La Ingratitud
Ps. Diego Arbeláez
"...En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos". (2 Timoteo 3:1-2)
La ingratitud es un pecado que puede herir profundamente a las personas que se han sacrificado por nosotros: a los padres, hermanos o amigos. Cualquier tipo de maldad es el trueno; la ingratitud es el rayo. El trueno asusta, pero el rayo mata.
La ingratitud es el espectáculo más triste que uno pueda presenciar. Veámoslo a través de una vieja fábula:
"A cierto lobo glotón se le atravesó un hueso en la garganta mientras comía. Viéndose en semejante apuro, rogó con mil promesas a una cigüeña que se lo extrajera.
Oye- le dijo- tú que tienes un pico tan largo, bien podrías quitarme este hueso que me ahoga. Hazlo por favor, que yo recompensaré tu servicio.
Enternecida la cigüeña por los ruegos del lobo y confiada en sus promesas, le sacó el hueso con suma habilidad; y luego, terminada la operación, le pidió el pago de sus servicios, a lo cual, el lobo mostrándole los dientes contestó:
¡Cuán necia eres! Después de que he tenido tu cabeza entre mis dientes ¿Aún me pides premio mayor que el perdonarte la vida y dejarte libre para contar que pusiste tu vida entre mis dientes?
Ante la insólita respuesta, para evitar mayores desengaños, se marchó la cigüeña sin decir nada"
¿Lo ve? La ingratitud es la insensibilidad a los favores recibidos. Es la amnesia del corazón.
Es inútil esperar bien de los malvados, ellos nunca corresponden a los favores recibidos. Por más miel y leche que usted diera a las víboras, veneno solamente le escupirán.
¿Quién no ha sido pagado con ingratitud? El que no sepa de ingratitudes poco bien habrá hecho en la vida. Pero bueno, ¿qué importa la ingratitud de los hombres? Al fin y al cabo, al servir, uno solo trata de hacer el bien y no de colocar fondos ni de recibir recompensas.
Es preferible crear ingratos que dejar de hacer el bien. Además, el mal pago añade mérito a las buenas obras.
Quien sirve conocerá a veces la ingratitud pero también la emoción de dar. Y siempre se encontrará gente noble y agradecida.
Una señora contaba: "Todas las mañanas, de camino a mi trabajo, me encontraba a una mujer de mediana edad que, envuelta en un abrigo andrajoso, pedía limosna a la puerta de una iglesia de ladrillo. A cuanta persona pasaba por allí le daba los buenos días con una cálida sonrisa, y yo también le regalaba algo.
Luego de casi un año, noté que la mujer había desaparecido, y me pregunté qué le había sucedido. Sin embargo, un día volvió a aparecer junto a la Iglesia, aún con su abrigo de siempre.
Yo me estaba disponiendo a abrir mi bolso para darle su ayuda, pero ella me detuvo.
- Gracias por ayudarme todos esto días – dijo -. Ya no me verá más por aquí, porque he conseguido un empleo.
Entonces sacó de una bolsa un paquetito y me lo dio. Había estado esperando allí, pero no a que le dieran dinero, sino para obsequiarle una rosquilla a cada una de las personas que la habían socorrido"
De todas las personas que me escuchan, las únicas que serán realmente felices son aquellas que busquen y hallen la manera de ser útiles a los demás.
Siembre semillas buenas de paz y de optimismo. Viviendo según su recta conciencia. Ayude a otros lo más que pueda, de tal forma que su vida sea una alegría constante porque hace el bien a todos. No se pregunte si ellos le agradecerán o retribuirán. Haga el bien sin pensar en la recompensa, porque solo así demostrará amor para con todos. Tienda sus manos para hacer el bien por el bien mismo y no por el galardón. Esperar gratitud, nunca debe entrar en nuestros cálculos. Aquél, que haciendo beneficio espera la gratitud, carece de generosidad y aquel que extraña no recibirla, carece de sentido común; de manera que no hay que pedir a los hombres que agradezcan el beneficio; tal vez, lo que hay que pedirles es que no se venguen de haberlo recibido".
"La ingratitud es el crimen más grande que pueden los hombres atreverse a cometer".