La semana pasada nos cambiamos con la familia a una nueva casa. Los cambios me revolvieron los pensamientos y las emociones.
Por el miedo y la ansiedad hubiera preferido no pensar, pero al contrario, no pude dejar de hacerlo, desde los pensamientos más catastróficos, hasta los más ingenuos.
Mis emociones variaban en un segundo de la felicidad plena, al pánico total, pasando por la queja y hasta por lo más absurdo.
No deja de sorprenderme la diferencia entre lo que la gente dice que uno debería estar sintiendo en los momentos especiales y lo que yo realmente siento.
Me dicen:
-"Debería estar feliz", y yo me siento asustado.
-"Debería estar muy preocupado", y yo estoy tranquilo.
-"¡Por fin salió de eso!", y yo añoro el reto de lo conquistado.
Éstas son algunas de las reflexiones que tuve en aquellos días.
En un cambio, se tienen más cosas de las que se cree tener, más por resolver, más por reacomodar, más por cambiar.
Sale todo la mugre que no se veía.
Se encuentran tesoros del pasado, que se tienen pero que no son valorados ni disfrutados.
Se encuentran recuerdos del pasado que no se quieren, ni interesan, pero que uno se resiste a desechar.
Sin importar lo que uno haga, unos se declararán totalmente de acuerdo con la decisión tomada, mientras otros estarán en contra de ella.
Lo que no se ordene durante los primeros días, posiblemente permanecerá así durante meses o años. Las opiniones de los demás están sujetas a sus propias limitaciones. Sin importar que tan cautelosamente se planee, habrá adversidades inesperadas.
La ilusión y el entusiasmo, se entrelazan con el miedo.
Son necesarios variados consejos, sin atenerse a una única opinión.
La mayoría de los aspectos agradables y desagradables de la vida se mudarán con uno, porque dependen de uno mismo, no de sitios, ni personas.
Después de todo y más que nada, estoy feliz, porque al menos por esta vez le gané la partida a mis miedos.