La milagrosa curación de un niño español favorece la beatificación de Juan Pablo II
Será porque quien suscribe no puede
dejar de pedir que Dios le aumente la fe, pero les garantizamos que aún
estamos en estado de shock. Cuando miramos a Chema, el niño de 5 años
que camina, ríe y trota por las calles de Madrid cogido de nuestra
mano, nos cuesta asumir que es el mismo crío que hace unos meses estaba
atravesando un calvario de dolores, luchando por mantenerse en pie y
con la única perspectiva de pasar el resto de su vida con casi la mitad
del cerebro extirpado. La cicatriz que tiene un poco por encima de la
nuca –una llaga de 20 centímetros, causada durante los seis días en
coma inducido que pasó en julio, en los que los enfermeros posiblemente
no le movieron lo suficiente– nos recuerda, sin embargo, que Dios puede
hacer lo que quiere, como quiere y con quien quiere, aunque se escape a
nuestras entendederas. ¿Qué le ha ocurrido, entonces, a este niño, para
que haya pasado de no poder tenerse en pie a darnos un abrazo enorme,
de los que duran hasta Navidad, cogido con fuerza a nuestro cuello? Por
partes, que su historia no es de las que se despachan en dos líneas.
Una terrible y rara enfermedad
Chema es el segundo hijo de Concepción e Ignacio. Nació
con hidrocefalia, en la provincia de Murcia, pero, después de un
correcto tratamiento, terminó por ser un niño como cualquier otro. En
marzo de 2009, después de que unos espasmos físicos diesen la voz de
alarma, le fue diagnosticada una rara y terrible enfermedad: el
síndrome de Rassmussen. La enfermedad, de tipo autoinmune, provocaba
que su propio cuerpo no reconociese su cerebro y empezase a atacarlo.
Como resultado, el hemisferio derecho de su cerebro se inflamó y
comenzó a paralizársele el lado izquierdo del cuerpo. «El niño es presa
de convulsiones continuas en su lado izquierdo, no cesan ni cuando
duerme. Lleva meses teniendo convulsiones; algunas son dolorosas, otras
no le permiten hablar, y otras le afectan al ojo, molestándole
continuamente», relataba Concepción, en un correo electrónico que
envió, el 18 de julio, solicitando oraciones. En todo el tiempo que
duró la dolencia, «Chema ha llevado su enfermedad con una paciencia
extraordinaria, alegría de corazón y soportando cualquier pinchazo y
tratamiento sin derramar una lágrima ni enojarse por su situación. Su
padre y yo estamos orgullosos y maravillados con él, y damos gracias a
Dios y a la bendita Virgen María, que le están acompañando todo este
tiempo. Tenemos encomendado al niño a los continuos cuidados de la
Virgen Milagrosa, y le hemos dado una medalla con esta advocación, que
lleva en la venda que le cubre la cabeza», proseguía Concepción.
El neurólogo del hospital murciano en el que estaba
ingresado derivó a los padres al Hospital Niño Jesús, de Madrid, donde
trabaja uno de los pocos médicos en todo el mundo que está
especializado en síndrome de Rassmussen. La enfermedad le atacó con
especial virulencia, y los síntomas que en otros niños tardan años en
producirse, a Chema se le presentaron en pocos meses. Aunque fue
tratado como exigía el protocolo médico, no se produjo la mejoría: «Ha
sido tratado con muchos fármacos, le han hecho infinidad de pruebas, lo
intentaron casi todo, pero sin resultado», explica ahora la madre,
sentada en una terraza madrileña, junto a su marido y su hijo, que
juega a levantarse y a sentarse en la silla, como cualquier niño de su
edad.
Hemiparésico de por vida
Cuando nos recuerdan lo que le sucedía hace sólo unos
meses, parece que se refieren a otra persona: movimientos espasmódicos
en la mano, en los pies o en las aletas de la nariz; no podía andar
correctamente, y en ocasiones casi no podía ni hablar. Día a día, y
ante la mirada de sus padres, se iba quedándo hemipléjico del lado
izquierdo. Por fin, los médicos dieron la única solución que se conoce
para el síndrome de Rassmussen: extirpar parte de la mitad dañada del
cerebro, en concreto, las zonas que controlan el aparato motor. De este
modo, la enfermedad no avanzaría más, «aunque las consecuencias de la
operación son una hemiparesia permanente en el lado izquierdo, perder
funcionalidad en su mano (es posible que con una dura rehabilitación
consiga agarrar, aunque no usar los dedos) y llegar a andar aún con un
baile característico de su pie. Los daños mentales sólo serán
evaluables después de la operación», relataba su madre, en julio. Sin
embargo, «cuando no era por una cosa, era por otra, y le iban
posponiendo la operación cada vez más, a pesar de que habían dicho que
había que operarle con urgencia. Por fin, nos dieron fecha para la
primera semana de septiembre», dice Ignacio.
Si el lector ha llegado hasta aquí, debe tener en cuenta
un factor determinante: los cuidados médicos no eran los únicos que
recibía el pequeño.
Rezar como si estuviese curado
En efecto, sus padres, abuelos y un inabarcable número
de amigos y conocidos le dedicaban sus cariños y sus rezos. Concepción
e Ignacio visitaban a diario la capilla del hospital, encomendaban a su
pequeño a la Virgen y pasaban largos ratos ante el Santísimo, expuesto
en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Madrid, muy cerca del
centro hospitalario: «Estábamos seguros de que Dios podía curar a
nuestro hijo. Que sólo Él podía y que, si se lo pedíamos con fe, lo
haría. Un día, mientras rezaba, escuché una cita de san Agustín que
venía a decir que rezar con fe es rezar pensando que Dios nos quiere
conceder lo que le pedimos, que ya nos lo ha concedido o nos lo
concederá, porque, de hecho, por el Bautismo ya nos ha concedido el
mayor milagro al convertirnos en sus hijos. A partir de ese día, empecé
a pedir como si mi hijo ya se hubiese curado y sólo tuviese que
manifestarse su curación».
Eso sí, Concepción no sólo pidió la sanación de Chema.
«Durante la oración sentía que Juan Pablo II podía interceder por
Chema, y que el milagro que hiciese con él podría suponer la
canonización del Papa». Así que comenzó a pedir la intercesión del
Pontífice, sin decírselo a nadie. La sorpresa llegó cuando, al
comentarlo con su marido, él le confesó que también pedía la
intercesión del Papa. Ahora, con su hijo sobre el regazo, Ignacio
cuenta que «siempre he tenido claro que Juan Pablo II es un santo, que
podía interceder para que Chema se curase, y que merece que su santidad
sea reconocida. Sabía que Juan Pablo II podía interceder para lograr un
milagro». Casi no ha terminado de hablar cuando su hijo, de pie frente
a la mesa de la terraza, le reclama para seguir jugando. E
inevitablemente, uno recuerda el pasaje del Evangelio en el que la fe
de la hemorroísa arranca un milagro a Jesús; o ese otro en el que, por
la fe de su madre, Cristo resucitó al hijo de la viuda de Naím:
«Muchacho, a ti te digo, levántate».
Una señal, de la mano de la Virgen
Los amigos y familiares que se acercaban al hospital
comentaban a sus padres las plegarias que elevaban al santo de turno.
Un día, mientras rezaba, Concepción se planteó cómo sabría que era Juan
Pablo II quien había intercedido por su hijo, y no otro santo, en caso
de que Dios les concediese el milagro. «Me vino a la cabeza la imagen
de una Virgen. Todos traían juguetes, y a lo sumo alguna estampa, pero
una figura de la Virgen no es el típico regalo para un niño
hospitalizado. Así que si recibía una figura de María, sería como una
señal de que el Señor aceptaba la intercesión del Papa. Y para no hacer
trampas, no se lo conté a nadie. Sólo unos meses después lo supieron mi
marido, mi hijo y mi madre», cuenta. A finales de agosto, «justo cuando
había dejado de pedirla, el Señor quiso enviarme una señal: mi suegro
me contó que una mujer, a quien yo no conocía, le había abordado a la
salida de misa para entregarle una imagen de Nuestra Señora del Olvido,
el Triunfo y la Misericordia, que se venera en Guadalajara y que Juan
Pablo II había conocido años atrás, en el santuario mariano de
Czestochowa, en Polonia». Se cerraba el círculo.
Y se curó
En agosto, como los médicos se iban de vacaciones y no
podían hacer el seguimiento, se fijó una nueva fecha para la operación,
ya después del verano. Pero no hizo falta: un día, Chema empezó a mover
el brazo. Después, las piernas. Y más adelante, se irguió con
normalidad. Los médicos del Niño Jesús se lo confirmaron en septiembre
a la familia: no se habían equivocado de diagnóstico, no tenían
explicación médica, no sabían qué había pasado. «Nos dijeron que la
Medicina no lo explica todo, que la enfermedad, simplemente, había
desaparecido, y le dieron el alta al niño», dice la madre. Ahora, el
niño reza desde su casa a la Virgen, juega con sus hermanas y ha
empezado la vuelta al cole. Su caso está en manos de la Causa de
canonización de Juan Pablo II. «Dirán que es o no un milagro –comenta
su madre, con una sonrisa de oreja a oreja–. Lo que importa es que mi
hijo estaba hemipléjico por una enfermedad incurable y se ha curado. Sé
que Dios nos ha concedido un milagro y creo que ha sido por mediación
de Juan Pablo II. Y quien no lo crea, que mire a Chema». Chema, con
cara de pillo, nos mira, nos lanza un beso y nos dice adiós con la mano
izquierda, mientras se va, corriendo, por las calles de Madrid. «El
muchacho se levantó y se puso hablar; y Jesús se lo entregó a su
madre», sigue el pasaje de la viuda de Naím...
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