Conocer
Juan escribió sus últimas cartas cuando era muy anciano. Tenía toda la experiencia de la vida y sabía muy bien dónde estaban los límites. Sabía muy bien cómo pensaban los jóvenes y cómo pensaban los viejos.
Tenía la capacidad de diferenciar los pensamientos. Sabía donde estaba el problema. Muchas veces hablamos más de lo que corresponde. Es fácil hablar de más, porque son solo palabras.
El problema es cuando hay que justificar las palabras con los hechos. Ahí es donde se marca la diferencia. Juan había visto a muchos cristianos en su época hablando más de lo que hacían. Y prometiendo más de lo que cumplían.
Es fácil decir que amamos a Dios, total no se puede comprobar. Alcanza con estar en la reunión el domingo a la mañana o a la tarde, vestido para la ocasión, con la Biblia abajo del brazo.
Nos escondemos detrás del banco, de nuestro disfraz de religión y parece que aprobamos la materia del amor. Pero Juan nos pone una prueba difícil de superar. Nos pone la regla de oro que Dios pide para acceder a su persona.
Conocer a Dios es amarlo. Y amarlo implica obedecer sus mandamientos. Es más que un disfraz de fin de semana. Es un estilo de vida cotidiano. Es una forma de ser, de vivir, de pensar y de actuar que marca la diferencia.
No es cuando tenemos ganas, o cuando nos sentimos bien. Es todos los días y a toda hora. Juan es bien claro. No hay exenciones, no importa cuantas palabras digas. La realidad solo se muestra en los hechos, y los hechos son terminantes.
Aquel que dice que ama a Dios, debe guardar sus mandamientos. No hacerlo es pecado. Tan simple como eso. Porque para poder obedecer a Dios hay que conocerlo, saber quien es, como piensa, que desea, que espera de nosotros.
No es solo un conjunto de reglas de no hacer. Dios es más grande que eso. Dios es Dios. Si te pesan sus mandamientos, y te parece denso sus ordenanzas, es porque todavía no tuviste el gusto de saber quien es.
conocer a Dios es amarlo
GRACIAS A LA HERMANA SILVIA POR EL FONDO
Comunidad amigos unidos en Cristo
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