


El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran alegría, porque
la decepción que sentía parecía ser más grande que el gran
acontecimiento que representa tener un hijo. Yo quería un varón.
A los dos días de haber nacido fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y la otra radiante y dormilona.
En
pocos meses me deje cautivar por la sonrisa de María José y por el
negro de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a
amarla con locura, su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni
un instante de mi pensamiento, todo se lo quería comprar, la miraba en
cada niño o niña, hacía planes, todo sería para mi María José.
Este relato era contado a menudo por Antonio, el padre de María José.
Yo también sentía gran afecto por la niña, era la razón más grande para vivir de Antonio, según decía el mismo.
Una
tarde estábamos mi familia y la de Antonio haciendo un picnic a la
orilla de una laguna cerca de casa y la niña entabló una conversación
con su padre, que todos escuchábamos:
Papi, cuando cumpla quince años, ¿Cuál será mi regalo?
Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?
Bueno papi, tu siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.
La conversación se extendía y todos participamos de ella.
Al caer la tarde regresamos a nuestras casas, con la sensación de haber pasado un día alegre en compañía de unos buenos amigos.
Una mañana me encontré con Antonio enfrente del colegio donde estudiaba su hija quien ya tenía catorce años.
El
hombre se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro.
Con gran orgullo me mostró el boletín de calificaciones de María José,
eran notas impresionantes, ninguna bajaba de Notable y los estímulos
que les habían escritos sus profesores eran realmente conmovedores,
felicité al dichoso padre y le invité a un café.
María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente el de su padre.
Fue
un domingo muy temprano cuando nos dirigimos a misa, cuando María José
tropezó con algo, eso creíamos todos y dio un traspié, su padre la
agarró de inmediato para que no cayera.
Ya
instalados en nuestros asientos vimos como Maria José fue cayendo
lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. La tomé en
brazos mientras su padre buscaba un taxi y la llevamos al hospital.
Allí
permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su
hija padecía de una grave enfermedad que afectaría seriamente su
corazón, pero no era algo definitiva , que debían practicarle otras
pruebas para llegar a aun diagnostico firme.
Los
días iban transcurriendo, Antonio renunció a su trabajo para dedicarse
al cuidado de María José, su madre quería hacerlo pero dijeron que ella
trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él.
Una mañana Antonio se encontraba al lado de su hija cuando ella le preguntó:
¿Voy a morir, no es cierto? ¿Te lo dijeron los médicos?
No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan grande no permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo, respondió su padre.
¿Van algún lugar?,¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas?,¿Sabes si pueden volver?
Bueno hija,
respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre
eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el más allá, en
el Cielo buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia
utilizaría el viento para venirte a verte.
¿Al viento? replicó María José, ¿Y cómo lo harías?
No
tengo la menor idea hija, solo se que si algún día muero, sentirás que
estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca
bese tus mejillas
Ese
mismo día por la tarde, llamaron a Antonio, el asunto era grave, su
hija estaba muriendo, necesitaba un corazón pues el de ella no
resistiría sino unos quince o veinte día más.
!!UN CORAZÓN!!
¿Donde
hallar un corazón?,¿Lo vendían acaso en la farmacia de guardia? ¿ o en
el supermercado o en esas grandes tiendas que propagandean por radio y
televisión?
!Un CORAZÓN! ¿Dónde?
En
ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el Viernes por
la tarde cuando consiguieron un donante, las cosas iban a cambiar. El
Domingo por la tarde, ya María José estaba operada. Todo salió como lo
habían planeado !Éxito total!
Sin
embargo Antonio no había vuelto por el hospital y Maria José lo
extrañaba muchísimo. Su madre le decía que todo estaba bien, sería el
quien trabajaría para sostener la familia.
María
José permaneció en el hospital quince días más, los médicos no habían
querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así
lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mama con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre.
María José, mi gran amor:
"Al
momento de leer mi carta, debes tener quince maravillosos años y un
corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa de los médicos
que te operaron.
No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no poder estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar una respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez años y la cual no respondí.
Decidí hacerte el regalo más hermoso que jamás nadie ha hecho
Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas o deshagas con ella lo que quieras,
!Vive hija!, te quiero...
María José lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su padre, lloró como nadie lo ha hecho y susurró:
Padre,
ahora puedo comprender cuanto me amabas, yo también te amaba aunque
nunca te lo dije. Por eso también comprendo la importancia de decir "Te
quiero". Y te pediría perdón por haber guardado silencio.
En ese instante las copas de los árboles se movieron suavemente,
cayeron alguna flores y una suave brisa rozó las mejillas de María
José. Alzó la mirada al Cielo, se levanto y caminó a casa.




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