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Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. 1 Pedro 1:18-19. La tela
En el puesto de venta de telas del pequeño mercado a donde voy regularmente, se puede comprar un metro de tela blanca por un dólar. Suponga que un pintor con porvenir pero con poco dinero compre un pedazo de esa tela para hacer con ella un cuadro… ¿Qué valor tendrá dentro de algunos años? En 1990 un lienzo del pintor Van Gogh se vendió por 82,5 millones de dólares en menos de tres minutos. Sin embargo, ¡sólo era un pedazo de tela con un poco de pintura! ¿Cuál es la diferencia entre la tela barata y el cuadro que resulta en ella? El genio del artista. Pues bien, en el Artista reconozcamos a Dios, nuestro sabio y todopoderoso Creador. Verdaderamente en nuestro estado inicial no valíamos gran cosa. “Nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3). Pero la obra que nuestro Señor cumplió en la cruz y el trabajo que aún prosigue en nosotros nos da un inmenso valor ante Dios, quien es el que realmente nos estima. El hecho de que no valore cierta clase de arte no quiere decir que los cuadros que pertenecen a esa corriente valgan menos. No despreciemos la obra de Dios. El trabajo que él hace en mi hermano le da un valor que siempre debo tratar de discernir, sin olvidar que él es mi hermano “por quien Cristo murió” (1 Corintios 8:11).
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