Cuando María, madre de Jesús, cumplió los días de su purificación, fue al templo y presentó la ofrenda del pobre:
«También ofrecieron un sacrificio conforme a lo que la ley del Señor dice: “un par de tórtolas o dos pichones de paloma”» (Luc. 2: 24).
Esto indica que los padres de Jesús eran tan pobres que no tenían lo suficiente para comprar una oveja o una cabra.
Incluso podía darse el caso de alguien que no tuviese dinero para comprar dos tórtolas.
Entonces la ley decía: «Si a esa persona tampoco le alcanza para comprar dos tórtolas o dos pichones, presentará entonces en sacrificio expiatorio, como ofrenda por el pecado cometido, dos litros de flor de harina» (Lev 5: 11).
Esta consideración por la situación económica del oferente no solo nos habla del amor divino, sino que nos enseña que lo importante para Dios no es la cantidad de la ofrenda, sino la actitud del que la ofrece.
Por eso Jesús dijo de la viuda pobre: «Les aseguro [...] que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás»
(Luc. 21: 3).