Una verdad difícil de entender
Al contemplar al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, halla la paz de Cristo; porque el perdón está escrito, junto a su nombre, y él acepta la Palabra de Dios: "Vosotros estáis completos en él" (Col. 2: 10). ¡Cuán difícil es para la humanidad por largo tiempo acostumbrada a acariciar dudas, entender esta gran verdad! Pero ¡qué paz trae al alma, qué energía vital! Al mirarnos a nosotros mismos en busca de justicia por medio de la cual ¡callar aceptación ante Dios, mirarnos en la dirección equivocada, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom. 3: 23). Debemos mirar a Jesús; porque "nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen" (2 Cor. 3: 18).
Ustedes han de hallar su plenitud contemplando al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Al comparecer delante de la quebrantada ley de Dios, el pecador no puede purificarse a sí mismo; pero, creyendo en Cristo, es el objeto de su amor infinito y es revestido con su inmaculada justicia. En favor de los que creen en Cristo, Jesús oró: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. . . para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno" (Juan 17: 17-22). "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (vers. 25, 26).
¿Quién puede comprender la naturaleza de esa justicia que restaura al pecador creyente, presentándolo ante Dios sin mancha ni arruga ni cosa semejante? Tenemos de Dios la palabra empeñada de que Cristo nos ha sido hecho justificación, santificación y redención. Dios nos conceda que podamos confiar en su palabra con confianza implícita, y disfrutemos su más rica bendición. "Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios" (Juan 16: 27).