Hola mis amados:
Hoy en día hay miles de mendigos y personas que viven en las calles, que piden limosna y esperan que almas caritativas les socorran, que nuestro corazón se conduela del dolor, la miseria y necesidad de estos seres humanos, hay muchos que prefieren alimentar animales que ayudar a un semejante, que nuestro corazón no se endurezca más sino que sea sensible al dolor ajeno.
CINCO CON YO
Sucio y descalzo, se acercó con la palma de la mano derecha extendida.
Dijo:
–Regáleme un diez, por favor.
Eran las once y media de la noche, y la última función del cine acababa de concluir.
Sobre Tegucigalpa [capital de Honduras, Centro América] empezaban a caer las primeras gotas de lo que luego sería una tormenta de varias horas.
–Diez centavos, ¿para qué?
–Para comer, contestó el pequeño.
Para qué otra cosa podría necesitarlos.
¿Para comprarse un carro a control remoto que había visto por la mañana a través de una vitrina?
Siguió de pie, inmóvil debajo de la llovizna, a la espera de la moneda que según él, iba a evitar que el sueño lo encontrara otra vez con hambre.
Se llamaba David.
Estornudó dos veces y ni siquiera se tomó la molestia de cubrirse la nariz.
Una señora de etiqueta habría dicho:
–¡Qué niño tan mal educado!
De nueve años de edad, analfabeto y hambriento, resumió su vida en pocas palabras, con el mismo tono chillón con él que minutos antes había pedido la moneda de diez centavos.
“Mis padres murieron cuando yo acababa de nacer.
Ahora vivo con mi abuelita en la Colonia Villanueva, pero casi siempre me quedo a dormir en la parte de atrás de la gasolinera que está al otro lado de la calle”.
En un principio pensé que David estaba inventando la historia, con tal de hacerse con los diez centavos, algo de eso le iba a decir, cuando me acordé que minutos antes no había vacilado en pagar veinticinco lempiras [moneda nacional de Honduras. veinticinco lempiras equivalen a 1.60 dólares] para ver una absurda película que tenía como personaje principal a un ratón.
A mí me pareció absurda.
Tal vez a David –que no sabe qué es una sala de cine– le hubiera gustado.
Lo que le di a David fue una pequeña y triste moneda, que él quedó viendo largamente como si se tratara de una fortuna.
Luego, metiéndosela en el bolsillo dijo:
–Gracias.
–¿Cuántos hermanitos tenés? Le pregunté, finalmente.
Y David, que ya empezaba a tiritar del frío, me contestó:
–Cinco con yo…
Fue lo último que dijo antes de marcharse debajo de la llovizna. Yo quedé adentro del automóvil sin mojarme, pero con una serie de dudas sobre esta injusta sociedad en la que muchos derrochamos el dinero en frivolidades, mientras algunos niños –como David– tienen que salir a las calles a pedir diez centavos para poder comer. Oscar Flores López.
Escenas como estas son comunes, en las principales ciudades de este país.
Y en otras partes del mundo igual.
Pero qué fácil es olvidarse o esquivar a aquellos que, como David, luchan por subsistir en este loquísimo planeta.
En el prólogo de su poemario
“El Tiempo que me Sobre”
Juan Ramón Saravia dice:
“Los humanos de nuestro tiempo habitan, andan y pasan juntos, pero viven en soledad.
Inédita ingrimidad de este milenio.
La mitad de la humanidad se pone un candado por dentro; la otra mitad clava en el suelo las estacas de la indiferencia y arma su toldo de soledades; todo es un acto automático, pero se hace con un no sé qué de naturalidad casi feliz.
El mundo transcurre ajeno a la voz y de espaldas al eco…”.
Es más fácil ser indiferente que comprometerse.
Amigo, amiga, detente un momento y reflexiona tu nivel de compromiso con el prójimo.
Vivimos inmersos en una sociedad consumista.
Gastamos en, y poseemos, muchas cosas que no necesitamos, sino que son producto del bombardeo mercantil, a que somos sometidos.
El maestro de Galilea dijo:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Hoy más que nunca necesitamos vivir esa verdad.
Herman Hessen escribió que “la verdad no hay que enseñarla, sino vivirla”.
También Jesús habló de que es más bienaventurado dar que recibir.
Aprendamos a despojarnos y ser solidarios con aquellos que tienen necesidad
EL ARENERO
Una vez, cuando tenía cinco años, fui a un parque local con mi mamá. Mientras jugaba en el arenero, vi a un niño de mi edad en silla de ruedas. Me acerqué a él y le pregunté si podía jugar. Ya que tenía sólo cinco años, no entendía por qué el niño no entraba en el arenero y jugaba conmigo. Me tomé mi cubeta, recogí toda la arena que pude y la puse en sus piernas. Después agarré unos juguetes y también los puse en sus piernas.
Mi mamá corrió hacia mí y dijo: "¿Lucas, por qué hiciste eso?"
La miré y le dije: " Él no podía jugar en el arenero conmigo, así que le traje arena. Ahora podemos jugar juntos en la arena".
Lucas Parker
Espero vivir solamente una vida. Entonces, si hay algo de bondad que pueda mostrar, o algo bueno que pueda hacer por alguien, déjenme llevarlo a cabo ahora, sin demora ni descuido, ya que no volveré a pasar por aquí.
William Penn
Gálatas 5:22-23 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Que belleza de ejemplo, al ver que este niño no podía jugar como el, hizo lo necesario para integrarlo y que se sintiera feliz, de esa misma forma actuemos con quien no puede por diferentes causas, hay muchos marginados por raza, religión, enfermedad y numerosas causas, pero que se sientan acogidos en el amor de Jesús que El deposito en nuestros corazones, para que sonrían y sepan que El los ama más que nadie a través de nuestros hechos.
Los amo y bendigo en Jesucristo.
MAGNOLIA
MÉTELA EN TU CORAZÓN
Según un predicador escocés, guardar la palabra en el corazón es meter una cosa buena en un buen lugar para un buen fin. Muchos tienen la Biblia en la cabeza, o en el bolsillo. Lo que necesitan es tenerla en el corazón. -D.L. Moody-
"En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti"
Salmo 119:11
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