Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:6,7).
El sacrificio de Cristo para revelar el amor de Dios es algo incomprensible para la mente humana. Reflexionemos en estas palabras: «Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente»
Aunque esta es una verdad irrefutable, también es cierto que los seres humanos necesitan demostrar el amor de Dios en sus propias vidas. La revelación del amor de Dios en la naturaleza, en su Palabra y a través de Cristo, la Palabra viviente, no será entendida a menos que sea vivida y experimentada en la vida de quienes pretenden ser sus seguidores. En muchos casos, la vida de los profesos cristianos distorsiona la imagen del amor de Dios que Cristo trajo al mundo, y la hace difícil de ser captada.
Los seguidores de Cristo deben mostrar las abundantes riquezas de su gracia. Jesús, la Palabra viviente, debe ser manifestada en la vida de sus seguidores. Debemos encarnar al Cristo de los Evangelios. Notemos estas palabras: «Fue en la tierra donde el amor de Dios se reveló por Cristo. Es en la tierra donde sus hijos han de reflejar su amor mediante vidas inmaculadas. Así, los pecadores serán guiados a la cruz para contemplar al Cordero de Dios».
Es difícil que el amor de Dios pueda ser entendido y visto con claridad si no es ejemplificado en la vida cotidiana. Se nos recuerda: «La iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo, y por medio de ella, se manifestará finalmente la revelación final del amor de Dios al mundo que ha de ser ilustrado por su gloria»
Que Dios nos ayude hoy a reflejar su amor con quienes nos relacionamos durante el día.