A las almas adoloridas, que cargan pesos
insufribles, a quienes sus cruces
pareciera aplastar sin remedio, el recuerdo del valor pleno de
sentido del dolor otorga al sufrimiento una trascendencia del que están
privados los
paganos. Recomendamos vivamente su lectura y hacer de su difusión un
apostolado
CREO que otorgó Dios el dolor al hombre con designios de amor y de
misericordia.
CREO que Cristo Nuestro Señor ha transformado, santificado y casi
divinizado
el dolor.
CREO que el dolor es para el alma el gran cooperador de la redención
y la santificación.
CREO que el dolor es fecundo tanto, y aún más, a veces, que nuestras
palabras y obras; y más poderosas han sido para nosotros y más
eficaces a los ojos de su Padre, las horas de la Pasión de Cristo que
los años de su
predicación y de su apostolado en la tierra.
CREO que entre las almas, las de este mundo, las que expían (en el
purgatorio) y las que ya han alcanzado la verdadera vida, circula
inmensa y no interrumpida corriente, hecha de sufrimientos, de los
merecimientos del
amor de esas almas; creo que nuestros más íntimos dolores, nuestros
más fáciles esfuerzos pueden, por la intervención divina, alcanzar hasta
las
almas más queridas, próximas o lejanas e influir en ellas
llevándoles luz,
paz y santidad.
CREO que en la eternidad hallaremos a aquellos que han soportado y
abrazado la Cruz y que sus sufrimientos y los nuestros irán a perderse
en el infinito
amor divino y en las alegrías de la definitiva reunión.
CREO que Dios es amor y que, en sus manos, el dolor no es más que un
medio de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos.
CREO en la comunión de los Santos, la resurrección de la carne y la
vida perdurable.
Amén.
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