Le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, si indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. - Marcos 10:13-14.
Pensamos en la de los padres cristianos que se preocupan por el alma de sus hijos. A veces, estiman haber cumplido con su deber cuando dieron a sus hijos los cuidados necesarios, una buena educación y una profesión. Pero, si esos hijos no conocen a Jesús personalmente, si no se han convertido, les falta lo más importante.
Evidentemente, no podemos nosotros, padres o abuelos creyentes, darles la nueva vida. Pero tres cosas nos incumben: la enseñanza bíblica, el ejemplo y las oraciones.
1) La enseñanza bíblica: la cotidiana lectura de una porción de la Palabra de Dios en familia es apta para formar el carácter de nuestros hijos y para inculcarles las verdades divinas.
2) El ejemplo: es necesario que nuestros hijos, quienes son buenos observadores, puedan verificar en nuestro comportamiento la puesta en práctica de los principios bíblicos de los cuales les hablamos, y puedan constatar que vivir con el Señor nos hace felices.
3) Las oraciones: padres inquietos, perseveren en sus peticiones y ruegos y vivan ustedes mismos en el temor de Dios. “Mucho puede la súplica ferviente del hombre justo” (Santiago 5:16, V.M.) Afiérrense a la promesa que nos hace el Señor: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7).