El mayor regalo jamás ofrecido
Y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Lucas 7:42
Simón el fariseo se había esmerado hasta en el último detalle en la preparación de la cena para el invitado especial de aquella noche. Sobre la mesa, cubierta con blancos manteles, había deliciosas rebanadas de pan ázimo, ensalada de tomillo, romero y coriandro, cántaros con vino, agua con sal y fuentes que contenían almendras, avellanas y otras frutas de temporada. Habían sido invitadas personalidades destacadas de la comunidad de Betania. La casa lucía iluminada, limpia y perfumada con flores. Al anochecer llegó Jesús, quien tiempo atrás había curado a Simón de la terrible enfermedad de la lepra. Aquella cena era una muestra de gratitud. Todos se sentaron a la mesa para comer y escuchar las palabras del Maestro. De repente, una mujer joven y hermosa, vestida con ropa modesta, entró casi a hurtadillas en la casa, tomó un frasco de perfume, se arrodilló a los píes de Jesús, y comenzó a llorar. Sus lágrimas caían sobre los pies del Maestro y ella los secaba con su cabello, los besaba, y los ungía con un finísimo perfume hecho de nardo puro. Aquella mujer había conocido a Jesús tiempo atrás, y él la había sanado física y espiritualmente. Aunque, a ojos de algunos, la conducta anterior de esa mujer dejaba mucho que desear, lo más importante para ella era que el Señor había perdonado sus pecados, y sentía que le debía la vida a él. Enterada de que Jesús estaría en casa de Simón aquella noche, María —que así se llamaba— se había propuesto acudir a ese lugar para dar las gracias al Salvador de esa manera por lo que había hecho por ella. Simón, alarmado, quiso echar de su casa a aquella mujer de mala reputación. Jesús lo detuvo. Le hizo ver a Simón, a través de parábolas, que él había ofrecido la cena en agradecimiento por haber sido curado de la lepra y, en cambio, aquella mujer lavaba sus pies con sus lágrimas en agradecimiento por haberle perdonado todos sus pecados. Sin duda alguna, la salud es una gran bendición de Dios. Sin embargo, el don más importante es el perdón de nuestros pecados. La salud física nos da la posibilidad de una larga vida en esta tierra. Pero el perdón de nuestros pecados nos abre el camino hacia la vida eterna y la posibilidad de ver cara a cara a Jesús. El mayor don no es, pues, la salud física o la restauración de la respetabilidad social. El don mayor es el perdón de los pecados, y por él Jesús derramó su sangre en la cruz del Calvario.
Gracias a la hna. Silvia por el fondo
Amigos unidos en Cristo
|