El salmo 138 es un precioso
himno de acción de gracias.
Un sentimiento cálido y hondo
le brota al salmista desde el fondo de sus entrañas emocionadas por el recuerdo de tantos beneficios operados por obra y gracia de la misericordia.
"Te doy gracias con toda mi alma.
Dios mío.
Emocionado y agradecido
tomaré en mis manos el arpa de oro
y delante de los ángeles tañeré para Ti.
Me doblaré en el suelo, vuelto hacia tu Santuario,
para pronunciar tu Nombre y darte gracias por tu inmensa misericordia
y por tu nunca desmentida fidelidad,
porque si la fama de tu misericordia es alta
la realidad supera todo.
Cuando el miedo atravesaba mi garganta
alcé mis brazos y mis ojos hacia Ti,
y Tú me miraste con ternura,
y el valor creció en mi alma como árbol frondoso"
Y en los versículos 4 al 6,
envía el salmista un aviso a los grandes.
"Anden con cuidado los reyes y poderosos
porque aquí el único grande es el Señor,
y Él posa su mirada de benevolencia
sobre los humildes
y en cambio mira con recelo a los soberbios,
a los cuales los distingue desde lejos.
Así pues, que se dediquen también
los grandes a dar gracias al Altísimo"
Y en los versículos 7 y 8 el salmista de nuevo vuelve, emocionado y agradecido,
a ponderar las maravillas operadas
y que sigue operando
la misericordia del Padre en su vida.
"Cuando avanzo entre espadas afiladas
y sombras de muerte,
levantas tu invencible brazo
contra la furia de mis enemigos,
me cubres con un escudo protector,
y me guardas la vida.
En resumen, tu derecha siempre me salva"
Y esto no es todo, mañana será mucho mejor,
mañana resplandecerá la misericordia
como un sol y habrá prodigios de predilección,
favores y ternura,
porque tu misericordia no morirá nunca jamás.
Aleluya.
Y quiero terminar con este espléndido versículo 14
del salmo 90,
que aconsejaría aprendérselo de memoria y repetirlo muchas veces como una jaculatoria:
"Por la mañana sácianos de tu misericordia
y toda nuestra vida será alegría y júbilo".
El versículo es de una hermosura incomparable.
Cuando el hombre despierta por la mañana
y abre los ojos,
y deja entrar por la ventana de la fe
el sol de la misericordia,
y todos los espacios interiores
quedan inundados de esa luz hasta la saciedad,
entonces no hay idioma humano que sea capaz
de describimos semejante inundación.
Como por arte de magia el viento se lo llevó todo:
las culpas, el polvo, la muerte, el miedo,
la decadencia, el humo, las sombras,
y la vida y la tierra entera
se entregaron frenéticamente a una danza general
en que todo es alegría y júbilo.
El problema es uno sólo: saciarse de misericordia.
P. Ignacio Larrañaga