destruyan a otros. La decisión es nuestra y nada más que nuestra. El rey David escribió:
No hay nada mejor que en su lugar de trabajo, donde estudia, en el círculo de amistades que maneja en la cuadra o quizá con su familia, puedan referirse a usted como alguien de quien han aprendido cosas buenas.
Piense por un instante, ¿qué huellas está dejando entre quienes le rodean? Si usted faltara, con sinceridad, ¿qué podrían testimoniar respecto de su vida sus amigos, familiares, cónyuge o tal vez sus hijos? Recuerde que todos podemos cambiar y crecer. Hacerlo es posible cuando tenemos a Jesucristo en nuestro corazón. ¿Ya lo recibió como su Señor y Salvador?