Mi tía Edith no tenía la virtud de perdonar.
Ella y el tio Frank vivían en una granja hipotecada infestada por la cizaña y condenada
por los suelos pobres y los desniveles. La vida para ellos era dura.
Cada níquel que ganaban representaba un penoso trabajo.
Pero la tía Edith quería comprar unas cortinas y unas cuantas cositas para
adornar el desnudo hogar. Compró estos modestos lujos a crédito en un
almacén de Maryville, Missouri.
Tio Frank se sintió preocupado por estas deudas. Tenía el santo horror del campesino a las deudas y pidió al dueño que no le vendieran nada crédito a mi tia. Cuando ésta
se enteró, se puso frenética. Y seguía frenética casi cincuenta años
después de que el hecho ocurriera. Yo le oí contar la historia, no una, sino muchas veces. La última vez que la vi, rondaba ya los ochenta y le dije:
-Tía, tío Frank hizo mal en un humillarte, pero... no crees, honradamente, que el quejarte durante medio siglo es infinitamente peor de lo que él hizo?
Desde luego, fue como si se lo dijera a la luna.
Tía Edith pagó muy caro los rencores y amargos recuerdos que alimentó.
Los pagó con su propia paz interior.
FUENTE: CARNEGIE, Dale: `Como Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar
de la Vida', Circulo de Lectores, Bogotá, 1982, pag. 107
tomado de la mano que te guia